Los estudiantes de 2do año y 6to año acompañado por su docente de prácticas del lenguaje Nicolás, Reyes a lo largo del año leyeron variados textos entre ellos el Espejo Africano de la autora Liliana Bodoc en 2do año y El principito autor Antoine de Saint-Exupéry en 6to año. Luego realizaron un taller de escritura creativa produciendo variados textos reflexivos dejando un mensaje según lo que interpretaron, aquí le presentamos algunos:
Textos con el Principito:
Capitulo XIII autor Ariel
El principito llego a un planeta lleno
de anuncios que parpadeaban como estrellas artificiales. Todo parecía brillar,
pero nada lo hacía con calidez. Las calles eran como cintas transportadoras que
llevaban personas apuradas, con los ojos clavados en pantallas. No había
flores, ni árboles. Solo luces y vitrinas.
En medio de aquel caos vivía un hombre
con un saco ajustado, anteojos oscuros incluso en la sombra, y una sonrisa que
no llegaba a sus ojos. El principito se acercó con cautela.
-¡Hola! – Dijo el principito.
¡Bienvenido! ¡Hoy tenemos 2x1 en
sonrisas falsas y 3 cuotas sin interés para olvidar las penas! –Grito el hombre
como si fuera un presentador de circo.
-No vine a comprar nada- Respondió el
principito- Vine a conocer tu planeta.
-Ah... Entonces no te interesa ola
nueva colección de identidades desechables. ¿Quizás algo de validación
instantáneas?
El principito lo miro con la cabeza de
lado.
-¿Para qué todo eso?
-Para llenar el vacío, claro. ¿No lo
sabias? Cada objeto que compro me hace sentir importante… por un ratito.
-¿Y después?
-Después necesito otro. Y otro más.
El hombre lo llevo a su casa, que era
tan grande como una ciudad, y estaba repleta de cosas. Ropa que nunca uso,
televisores que nunca encendió, perfumes que nunca se hecho. Había tanto que
casi no quedaba lugar para moverse.
-¿Vivís solo? –Pregunto el principito,
mientras apartaba una torre de cajas para poder caminar.
-Sí, pero estoy acompañado de mis
pertenencias. Son más fieles que las personas.
El principito pensó que porque lo
habría llevado a su casa entonces.
-¿Y no te sentís solo? –Pregunto el
principito
-Al principio sí. Pero aprendí que si
me distraigo lo suficiente, el silencio no me atrapa.
El principito camino hacia una repisa
polvorienta. Allí vio a una foto enmarcada: El hombre, de niño, con una
bicicleta y una risa honesta. Ningún objeto en la habitación brillaba como esa
imagen.
-¿Por qué no te reis así ahora?
El hombre se quedó en silencio. Sus
manos temblaron apenas. Se sacó los anteojos y, por primera vez, sus ojos se
vieron cansados, casi tristes.
-Porque crecí –Dijo finalmente-. Y me
dijeron que la felicidad se consigue trabajando mucho, comprando más y no sintiendo
tanto.
-¿Y les creíste?
-No tenía a nadie que me dijera otra
cosa.
El principito se sentó frente a él.
-Yo conocí una flor que solo florecía
si la cuidaba con ternura, no con cosas.
El hombre suspiró.
-Suena lindo, pero difícil.
-Es difícil, sí. Porque no se puede
vender.
Antes de irse, el principito saco de su
bolsillo una pequeña piedra brillante.
-No vale nada –dijo- pero la encontré
en un planeta donde los ríos cantan. Si la miras cuando te sentís solo, te vas
a acordar que hay cosas que no se compran, pero que te llenan más que todo
esto.
El hombre la tomo en silencio, y, por
primera vez, se permitió llorar.
-Tal vez, algún día, puedas dejar de
comprar lo que no necesitas, para empezar a sentir lo que de verdad importa.
Y así, volvió a su nave mientras las
luces del planeta parecían menos brillantes, pero más humanas. Autor Ariel.
¡¡EL FIN!!
PRINCIPITO escrito
por Emanuel
CAPITULO 1
En uno de sus tantos viajes el principito se encuentra con un planeta muy
particular, en este se halla un montón de espejos. Había espejos que te hacían
ver gigante, otros que te hacían chiquito como una hormiga, otros que te
cambiaban la forma del cuerpo o la cara. Algunos incluso se reían con vos o te
guiñaban el ojo. Allí, en el centro del planeta, se encontraba una persona
rodeada de maletines llenos de ropa, peines, secadores, cremas, perfumes,
pinturas, luces y más espejos todavía.
Estaba tan ocupada acomodándose el pelo, corrigiéndose la cara y cambiándose de
ropa, que ni siquiera notó al Principito al principio.
—Hola —dijo el
Principito, con su voz tranquila.
Pero no recibió respuesta alguna de aquella persona. Solo se miraba en un
espejo que la hacía ver más alta.
—¡Hola!
—repitió, más fuerte.
—¡¿Eh?! —dijo
la persona desconcertada de que alguien había llegado al planeta —.¿Viniste a
mirarme? —dijo con cierta elocuencia.
—No...exactamente,
más bien a conocerte—respondió el Principito.
—¡Ah!. Entonces
espera a que me vea bien —dijo mientras se cambiaba el peinado por tercera vez
en un minuto—. A veces los espejos no me muestran como quiero, pero es cuestión
de encontrar el correcto—replico.
El Principito, curioso se acercó a un espejo que lo hacía ver con una nariz
enorme, riéndose un poco. En ese momento el pensaba que aquella persona estaba
jugando.
—¡Ya
entiendo!….estas jugando, ¿no? —dijo el principito con optimismo.
—Mmm, no te
entiendo…. Solo estoy arreglándome—dijo aquella particular persona.
—¿No sabes que
estos espejos están todos deformados?—pregunto el principito curioso.
—No importa
—respondió la persona—. “Siempre alguno me muestra mejor que los otros, y con
eso me alcanza”.
El Principito pensó un momento.
—¿Y cómo sabes
cómo sos en realidad?
Hubo un silencio por un momento, la persona parpadeó, confundida. Miró un
espejo que la hacía ver muy delgada, luego otro que la hacía ver enorme.
Después uno donde apenas se distinguía su cara.
—¿En realidad?
—repitió—. No sé. Pero no es tan importante, ¿no?
El Principito lo pensó un rato más. Luego caminó hasta un charco pequeño, de
agua clara, escondido entre unos espejos caídos. Se asomó y se vio a sí mismo
tal cual era: despeinado, con un poco de polvo en los zapatos, pero con los
ojos brillantes.
Sonrió.
—¿No te das
cuenta de que no te ves cómo sos? Pregunto principito
—Pueeess, creo que sí. Pero me veo como quiero ser. ¿Eso no es suficiente ya?
Y entonces
partió hacia su próximo planeta.
CAPITULO
2
Principito llegó a un planeta donde no se veía casi nada. Todo estaba cubierto
por una tenue luz azul que venía de una pantalla enorme.
