Libro de literatura:
Cupido es un murciélago
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20 CUENTOS DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ PARA LEER EN LÍNEA
El Nobel de Literatura 1982, Gabriel García Márquez, además de sus
grandes novelas ha desarrollado una maravillosa labor en el cuentos:
Escribir este link en google y te lleva a los cuentos:
http://www.elclubdeloslibrosperdidos.org/2017/03/20-cuentos-de-gabriel-garcia-marquez.html
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Obras, historias del escritor Uruguayo Eduardo Galeano:
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“El fantasma de Nito” de Alibel Lambert
en Historias urbanas:
10 leyendas para no volver a
dormir. Editorial Maya.
Era el
mes de agosto del año mil novecientos sesenta y nueve. Me encontraba
en Belén de Escobar con mi primo Juanjo. Ese día, luego de una larga espera, al
fin debutaba el equipo de “La maquinita”. Me contaba mi primo, mientras esperábamos el comienzo
del partido, que lo habían nombrado así por usar la misma camiseta que el
plantel de River Plate. Estaban todos
muy entusiasmados pues su mayor deseo era poder llegar a la Liga Bonaerense. Pero
para esto debieron
levantar una sede, que lograron construir con mucho esfuerzo: tras ponerse a
vender rifas, organizar asados y en los partidos choripanes, habían logrado
reunir el dinero suficiente luego de varios años, para levantar dicha sede. Esto se lo debían a Nito.
Era el
emprendedor número uno del equipo, pero hacía algunos días que había fallecido.
Entonces
me contó lo que había pasado. Nito se encontraba separado de su mujer hacía
varios meses y ella estaba viviendo con sus padres. Un día fue a buscarla a la
casa de ellos pero, desilusionado por la separación, había comenzado a beber y llegó bastante alcoholizado.
Comenzó a llamarla a gritos desde el terreno baldío de al lado, desde donde
podía ver, a través del cerco de alambre, la ventana del dormitorio de ella. Al
escucharlo, y viendo el estado en el que se encontraba, se negó a salir. Pero
sí fue su padre, quien lo fue a buscar hasta el baldío, más dado el
estado de Nito, llevó consigo una escopeta para asustarlo y obligarlo a que se
marche. Así se inició una acalorada discusión entre los dos hombres, que
continuó a los puñetazos, por lo que el anciano, al verse superado, tomó
nuevamente el arma para asustarlo.
Desgraciadamente
el arma se disparó y Nito se desplomó en el suelo. Murió luego de una larga
agonía. Mi primo secó sus lágrimas, en ese momento anunciaban a los equipos, y
para “La Maquinita” era su primer debut como equipo de la liga. Comenzó el
partido. Los muchachos estaban muy entrenados, los goles se sucedían uno tras otro. A pocos
minutos de finalizar el partido iban ganando con gran ventaja. La tribuna de “La
Maquinita” estallaba de entusiasmo, ante la enorme emoción de los minutos
finales.
Entonces
alguien comenzó a gritar…
-¡Miren,
está Nito en el arco!
Con
gran asombro, todas las miradas se fijaron en el arco. En ese momento, recuerdo
como si aún lo estuviera viendo, en el fondo del arco, flotando sobre una
extraña nube oscura había un fantasma. El fantasma… de Nito.
“Fantasma” de Alibel Lambert
Era
una noche tibia de principios de abril. Una paz profunda invadía el aire. Nos
encontrábamos solos, la noche y yo. Era un momento ideal, en él podía volar en
alas de lo arcano, de lo irreal, con mis sueños, con mis deseos, con mis
anhelos, sentía aquel mundo tangible. Aunque sabía que este sentir nacía desde
mis adentros, desde ese interior quimérico e incierto, que se gestaba en mí,
tras el deseo de una forma de vida diferente; colmada de aconteceres
fantásticos que poblaran toda mi existencia. Se acrecentaba la noche, desde las
sombras llegaban a mis oídos los sonidos comunes. Cuando de pronto, algo alertó
a las nocturnas aves que dormitaban sobre el viejo roble erguido en medio del
no muy lejano cementerio, se agitaban alborotadas. Yo desde mi ubicación no
podía divisar nada que provocara aquello. Aunque, ciertamente, me hallaba algo
lejos, sentado en el marco de la ventana de mi habitación en la planta alta de
mi ancestral casa. Sin embargo, sí pude sentir sobre mi piel, el inconfundible
frío que sólo produce la proximidad de la muerte. Observé entonces, con más
detenimiento, buscando detrás de la arboleda del pequeño bosque que cerca el
lugar, entre las sombras de las estatuas, cruces y criptas de aquel antiguo
cementerio en plena destrucción por el paso del tiempo, pero no pude divisar
nada extraño.
Entonces, decidí entrar en mi habitación, aquella ventisca helada
arremetía contra mí, obligándome a dejar mi sitio para buscar el cálido refugio
de mi casa. Quise revelarme, el extraño presentimiento de algo inesperado me
inducía a quedarme. Pero la ventisca, con más fuerza me castigaba ahora. Estaba
entumecido por el frío, me dispuse a entrar. De pronto, divisé una imagen fugaz
de un blanco transparente, que vagaba entre las negruzcas y tétricas tumbas.