Y ahí justo en frente de esa pantalla, había un sillón grande y gastado, que
parecía no haberse movido en años. Allí estaba sentada una persona. No parecía
feliz, ni triste. Solo estaba… ahí. Con los ojos fijos en la pantalla, como una
persona muerta en vida.
—¡Hola! —dijo
el Principito, con claro entusiasmo.
—Shhh…
—respondió aquella persona—. ¡Estoy mirando algo importante!. Bueno… no tanto….
¡Pero me entretiene!
El Principito, un tanto ofendido empezó a inspeccionar el lugar, un poco más
lejos del sillón se encontraba una pizarra. Con una larga lista de cosas
escritas:
· Aprender a tocar un
instrumento
· Hacer ejercicio
· Regar las plantas
· Aprender a cantar
· Escribir una novela
· Arreglar el sillón
Había muchas más. Algunas estaban tachadas, y reescritas al lado de lo tallado.
Otras tenían signos de admiración. Otras estaban escritas tan fuerte que casi
rompían la pizarra.
—¿Qué es esto?
—preguntó el Principito, señalando la lista.
—Ah, eso —dijo
la persona sin moverse—. Son cosas que quiero hacer. O que quería. O que voy a
hacer. Y otras que tengo que hacer… algún día.
—¿Y por qué no
las hiciste todavía? —Pregunto el principito.
La persona se encogió de hombros.
—No es el
momento. Hoy estoy cansado. Además, ya es tarde. Quizás mañana empiece por la primera.
—Pero….. recién
es de amanecer— Respondió el Principito, señalando el sol asomándose recién por
el horizonte.
—Bueno…. Es muy
temprano todavía. Hay tiempo. Lo hare después.
El Principito se sentó un momento a su lado.
—Pero, después
seguro vas a agregar otra nueva a la lista —dijo con suavidad—. ¿Y si se vuelve
tan larga que nunca la terminas?
—Entonces
tendré muchas cosas que decir que quise hacer —dijo la persona, sonriendo sin
alegría.
—Pero cuando
vas a empezar a contarlas como recuerdos —dijo el Principito.
La pantalla cambió de color. La persona la miró, como si fuera a darle una
respuesta. Pero no pasó nada. Solo más luces, más ruido, más tiempo.
El Principito
se levantó. Antes de irse, agarró una tiza y escribió al final de la pizarra:
“Lo que no se
empieza, nunca se termina.”
El
Principito en el Planeta de la Prisa autor Gabriel
El Principito
aterrizó en un planeta frenético y acelerado. Todo parecía moverse a una
velocidad vertiginosa. Conoció a un habitante que se presentó como "El
Adulto Apresurado".
—¿Qué pasa
aquí? —preguntó el Principito.
—Estoy ocupado
—respondió El Adulto Apresurado—. Tengo reuniones, plazos, compromisos… No
tengo tiempo para nada.
Su rostro
estaba tenso y su mirada fija en un reloj imaginario.
El Principito
se sintió confundido.
—¿Y qué es lo
que te hace feliz? —preguntó.
El Adulto
Apresurado se detuvo un momento, como si buscara la respuesta en su memoria.
—No lo sé…
Supongo que es cuando logro cumplir con todo lo que tengo que hacer —dijo con
voz insegura.
El Principito
reflexionó sobre la importancia de encontrar significado y felicidad en la vida
cotidiana.
—¿Recuerdas
cuándo fue la última vez que te detuviste a disfrutar del momento? —preguntó.
El Adulto
Apresurado se encogió de hombros.
—No tengo
tiempo para eso —respondió, desviando la mirada hacia un calendario lleno de
citas y compromisos.
El Principito
se acercó a una ventana y miró hacia afuera. Vio un jardín lleno de flores y
árboles que parecían bailar con el viento.
—¿Ves ese
jardín? —preguntó—. Es hermoso. ¿Por qué no te tomas un momento para
disfrutarlo?
El Adulto
Apresurado se acercó a la ventana y miró hacia afuera. Por un momento, pareció
olvidar sus preocupaciones.
—Sí… es hermoso
—dijo.
El Principito
sonrió.
—La vida no es
solo cumplir con tareas y obligaciones. También es disfrutar del camino,
apreciar las pequeñas cosas y encontrar felicidad en lo cotidiano.
El Adulto
Apresurado asintió con la cabeza.
—Tienes razón.
Me he olvidado de disfrutar de la vida —dijo, con la voz más suave y reflexiva.
El planeta de la avaricia autora
Giuliana
El Principito siguió su viaje por el
vasto universo, dejando atrás estrellas que brillaban como ojos curiosos. Un
día, avistó un pequeño asteroide que parecía temblar bajo una extraña luz. Al
acercarse, notó que su superficie estaba cubierta de objetos brillantes:
monedas, joyas y relojes. Intrigado, aterrizó y se dispuso a explorar.
Al salir de su nave, se encontró con
una figura que se movía entre los tesoros. Era una mujer de rostro rígido y
ojos desorbitados. La mujer no lo vio al Principito; estaba demasiado ocupada
contando sus monedas.
—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! —murmuraba sin
cesar.
—¡Nunca es suficiente! —añadió, con voz
tensa.
El Principito, curioso por naturaleza,
se acercó y le preguntó:
—¿Por qué cuentas tantas monedas? —
—Cada moneda es poder. Cuanto más
tengo, más segura soy —respondió ella.
El Principito intentó hacerla
reflexionar:
—¿No hay algo más importante que las
monedas? —
—¿Qué podría ser más importante? ¡Las
riquezas lo son todo! Sin ellas, uno es nada —contestó con firmeza.
El Principito sintió una punzada de
tristeza en su corazón. Recordó las enseñanzas de su Rosa sobre la importancia
del amor y la amistad. Decidió intentar ayudarla y la condujo hacia un árbol
frutal que crecía entre las piedras.
—Este árbol no tiene oro, pero da
frutos que alimentan y alegran —dijo él.
Ella despreció el árbol, diciendo que
sin valor monetario no valía nada. El Principito le contó sobre un hombre rico
pero triste y un campesino pobre pero feliz, para mostrar que la verdadera
riqueza está en la felicidad, no en el dinero.
La mujer se burló de la idea de
felicidad y volvió a sus monedas. Entonces, el Principito la llevó a una cueva con
espejos que reflejaban imágenes distorsionadas de ellos mismos.
—Así te ves cuando tu corazón está
lleno de avaricia —dijo.
La mujer vio su rostro ansioso y vacío
reflejado en los espejos y empezó a dudar.
El Principito le explicó que la
verdadera riqueza está en compartir y cuidar a los demás. La mujer comprendió
que había olvidado cómo conectar con otros y disfrutar de compartir.
Después de un silencio, admitió:
—Quizás he estado equivocada… Hay algo
más allá de estas monedas.
Con una sonrisa, el Principito le dijo:
—No se trata solo de tener; también de
ser.
La mujer rompió un fruto del árbol y
compartió una mitad con él, iniciando así su transformación. Empezó a abrirse
al mundo, buscando relaciones genuinas en lugar de acumular tesoros materiales.
Mientras el sol se ponía en ese pequeño
asteroide, el Principito supo que había plantado una semilla de amor y
generosidad en su corazón. Con esperanza renovada, siguió su viaje hacia nuevas
estrellas y nuevas lecciones sobre la vida y las relaciones humanas.
Capítulo: El planeta de la
inquietud autor Javier
El Principito,
cansado de su largo viaje, se encontraba flotando entre las estrellas, buscando
un nuevo planeta al que pudiese visitar. Fue entonces cuando vio una pequeña
esfera verde y azul que parecía emitir una tenue luz. Decidió aterrizar allí,
curioso por descubrir qué historia ocultaba este nuevo mundo.
Al bajar a la
superficie, se encontró con un paisaje extraño. La tierra era gris y reseca, y
el cielo no tenía ni una nube que cubriera el sol abrasador. En el centro del
planeta había un enorme edificio que parecía una gran torre de relojes, y la
torre no dejaba de emitir un sonido monótono y repetitivo: tic-tac, tic-tac,
tic-tac.
El Principito
se acercó, intrigado, y vio a un hombre de rostro cansado, rodeado de
innumerables relojes. El hombre, vestido con un traje gris, miraba con ansiedad
las agujas de cada reloj, ajustándolas y dándoles cuerda, como si su vida
dependiera de ellas.
—¿Quién eres?
—preguntó el Principito, acercándose al hombre.
—Soy el
guardián del tiempo —respondió sin levantar la vista—. Mi misión es asegurarme
de que todo funcione a la perfección y sin demora.
El Principito
observó los relojes, algunos de los cuales parecían atrasados, otros
adelantados y algunos simplemente rotos.
—Pero… ¿qué
significa “funcionar a la perfección”? —preguntó el Principito, sin comprender
del todo.
El guardián del
tiempo suspiró y se detuvo un momento, mirando las agujas con una intensidad
que parecía consumirlo.
—Significa que
todo debe estar alineado, que no puede haber imperfección. Si uno de estos
relojes se detiene o se retrasa, todo el planeta se desajustará. El caos se
apoderará de nosotros, y yo debo asegurarme de que todo esté en orden siempre.
El Principito
frunció el ceño, mirando al hombre que parecía tan absorto en su tarea.
Antes de
partir, el Principito le dejó una última reflexión al guardián del tiempo:
—Recuerda, lo
esencial no se ve con los ojos ni se mide con relojes; se siente con el
corazón.
Con esas
palabras, el Principito volvió a su nave y emprendió su camino entre las
estrellas, dejando atrás un planeta atrapado en la prisión del tiempo.
Capítulo: El
planeta de la inquietud autor Javier
El Principito,
cansado de su largo viaje, se encontraba flotando entre las estrellas, buscando
un nuevo planeta al que pudiese visitar. Fue entonces cuando vio una pequeña
esfera verde y azul que parecía emitir una tenue luz. Decidió aterrizar allí,
curioso por descubrir qué historia ocultaba este nuevo mundo.
Al bajar a la
superficie, se encontró con un paisaje extraño. La tierra era gris y reseca, y
el cielo no tenía ni una nube que cubriera el sol abrasador. En el centro del
planeta había un enorme edificio que parecía una gran torre de relojes, y la
torre no dejaba de emitir un sonido monótono y repetitivo: tic-tac, tic-tac,
tic-tac.
El Principito
se acercó, intrigado, y vio a un hombre de rostro cansado, rodeado de
innumerables relojes. El hombre, vestido con un traje gris, miraba con ansiedad
las agujas de cada reloj, ajustándolas y dándoles cuerda, como si su vida
dependiera de ellas.
—¿Quién eres?
—preguntó el Principito, acercándose al hombre.
—Soy el
guardián del tiempo —respondió sin levantar la vista—. Mi misión es asegurarme
de que todo funcione a la perfección y sin demora.
El Principito
observó los relojes, algunos de los cuales parecían atrasados, otros
adelantados y algunos simplemente rotos.
—Pero… ¿qué
significa “funcionar a la perfección”? —preguntó el Principito, sin comprender
del todo.
El guardián del
tiempo suspiró y se detuvo un momento, mirando las agujas con una intensidad
que parecía consumirlo.
—Significa que
todo debe estar alineado, que no puede haber imperfección. Si uno de estos
relojes se detiene o se retrasa, todo el planeta se desajustará. El caos se
apoderará de nosotros, y yo debo asegurarme de que todo esté en orden siempre.
El Principito
frunció el ceño, mirando al hombre que parecía tan absorto en su tarea.
Antes de
partir, el Principito le dejó una última reflexión al guardián del tiempo:
—Recuerda, lo
esencial no se ve con los ojos ni se mide con relojes; se siente con el
corazón.
Con esas
palabras, el Principito volvió a su nave y emprendió su camino entre las
estrellas, dejando atrás un planeta atrapado en la prisión del tiempo.
Autor
Lionel
El Principito viajaba por el universo, visitando
planeta tras planeta, en busca de amigos y sabiduría. Un día, llegó a un
planeta llamado "Cynaria", donde los habitantes eran criaturas grises
y tristes, con ojos apagados y sonrisas forzadas.
El Principito
se acercó a uno de los habitantes y le preguntó: "¿Por qué parecen tan
tristes y desanimados? ¿Qué les pasa?"
El habitante
respondió: "Oh, somos adultos. Hemos perdido la ilusión y la alegría de
vivir. Nos hemos dado cuenta de que la vida es dura y que nada es como lo imaginábamos.
Trabajamos todo el día, nos preocupamos por el dinero y la seguridad, y nos
olvidamos de disfrutar del momento presente."
El Principito
se sorprendió: "¿Pero no les gusta su trabajo? ¿No les gusta vivir en este
planeta?"
El habitante
suspiró: "No, no es eso. Es sólo que hemos perdido la capacidad de ver la
belleza en las cosas simples. Nos hemos vuelto tan serios y responsables que
nos hemos olvidado de reír y de soñar. La vida adulta es una carga pesada que
llevamos sobre nuestros hombros."
Capítulo XV bis
autor Lucas
El siguiente
planeta visitado por el Principito era redondo, como todos los anteriores, y
muy, pero muy pequeño. Tan pequeño que estaba habitado solamente por un niño y
su pelota.
—¡Buen día!
—exclamó el Principito.
—¡Buen día!
—contestó el niño.
—¿Qué haces?
¿Por qué no te quedas quieto? —preguntó el Principito.
—Estoy buscando
a alguien para jugar —contestó el niño mientras seguía corriendo.
—¡Pero aquí no
hay nadie! —le dijo el Principito mientras miraba para todos lados.
—¡Espero que
algún día aparezca alguien! —le respondió el niño.
Cada vez que el
niño pasaba frente al Principito, éste le hacía una pregunta.
—¿Hace cuánto
tiempo estás esperando que aparezca alguien? —le preguntó el Principito.
—Hace 8 años
que estoy aquí, y desde que llegué todavía no había aparecido nadie… hasta que
llegaste vos.
—¿Quieres jugar
conmigo? —le dijo el niño.
—¿Qué es eso
redondo que tenés?
—¡Es una
pelota! —exclamó el niño.