Aún así, no experimenté terror alguno. Me di cuenta que necesitaba, desde muy
adentro, creer en aquel submundo perdido en las tinieblas; una fuerza
misteriosa me arrastraba a ello.
Me
quedé inmóvil contemplando aquel fantasma. Su vestido largo y sutil, flotaba
suavemente con la brisa, iluminándose con los rayos blancos de la luna, al
igual que los largos rizos de su claro cabello. Era una imagen fantástica.
Jamás, de los años que tengo, había visto u oído sobre algo así. Me hallaba
próximo al encantamiento. No podía reaccionar, es más, no deseaba hacerlo. Pues
sabía, que llegado el caso, perdería el misterioso hechizo que la bella ánima
parecía infundir en mí, y no quería permitir aquello. La sensación que
experimentaba aquella noche, deseaba, desde lo más profundo, fuese eterna. Al
cabo de fugaz momento desapareció, cubriendo de soledad al mausoleo y a mí.
Permanecí allí varios minutos más esperando su regreso. Pero no sucedió. Esta
ansiedad perduró por días y cada noche, volví a mi sitio a esperarla. Luego de
un tiempo decidí no sentarme más en la ventana, creo que pensaba que ella había
podido verme y por ello se ocultaba. Yo soñaba con ella. Durante varios meses
dejé de contemplar el cementerio. Una noche creí enfermar por el dolor de ya no
verla.
Como
en una telaraña me sentía atrapado. Solo y desesperado vagaba por la casa. En
mis delirios, cada sombra tomaba en los rincones la apariencia nefasta de la
muerte. Llegué a encender cada una de las luces de mi casa. Ya no dormía, pues
en los sueños, también la imagen de la muerte me acosaba. Hasta que cierta
noche, sentí que una brisa fresca me envolvía. Fue entonces, cuando inmaculada
luz blanca surgió desde uno de los muros de mi alcoba, y envuelto en ella se
corporizó su espíritu y volví a verla. Suavemente se acercó a mí, tomó mis
manos sin dejar que su tierna mirada se apartase de la mía. Al contacto con mis
manos pude sentir las suyas, frágiles, delicadas y muy frías. Luego giró y sin
soltarme, me guió por el camino. Una extraña bruma comenzó a cubrirlo todo
lentamente, aún mi casa. Nos alejábamos de ella poco a poco, acercándonos cada
vez más al cementerio. Al llegar a él atravesamos los portales y, al hacerlo,
comenzaron a surgir desde las tumbas las ánimas. Se arrimaban tétricas y
semi-descarnadas se corporizaban. Tuve deseos de huir apresuradamente, más ella
sujetaba mi mano y su mirada, implorante me pedía que siguiera sus pasos. Lo
hice. Así llegamos hasta una antigua cripta, cuyas puertas de reja enmohecidas
se abrieron para darnos paso. Adentro se hallaban dos féretros antiguos
cubiertos por mantones de encaje centenario. Se detuvo frente a ellos y
lógicamente, yo también lo hice.
Más busqué sus ojos, no podía entender lo que
quería. Entonces, tiró los mantos al suelo, quedando los cajones descubiertos,
y a través del pequeño vidrio de sus tapas, pude reconocernos en el rostro de
los muertos.
Ella
volvió a sonreír tiernamente. Entonces comprendí por qué el aspecto abandonado
de mi casa, y mi forma de vida diferente, quimérica e incierta…
Fin.
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La otra ciudad de Pablo de Santis
Supongamos que un hombre espera en
un bar a una mujer. Es una historia conocida: la mujer se demora. Par ano
aburrirse, el hombre mira una guía la ciudad, mientras piensa en los lugares
donde nunca estuvo. Se da cuenta entonces de que dos ciudades posibles lo
acechan. En una, la mujer, nerviosa, atraviesa calles atestadas, sufre en un
taxi atascado, o corre por los pasillos del subte, sin atreverse a mirar los
relojes que cuelgan de lo alto. En la otra ciudad, la mujer, encerrada en su
departamento, ensaya una excusa cuya verosimilitud no le importa, porque la
excusa es una aproximación a la mentira que hace la verdad.
Como un viajero perdido, el hombre
trata de reconocer en cuál de las dos ciudades está. Mira su reloj, que no
funciona. Alguna vez estuvo por tirarlo, pero terminó convertido en
amuleto. En el cuadrante del reloj
muerto la oscuridad avanza: aunque no funcione, igual marca el paso del tiempo.
Comprende que habita la segunda ciudad, el escenario de la mujer imposible.
¿Cómo se dejó engañar? ¿Acaso no vio las
grietas en los edificios, las caras gastadas por la indiferencia y el
cansancio?
El pocillo, el vaso de agua y la
jarra de metal le parecen objetos horribles que están allí para atormentarlo.