—¿Y qué es una
pelota? ¿Para qué sirve? —preguntó el Principito.
—Es una cosa
redonda que se puede patear, lanzar, picar, etc.
—En tu planeta,
¿vos tenés algo para jugar? —le preguntó el niño.
—¡En mi planeta
tengo 3 volcanes, 2 en actividad y 1 extinguido, y tengo una flor! —exclamó el
Principito.
Sin importarle
mucho su respuesta, el niño le volvió a preguntar:
—¿Quieres jugar
conmigo?
—Pero si no
paras de correr, nunca podré jugar con vos —le insinuó el Principito.
—Yo paro de
correr si vos jugás conmigo —le respondió el niño.
—¿Y cómo se
juega? —le preguntó el Principito.
El niño le
respondió:
—Yo te pateo la
pelota, y vos me la devolvés pateando la pelota con el pie.
—Bueno,
juguemos —le dijo el Principito.
Estuvieron
jugando juntos el resto del día, divirtiéndose solo con una pelota. El
Principito sentía que por un rato había tenido un verdadero amigo. Pero
continuó su viaje en busca de nuevos planetas y nuevas experiencias.
Al alejarse,
siguió pensando que las personas mayores son muy extrañas, pero descubrió que
los niños son más divertidos.
En el mundo de
un adulto, esto puede referirse a intentar sacar el niño interior que todos
tenemos, sin preocuparnos por responsabilidades y ocupaciones.
Capítulo X autora María Paz
El Principito,
después de mucho tiempo de estar en su planeta sin salir a recorrer ningún
nuevo mundo, decidió que estaba aburrido y se encaminó entre las estrellas
hacia algún lugar desconocido.
Después de
flotar un largo tiempo en el vasto cielo, encontró un lugar que era el doble de
su planeta. No era muy grande, pero cabía una casa en él. El Principito pensó
que dentro debía haber alguien, así que se dejó caer suavemente en el pasto que
rodeaba la casa y se acercó a la puerta.
Tocó una vez:
no obtuvo respuesta. Tocó dos veces: de nuevo nada. Tocó tres, cuatro veces,
hasta que escuchó que alguien dentro de la casa se quejaba de la impaciencia de
la gente. Cuando el Principito vio que la puerta se abría delante de él, se
encontró con la figura de una señora mayor que lo miraba con molestia; llevaba
un delantal de cocina, el pelo algo revuelto y atado en un moño alto, y las
ojeras eran notables bajo sus ojos.
—¿Dónde te
habías metido? Te llamé hace horas para que vengas a casa, ¡hay cosas que hacer!
—dijo la señora luego de unos segundos de contacto visual con el chico.
La mujer se
hizo a un lado para que el Principito pasara e inmediatamente se dirigió a la
cocina. El niño miraba desconcertado el lugar; no parecía que hubiera más
personas viviendo en esa casa además de ella. Se acercó a la cocina y podía
sentir el cansancio luego del largo viaje.
—¿Podría
recostarme unos minutos? Estoy muy cansado luego del viaje largo que hice —le
dijo a la mujer, que le daba la espalda limpiando los platos.
—¿Acostarte? Si
no hiciste nada, ¿de qué podés estar cansado? Yo estoy levantada desde muy
temprano y no me quejo del cansancio. Anda a limpiar tu pieza mejor —replicó la
mujer mayor, dándose vuelta para mirar al Principito, quien la miraba con algo
de desconcierto ladeando levemente la cabeza.
—Entonces, ¿por
qué se levanta tan temprano? Podría dormir un par de horas más. Yo, un día de
tan cansado que estaba, dormí un día entero.
—No inventes,
nunca dormiste un día entero. Solo un día te dejé dormir unos minutos más para
que no interrumpieras mientras limpiaba el piso de la cocina —dijo, rodando los
ojos y volviendo a lavar los platos que ya estaban limpios.
—En mi planeta,
una vez dormí muchos días seguidos. Me gusta dormir, aunque también me gusta
ver el atardecer. ¿La ventana de la habitación mostrará el atardecer? —le
preguntó a la mujer, quien balbuceaba incoherencias en voz baja, sin prestarle
atención al joven Principito.
Éste, irritado
por no poder descansar y molesto porque la mujer era muy estricta, salió
discretamente de la casa. Aún cansado, pensó: “Cuando llegue a mi
planeta voy a dormir días enteros; los adultos no dejan de sorprenderme”.
Con ese pensamiento en mente, se alejó de ese extraño planeta, pensando que
quizá la señora lo había confundido con su hijo, que quizá el chico, cansado de
no poder dormir, decidió ir a algún lugar tranquilo para descansar de las
exigencias de su madre. También recordó, con nostalgia, los atardeceres de su
planeta; hacía mucho que no veía uno. Vería muchos cuando llegara… luego de
dormir, claro.
El planeta del
olvido autora Mirian
En el siguiente
planeta que visitó el Principito, se encontró con un lugar un poco triste,
sombrío, donde se escuchaban aullidos y llantos suaves y cansados.
El lugar era
como una plaza de niños y animales, pero sin vida, ni color, ni felicidad.
—¿Hola? —dice
el Principito al ver el lugar tan vacío.
—Soy el
Principito, vengo de otro planeta —dice con voz baja—.
A lo que detrás
de una piedra grande se asoma un niño de unos 6 años, todo sucio y con la ropa
rota.
—Hola —repite
el Principito—. ¿Cómo te llamas? —le pregunta.
—Me llamo Alex
—dice el niño con voz temblorosa.
—No tengas
miedo, solo estoy de pasada —le dice el Principito, un poco preocupado por la
situación del niño.
—Hace mucho no
viene nadie por aquí, solo vienen a dejarnos. Tenemos mucho hambre —le cuenta
el niño, muy triste.
—¿Dejarnos?
¿Quiénes son los demás? —pregunta el Principito.
Al instante, de
los juegos y escondites salen muchísimos niños y animales abandonados que
habitaban en ese pequeño planeta.
—¿Quién te
trajo? ¿Te quedarás o te irás? —le pregunta el niño.
—¿Quién me
trajo? —se pregunta el Principito—. Nadie me ha traído, estoy solo y me iré.
—Está bien. Ya
no hay mucho lugar, y cada tanto vienen adultos con niños y animales y se van
sin ellos —le explica el niño—. Dicen que volverán por nosotros, pero nunca lo
han hecho.
A lo lejos se
asoma una perrita muy flaca y triste.
—Ella es Luna
—dice el niño—. Hace tres soles la abandonaron.
La perrita se
acuesta en las piernas del niño y él la acaricia.
—Supongo que
los adultos crecen tanto y olvidan el camino para volver. Hay niños que hace
tanto están aquí que ya no recuerdan ni su nombre. —
El Principito
se queda en silencio, mientras observa el cielo y nota que en este planeta no
hay estrellas. Piensa que tal vez hasta ellas han sido olvidadas.
—¿Por qué no te
has ido aún? —pregunta el niño.
—Es que estoy
aprendiendo que hay cosas que no deben ser olvidadas, y los animales y niños
son una de esas cosas —le responde el Principito, a lo que el niño sonríe.
—¿Sabés? Si
plantamos una flor aquí, tal vez los adultos recordarían. Las flores a veces
hacen eso —propone el Principito y saca de su bolsillo una semilla dorada—.
—Es una semilla
de planeta, si la cuidan crecerá un lugar mejor —el niño la mira atento.
El Principito
saca otra, esta de color verde:
—Esta les
brindará alimento.
Luna empieza a
escarbar en la tierra con alegría, y el niño, llorando tal vez de felicidad,
siembra las semillas y deja caer unas gotas de lágrimas encima de la tierra. Al
instante, de la semilla dorada empiezan a salir colores, algo que en ese
planeta no había. El pasto se convierte en verde, la tierra en marrón y los
juegos se pintan de colores: rosa, rojo, amarillo y más.
Los niños y
animales celebran y le agradecen al Principito por haber llegado a su planeta y
cambiarles la vida.
EL
HOMBRE OCUPADO autora Morena
El siguiente planeta que visitó el Principito era mediantemente pequeño, apenas más grande que una casa. En él vivía un hombre flaco, con unas enormes gafas redondas y una pluma detrás de la oreja. Estaba rodeado de montañas de papeles, relojes y calendarios colgados por todas partes.
- ¡Buenos días!
–saludó el Principito–. ¿Qué haces?
- ¡Shhh! No me interrumpas, por favor. Estoy tremendamente ocupado –dijo el
hombre sin mirarlo siquiera.
- ¿Ocupado en qué?
-En organizar mi día. A las 8:00 leo los trabajos del día anterior. A las 8:05
realizo el trabajo del día y trato de terminarlo. A las 8:10 comparo los dos
trabajos hechos y realizo una lista de las tareas que puedo hacer en el día.
- ¿Y por la
noche descansas? –le preguntó el Principito.
-Por supuesto que no. Por la noche planifico cómo descansaré al día siguiente y
el sueño que me gustaría tener. Descansar sin planificar sería una pérdida de
tiempo para mi descanso ideal.
El Principito
frunció el ceño.
- ¿Y cuándo miras el cielo?
-No tengo tiempo para eso.
- ¿Y las flores?
- ¿Qué pasa con las flores?
-Bueno… en mi planeta hay una flor que me gusta, es muy linda. Yo le hablo, la
riego, la escucho suspirar. Eso me toma tiempo, pero me hace feliz.
El hombre hizo
una pausa y lo miró fijo, como si el Principito hablara otro idioma.
-La felicidad no es eficiente –dijo con seriedad.
-No se puede medir, ni programar, ni prever. Yo prefiero lo que puedo controlar
y organizar.
El Principito
guardó silencio un momento.
-Pero… no haces más que planear ahí sentado, ¿cuándo vives?
El hombre se
quedó en silencio por primera vez. Miró sus papeles, luego sus relojes. Uno de
ellos marcaba una hora que no reconocía. Otro tenía las agujas detenidas.
-Vivir… -repitió el hombre, como si fuera una palabra antigua.
- ¿Has tenido alguna vez una conversación sin calcular cuánto duraría?
–preguntó el Principito.
El hombre
suspiró.
-Me asusta perder tiempo.
- ¿Y no te asusta no usarlo para lo que realmente importa?
El hombre bajó
la mirada. Por un momento, uno de los relojes pareció dejar de hacer tic-tac.
-No lo había pensado.
El Principito
se levantó. Sabía que era momento de partir. Apreció con la mirada por un
momento uno de los relojes más pequeños, que sonaba como un corazón.
-El tiempo no se atrapa –dijo mientras se alejaba–. Pero se puede compartir.
Como una historia. Como una risa. Como una flor.
Y se fue,
dejando al hombre ocupado solo con sus papeles, sus agendas y sus relojes,
dándole una reflexión sobre lo importante.
Horas
Autor Tomás
El niño viajaba
de planeta en planeta buscando cosas que nadie sabía que existían. Un día
aterrizó en un mundo muy silencioso, donde las flores eran grises y el cielo
siempre parecía lunes.
Allí encontró a
un hombre sentado frente a grandes relojes.
—Hola —le dijo
el niño al hombre.
El hombre no
respondió, ni siquiera se movió. Era como si no notara la presencia del niño.
—¿Qué haces?
—preguntó el niño.
—Colecciono horas
—le respondió el hombre sin mirarlo.
—Cada hora trabajada es una hora ganada —remató el hombre.
—¿Y qué haces
con ellas?
—Las guardo
para después. Cuando no trabaje más, viviré.
—¿Y si ese “más
tarde” nunca llega? —preguntó el niño.
—Yo no estuve
trabajando toda mi vida por nada —dijo el hombre furioso.
El Principito
se quedó en silencio, dejando al hombre a merced de su conciencia.
El hombre,
entre todo ese silencio, exclamó:
—No puedo parar
ahora. Ya perdí muchas horas soñando, amando y jugando. No puedo perder más.
El niño tomó
uno de los relojes y lo estrelló contra el suelo, y de él salieron unas pocas
mariposas de colores.
—Tal vez no
perdiste… tal vez eran las únicas que viviste.
El niño se
marchó, dejando al hombre con sus relojes: algunos rápidos, otros lentos y
algunos rotos.
Pero entre
todos esos relojes, uno empezó a latir distinto.
Ese reloj no medía horas… sino vida.
El
Principito y el hombre que había olvidado por qué vivía autor Valentín
Había una vez, en un planeta no muy lejano del nuestro, un hombre que se
despertaba todos los días antes de que saliera el sol. Se vestía de traje,
tomaba un café sin mirar el cielo y salía corriendo a trabajar. Tenía una
agenda llena, una cuenta bancaria estable y una casa decorada con cosas caras.
Pero, cada noche al cerrar los ojos, sentía que algo le faltaba.
Una mañana, mientras revisaba correos en su oficina, escuchó una vocecita que
decía:
—Disculpe,
señor… ¿podría dibujarme un zorro?
El
hombre miró alrededor, pero no vio a nadie. Volvió a su computadora, convencido
de que era el estrés. Pero la voz volvió:
—¿Ha visto
alguna vez un atardecer? ¿Sabe cuántos colores hay en uno?
Allí, justo al lado de su escritorio, estaba un niño de cabello dorado, con
bufanda roja, ojos sinceros y mirada curiosa. El hombre lo miró con extrañeza.
—¿Quién sos? ¿Y
cómo entraste acá?
—Soy el Principito. Vengo de visita. Estoy buscando a alguien que haya olvidado
lo esencial.
El
hombre frunció el ceño y cerró su laptop.
—No estoy para
juegos. Tengo muchas cosas que hacer.
—¿Cosas importantes? —preguntó el Principito.
—Muy importantes. Tengo reuniones, cifras que alcanzar, decisiones que tomar.
El
Principito se sentó, cruzando las piernas.
—Conozco a un
hombre que contaba estrellas para sentirse rico, pero no sabía qué hacer con
ellas. ¿Y vos qué hacés con tus días?
El
hombre no supo qué responder. Algo dentro de él se removió. Llevaba años trabajando
sin detenerse a preguntar para qué. Creía que avanzar era vivir, que producir
era ser útil, que lograr era suficiente.
Pero hacía tiempo que no reía. Ni lloraba. Ni soñaba.
—¿Y vos qué
hacés? —le preguntó al niño, como para desviar la conversación.
—Yo cuido una rosa. A veces la riego, a veces le hablo. Ella es única para mí.
—¿Una flor? ¿Eso es todo?
—Lo esencial es invisible a los ojos —respondió el niño, sonriendo.
Esa noche, el hombre no pudo dormir. Pensó en su infancia, en los días en que
miraba las nubes buscando formas, en las veces que se reía sin razón. Recordó
que, cuando era pequeño, quiso ser explorador, o músico, o pintor. Pero con el
tiempo, le dijeron que eso no daba dinero. Que lo importante era tener un
título, una carrera, una casa, una pensión. Así fue olvidando sus colores, su
zorro, su rosa.
Al
día siguiente, el Principito lo esperó en el mismo lugar.
—He visitado
muchos planetas —le dijo—. En algunos, los adultos están tan ocupados que no
escuchan. En otros, se han olvidado de preguntar por qué hacen lo que hacen.
¿Tú recuerdas tu “por qué”?
El
hombre negó con la cabeza.
—Yo sólo quiero
tener estabilidad. Seguridad. Un futuro.
—¿Y el presente? —preguntó el niño.
Silencio. La pregunta dolía, como una verdad que había estado escondida bajo
montañas de rutina.
Pasaron los días, y el hombre empezó a mirar diferente su mundo. Notó que en la
oficina nadie se miraba a los ojos. Que los ascensores estaban llenos de gente,
pero vacíos de palabras. Que todos corrían, pero pocos sabían hacia dónde.
Un
viernes, salió más temprano y fue al parque. Se sentó en una banca, solo, y vio
cómo los niños corrían detrás de mariposas. Escuchó la risa de una niña que
soplaba burbujas. Olió el perfume de una flor.
El
Principito apareció a su lado.
—Cuando uno
está triste, los atardeceres son más bellos —dijo.
—Estoy triste —confesó el hombre—. He vivido como si todo fuera urgente, pero
ahora no sé qué sentido tiene.
—Has olvidado mirar con el corazón —dijo el niño.
—¿Y cómo se hace eso?
—Escuchando. Sintiendo. Deteniéndote.
El
hombre miró el cielo. Una nube con forma de elefante dentro de una boa le hizo
sonreír.
Esa noche, el hombre escribió una carta a sí mismo. En ella decía:
“Hoy comprendí
que vivir no es solo sobrevivir. Que tener éxito no significa tener paz. Que la
prisa mata los detalles. Que he olvidado lo más importante: quién soy y qué
amo. A partir de ahora, intentaré volver a mí. No será fácil, pero quiero
encontrar mi rosa.”
El
lunes siguiente, renunció a un proyecto que lo consumía. Recuperó los sábados
con su hija. Volvió a tocar la guitarra, aunque sus dedos estuvieran torpes.
Plantó un rosal en su jardín.
Ya
no vivía solo para producir. Vivía para sentir.
El
Principito lo visitaba de vez en cuando. Siempre traía una nueva pregunta. Y
cada vez, el hombre tenía menos respuestas automáticas y más silencios
sinceros.
Un
día, el niño se despidió.
—Ya no me
necesitás —le dijo—. Has vuelto a mirar con el corazón.
El
hombre lo abrazó.
—Gracias por
recordarme lo esencial.
—Recuerda que solo se ve bien así —dijo el niño, tocándose el pecho.
Y se fue, dejando una estela dorada en el aire, como un cometa que señala el camino de regreso a casa.
La Reina autor Alexander
El Principito llegó a un planeta lleno de
vida. Era un lugar muy verde, con muchas flores, plantas tropicales y animales
que cuidaban el ambiente de los invasores que intentaban corromper la
naturaleza.
Quedó fascinado, hasta que notó algo
extraño: un hilo dorado que lo guiaba hacia un templo escondido.
Caminó durante horas, hasta llegar cansado.
Se recostó sobre una planta y se quedó dormido. Despertó de golpe por los
ruidos de varios animales alrededor del templo.
El Principito se asustó, pensando que
lo atacarían. Pero ellos le dijeron que solo estaban cumpliendo con su
responsabilidad: proteger el templo para que nadie despertara a la Reina.
—Ella duerme en un sueño
profundo —le explicaron—. Si despierta, se alimentará de la energía de las
plantas, y toda la naturaleza moriría.
Nuestro amigo de cabellos dorados sintió una
mezcla de miedo y curiosidad. Quería conocer a la Reina, aunque sabía que era
peligroso. Decidió entrar al templo de noche, a escondidas.
Dentro, todo estaba oscuro y lleno de
pasillos. Por suerte, encontró de nuevo el hilo dorado y pudo guiarse en
silencio, cuidando de no hacer ruido ni activar trampas. Tras un largo rato
llegó hasta una puerta entreabierta. Desde su interior se escapaba una luz intensa,
y el hilo dorado lo llevaba hacia allí.
Al entrar, vio a una mujer mayor, vestida de
dorado. De ella parecía nacer el hilo brillante. Estaba acostada en una cama de
oro con diseños extraños. En su mano derecha sostenía una libreta.
El Principito la tomó con cuidado y
comenzó a leer. Allí estaba escrita la historia de la Reina: hablaba de cómo
había vivido tranquila en ese planeta, sola con su hijo, al que llamaba el
principito.
El niño quedó sin palabras. Comprendió que
aquella mujer era su madre.
Siguió leyendo y descubrió que, en un día cualquiera, la Reina decidió
abandonar a su hijo en un planeta cercano, pensando que allí podría crecer por
sí mismo. Sin embargo, no explicaba el motivo de aquella decisión.
El Principito sintió una profunda decepción.
Dejó la libreta en el suelo y salió del templo con el corazón pesado,
sintiéndose rechazado por lo que había descubierto. Finalmente, volvió a su
planeta, decidido a seguir adelante con su vida y olvidar el abandono.
Autor: Imanol
Luego de mucho tiempo viajando por el espacio, encontrándose con planetas nuevos y sus particulares habitantes, el Principito hizo una última parada antes de llegar a la Tierra, en particular, un planeta que le llamó la atención debido a su color: un color rojizo que se podía distinguir a kilómetros de distancia. En él se detuvo para investigarlo más a profundidad, ya que era un planeta más grande de lo habitual. Durante esta exploración, se fue asombrando del hermoso paisaje que este planeta ofrecía: montañas con senderos anchos entre ellas, vastas planicies, enormes cráteres, etc. Y durante este estado de asombro e intento de asimilarlo, tropezó con un gran objeto metálico con brazos y cayó dentro de uno de estos cráteres, rodó sin control hasta que, cuando estaba por llegar al fondo del mismo, su cabeza chocó con una piedra y quedó inconsciente.
Luego de 20 minutos, se despertó muy mareado
como para poder ponerse de pie y escuchó, a lo lejos, voces que se iban
acercando de a poco.
—¡Oye!… ¿Estás bien?
Eran dos voces, una masculina y otra
femenina, que se intercalaban constantemente y se iban alejando.
—Sí, eso creo —respondió el
Principito—. Me tropecé con un pedazo de metal y caí rodando hasta que esta
piedra detuvo mi trayectoria sin control.
—Sí… te golpeaste… muy fuerte
—dicen las voces—. No eres… de por aquí… ¿no? —preguntan las voces.
—No, soy un viajero perdido en
busca de un planeta adecuado para vivir —responde el Principito.
—Pues entonces… encontraste…
el planeta… perfecto —afirman las voces.
—¿Pero por qué andan con tanta
prisa? —pregunta el Principito.
—Porque no… nos da el… tiempo
para… hacer nuestro… trabajo —contestan las voces.
—¿Qué es un trabajo? —pregunta
el Principito.
—Es algo… que tú haces… para
obtener… algo a cambio —responden las voces—, por ejemplo… dinero.
—¿Qué es el dinero? —cuestiona
el Principito.
—El dinero… se utiliza… para
comprar… alimentos… bienes y servicios… entre otras cosas.
—¿Qué son los bienes y
servicios? —pregunta el Principito.
—Oye, niño… no tenemos tiempo…
para tus preguntas… incesantes —responden con cierta incomodidad las voces.
—¿Pero por qué no puedo
preguntar? —se atreve a comentar el Principito.
—Porque no… nos da el… tiempo
para… terminar nuestros… trabajos, y tú… nos distraes… con tu monólogo… de
preguntas —contestan las voces ya con un tono más fuerte.
—Pero yo soy así, no conozco
nada y soy una persona curiosa, con el afán de descubrir todo en este universo
—contesta el Principito con un tono medio apenado.
—Si no nos… vas a ayudar… entonces
lárgate… y no fastidies… mocoso —responden las voces ya casi sin paciencia.
—Está bien —responde el
Principito—, me largo, no vengo a un planeta para que me insulten y me traten
de mala manera.
El Principito se marchó, ofendido y disgustado por lo que había sucedido en este planeta, aunque también un poco triste, ya que no pudo explorar más a profundidad este planeta tan misterioso.
El espejo africano: Autora Paloma 2do año
Atima Silencio se fue de viaje
con su mejor amiga, y Atima Silencio se enamoró de un chico. Su amiga, que se
llamaba Raquel, se enamoró de otro chico. Atima Silencio se quedó embarazada de
su novio, que se llamaba Teo.
Tres años después, Teo le regaló
un espejo. La amiga de Atima Silencio también quedó embarazada de su novio, y
el novio de Raquel le dio de regalo un collar.
Dos años después, se casó
Atima Silencio con Teo. Seis años después, se casó Raquel con su novio, Tony.
Y después, el hijo de Atima
Silencio se fue al espejo; allí demostró su cara feliz y triste. Cuando iban a
viajar, se compraron otro espejo, que ellos llamaban:
—¡Espejito, espejito! ¿Quién
es la más hermosa del mundo?
Y el espejo respondió:
—¡Tú eres la más linda del
mundo!
Cuando el espejo dijo eso, ella se puso feliz. Conoció a un nene, y el papá, que se llamaba Tony, no la dejó tener un novio. Entonces, el nene le dijo al papá de su novia:
—¡Fin!
EL COFRE DE LOS RECUERDOS autor: ALOMA, BENJAMÍN (2° II)
Atima Silencio tuvo un hijo mientras vivía
en Mendoza, Argentina. El hijo, llamado Carlos Silencio, encontró el espejo que
tanto adoraba su madre. Lo encontró en una caja enterrada en su patio. Le
preguntó a su mamá: “¿De quién es este espejo?”. Con los ojos llorosos, Atima Silencio
le respondió: “Ese espejo era de mi abuela, llamada Atima, que se lo había
regalado mi abuelo Imaoma. Mi abuelo lo creó, hecho de ébano oscuro”. Al
enterarse de eso, Carlos Silencio fue directo a lo de un amigo.
En la casa del amigo, el espejo se puso
brillante y en él apareció una frase: “Ve al arroyo y verás algo”.
Carlos Silencio fue junto a su amigo al arroyo.
En el viaje, el espejo empezó a vibrar; cuanto más se acercaban al arroyo, más
vibraba. En un momento, el espejo empezó a reflejar un texto que decía: “I
J K L”.
Llegaron al arroyo y encontraron una caja
enorme que requería una clave para poder abrirse. Al amigo de Carlos se le
ocurrió poner los dígitos previos en la cerradura, ésta se abrió y de repente
el espejo empezó a volar y reflejó unas imágenes donde se veían Atima e Imaoma
regalándole el espejo a Atima Imaoma, y Atima Imaoma regalándoselo a Atima Silencio.
Atima Silencio pasa por muchas cosas y se ve que lo guarda en su patio enterrándolo,
y el espejo se apaga.
España - Año 1820
La luna se cerraba, las nubes
se despejaban, el sol reaparecía y un mar de colores cálidos inundaba el cielo;
otro día, otro despertar, otra oportunidad. Esa tarde de 1820 para Dorel era
perfecta para salir en busca de un buen público que disfrutara de escuchar su
violín. Como era de esperar, su ansia se hacía reflejar como un espejo nuevo.
Al cabo de 15 minutos, Dorel
salió emocionado hacia la plaza. Al llegar con su entusiasmo, vio un montón de
gente; sus caras eran más aburridas que cumpleaños sin torta ni pelotero, pero
aun así Dorel empezó con su pieza musical. Dejó su espejo enmarcado en ébano en
el piso mientras empezaba a tocar. Al cabo de veinticinco minutos de estar
tocando, se percató que su espejo no estaba por ninguna parte, ni siquiera en
su bolso. Mientras lo buscaba, una dama de aspecto elegante, con guantes,
sombrero y lentes de sol, le habló:
—¿Cómo un jovencito tan
talentoso como tú toca en las calles?
—No lo sé, señora. Ni sé si
soy talentoso.
—Sí lo eres. ¿Sabes qué? Ven a
mi estudio, hoy a las 5:00. Tendrás tu oportunidad más grande allí.
—No lo sé… Pero sí, iré.
—Está bien. Te espero, joven.
El espejo llegó a las manos de
una ladrona llamada Mariela; lo sostuvo y su cara reflejaba felicidad, como
cuando a un niño se le da un dulce; pero eso era por el dinero que iba a ganar
subastándolo ilegalmente. Antes de robarlo, ella vio reflejado en el espejo a
un hombre de aspecto adinerado riéndose; le pareció raro, pero lo tomó igual.
Al entrar a la gala de
subastas, sus ojos brillaron como estrellas; tantas damas elegantes, hombres de
traje… sin duda con esta gente de bolsillos llenos ganaría unas monedas. El
presentador de traje se levantó y soltó una carcajada.
—¡Buenas noches, amigos!
Preparen sus bolsillos para las subastas anuales —dijo con entusiasmo.
A los minutos, Mariela empezó
a subastar su objeto diciendo:
—¡Buenas noches, amigos míos!
Hoy subastaré un espejo del tamaño de la palma de la mano enmarcado en ébano.
En ese instante, las ofertas saltaron
como un conejo.
—¡Te ofrezco 100 dólares!
—dijo una mujer.
—¡Yo 300! —saltó alguien
atrás.
—¡Yo te doy 900 por él! —dijo
un hombre.
—¡Yo ofrezco 10.000! —dijo el
hombre de la subasta.
—¡Vendido! —dijo el hombre de
traje.
Al ponerse el sol, la subasta
terminaba, pero la pesadilla de Mariela recién comenzaba…
Al terminar la subasta,
Mariela fue en busca de su dinero. Al llegar con el hombre le dijo:
—Hola, señor. Vine por mi
dinero.
—¿¿De qué dinero hablas??
—respondió él.
—Le hablo del espejo que le
vendí, señor…
—¿En serio creíste que pagaría
tanto, tanto, por un espejo oxidado y horrible?
—Pero yo creí…
—¡Pero nada! ¡Fuera! —dijo él.
Al darse cuenta que no era
ningún tipo de broma, Mariela salió con un río de lágrimas en sus ojos, salió
corriendo y se fue. El hombre miró satisfecho el objeto que había adquirido
gracias a su estafa. Al llegar a casa sintió ese gran vacío que llenaba su
cuarto cada noche, se puso a pensar y se dijo para sí mismo:
—¿Estaré haciendo bien?
Entonces se dio cuenta. Se preguntó
si su vida tenía un propósito alguno, algo que tuviera que hacer para llenar
ese vacío; entonces vio en el espejo reflejado un vacío que no podía explicar o
expresar con palabras. Pero ¿qué significaba? Para despejarse, salió a caminar.
Al frente de la calle, una sombra se hacía más grande y más, y más y más; esa
sombra lo seguía como si estuviera pegada a él, como un chicle en su zapato.
Esa sombra lo siguió por más que intentara quitársela. Se sentía como una
puntada al pecho. Le dolía mucho, lo hacía sentir mal y muchas cosas negativas…
pero ¿por qué? ¿Qué había hecho mal? ¿Era su culpa? Muchas cosas así invadieron
su mente. El hombre entró en pánico y salió corriendo hasta que chocó con
alguien. Era Mariela. Él cayó despavorido al piso, pero una luz lo iluminó y le
dijo:
—Levántese, yo lo ayudo.
Él le preguntó:
—¿Pero por qué después de lo
que te hice me ayudas?
—Verá… desde que soy niña me
enseñaron a no guardar rencores, ya que son malos para la paz mental y para el
corazón; así que eso no va conmigo.
—Perdóname, pero ¿para qué
necesitabas el dinero del espejo? ¿Y de dónde lo obtuviste?
—Yo… —suspira— lo robé, señor…
—¿Pero por qué??
—Es que mi niña sufre de una
enfermedad y necesitaba el dinero…
—Mira, te daré el dinero, pero
¿a quién le robaste el espejo?
—Lo tomé del bolso de un
violinista de la plaza.
—Ten, toma el dinero, pero
devuelve este espejo, ¿sí? Uno nunca sabe cuánto valor puede tener un objeto
para alguien.
—¡Ok, eso haré!
En ese momento, la sombra del
hombre comenzó a desvanecerse como una neblina. El hombre suspiró y salió
caminando hacia su hogar…
Mariela corrió más rápido que
la luz del sol hacia la plaza, pero su camino se hacía infinito. Al fin llegó a
la plaza; ni bien vio al violinista, corrió a abrazarlo y sus ojos se llenaron
de lágrimas.
—¿Quién eres? —dijo Dorel.
—Eso no importa, ten tu
espejo; es algo de tu propiedad.
—Gracias.
—¿Cómo te llamas? Me gustó tu
pieza en violín.
—Yo me llamo… me llamo Dorel.
El hijo de Atima Silencio autor David
José Imaoma sabía que había
pasado mucho tiempo de su vida viviendo con una parte de él que faltaba.
Él quería saber el pasado de su familia, de sus abuelos; quería saber de dónde
venía.
Así que le preguntó a su
madre. Atima Silencio le dijo que su mamá había muerto cuando ella era chica, y
que le había dado un espejo enmarcado en ébano que la acompañó toda su vida.
Era muy preciado para ella, claramente, porque fue el único recuerdo de su
madre.
José le preguntó si podía
darle el espejo. Atima se lo dio, y José se miró: el espejo le mostró un lugar
que parecía medio abandonado.
Pensó un momento: ese lugar podría ser la clave para saber mi pasado... ¡o,
si no, puede ser un tesoro!
José se emocionó por lo que le había mostrado el espejo.
Pensó cómo podría llegar a ese
misterioso lugar.
—¡Sí! ¡Eso es! —dijo—. Yo vi a Raquel esconder un pergamino debajo de una
madera rota en el piso de arriba.
Fue corriendo, levantó la
madera y... había una pequeña caja que contenía una nota que decía:
"Vive tu vida, sé feliz y busca tu camino haciendo lo que te
gusta."
José se quedó inmóvil por unos
segundos, pensó y aceptó dejar su pasado atrás y mirar hacia adelante.
Desde ese momento, José y su familia fueron felices y comenzaron a vivir con
alegría todos los días.
Capítulo 10 autor Isaías
José
Imaoma, el hijo de la señora Fátima Silencio, continúo sus sueños que tenía
desde pequeño que era formar una familia y hacer abuela a su madre.
José
Imaoma trabajaba mucho para brindarle todo a su madre y que no le falte nada.
José
era un joven de 20 años y todavía no había podido cumplir sus sueños.
José
siempre quiso saber sobre su futuro, pero él pensaba que eso era imposible,
hasta que un día tuvo una pesadilla y el veía una puerta que él quería abrir
pero estaba cerrada y sentía que la puerta tenía algo que necesitaba o quería.
Después
de un tiempo el joven limpia su casa como siempre mientras repasaba el techo
con una escoba encontró una manija en el techo y tiro era un ático secreto y
por curiosidad trajo una escalera se subió y encontró muchas cosas tiradas como
telas, las destapo y encontró muchas
reliquias.
Lo
que le sorprendió fue un espejo con un marco de ébano y con mucho polvo encima
que llevo a la mesa y lo limpio el muchacho decidió colgarlo en su baño.
Esa
misma noche el tuvo la misma pesadilla de la puerta, pero esta vez él pudo
abrir y vio algo que lo dejo paralizado, era el espejo de ébano y veía muchas
cosas y escuchaba voces, pero nada claro y a la mañana siguiente él se despertó
fue al baño, miro el espejo y se vio a él con una bella joven con una hermosa
niña.
El
joven estaba confundido giro y no vio a nadie. Después de esa escena inquietante
José no tuvo más pesadillas.
Al
año José conoció a una joven bella. Se enamoró, a los pocos meses se casaron y
tuvieron un hijo.
José Imaoma al tiempo se dio cuenta que la visión que había tenido en el espejo ese día no había sido en vano y que el espejo le definió el futuro y le había hecho cumplir sus sueños.