En el momento en que decide irse, entra la mujer. Dice Hola, lo besa, se sienta
y le sonríe; le pregunta por qué la mira
con esa cara del que está perdido en una ciudad extranjera. Él improvisa una
excusa –que es la aproximación a la verdad que hace la mentira- mientras oye un
estruendo lejano: el derrumbe de la ciudad aborrecida.
Ruidos nocturnos de Pablo de Santis
(libro Rey Secreto).
Tengo el sueño intranquilo.
Apenas oigo un ruido me levanto en medio de la noche y recorro la casa para ver
si todo está en orden. Tomo un vaso de agua, la cañería resuena como el vientre
de un monstruo. Mis pasos despiertan a mi vecino, que se inquieta y se levanta,
despertando a otro, que a su vez despierta el sueño de alguien más,
provocándole una pesadilla de la que despierta con un grito. En casas alejadas
oyen ese grito, y los nuevos movimientos despiertan a otros vecinos de más
lejos aún.
Finamente, después de
recorrer la casa me vuelvo a dormir. Pero la ola de alarma y de miedo ya
alcanza los rincones últimos de la ciudad.
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Obras, cuentos, historias escritas por Julio Cortázar
Palabras: Julio Cortázar: “Los cuentos son criaturas vivas y
respiran”.
Los exploradores
Tres cronopios y un fama se
asocian espeleológicamente para descubrir las fuentes subterráneas de un
manantial. Llegados a la boca de la caverna, un cronopio desciende sostenido
por los otros, llevando a la espalda un paquete con sus sándwiches preferidos
(de queso). Los dos cronopios-cabrestante lo dejan bajar poco a poco, y el fama
escribe en un gran cuaderno los detalles de la expedición. Pronto llega un
primer mensaje del cronopio: furioso porque se han equivocado y le han puesto
sandwiches de jamón. Agita la cuerda, y exige que lo suban. Los
cronopios-cabrestante se consultan afligidos, y el fama se yergue en toda su
terrible estatura y dice: NO, con tal violencia que los cronopios sueltan la
soga y acuden a calmarlo. Están en eso cuando llega otro mensaje, porque el
cronopio ha caído justamente sobre las fuentes del manantial, y desde ahí
comunica que todo va mal, entre injurias y lágrimas informa que los sándwiches
son todos de jamón, que por más que mira y mira entre los sándwiches de jamón
no hay ni uno solo de queso.
En
Historias de Cronopios y famas de Julio Cortázar.
Conservación de los recuerdos
Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: Luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: «Excursión a Quilmes», o: «Frank Sinatra».
Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: «No vayas a lastimarte», y también: «Cuidado con los escalones.» Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras en las de los cronopios hay una gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempre de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas
en su sitio.
Propiedades del sillón de Julio Cortázar
En casa del Jacinto hay un sillón para morirse. Cuando la gente se pone vieja, un día la invitan a sentarse en el sillón que es un sillón como todos pero con una estrellita plateada en el centro del respaldo. La persona invitada suspira, mueve un poco las manos como si quisiera alejar la invitación y después va a sentarse en el sillón y se muere. Los chicos, siempre traviesos, se divierten en engañar a las visitas en ausencia de la madre, y las invitan a sentarse en el sillón. Como las visitas están enteradas pero saben que de eso no se debe hablar, miran a los chicos con gran confusión y se excusan con palabras que nunca se emplean cuando se habla con los chicos, cosa que a éstos los regocija extraordinariamente.
Al final las visitas se valen de cualquier pretexto para no sentarse, pero más tarde la madre se da cuenta de lo sucedido y a la hora de acostarse hay palizas terribles. No por eso escarmientan, de cuando en cuando consiguen engañar a alguna visita cándida y la hacen sentarse en el sillón. En esos casos los padres disimulan, pues temen que los vecinos lleguen a enterarse de las propiedades del sillón y vengan a pedirlo prestado para hacer sentar a una u otra persona de su familia o amistad. Entretanto los chicos van creciendo y llega un día en que sin saber por qué dejan de interesarse por el sillón y las visitas. Más bien evitan entrar en la sala, hacen un rodeo por el patio, y los padres, que ya están muy viejos, cierran con llave la puerta de la sala y miran atentamente a sus hijos como queriendo leer su pensamiento. Los hijos desvían la mirada y dicen que ya es hora de comer o de acostarse.
Por las mañanas el padre se levanta el primero y va siempre a mirar si la puerta de la sala sigue cerrada con llave, o si alguno de los hijos no ha abierto la puerta para que se vea el sillón desde el comedor, porque la estrellita de plata brilla hasta en la oscuridad y se la ve perfectamente desde cualquier parte del comedor.
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Cuentos de
Masliak, Leo
9 DE JULIO
Buenos Aires,
Argentina. Día de sol. Avenida 9 de Julio. Semáforo rojo. Se junta gente que
quiere cruzar. Enfrente también. El semáforo demora. Viene más gente por ambos
bandos. Cada destacamento mira firmemente el semáforo opuesto, haciendo acopio
de fuerzas. “Ánimo, muchachos”, dice un individuo a sus compañeros de acera,
“ya llegará el día en que podamos cruzar”. Los demás lo reconocen
inmediatamente como su líder. “Quizás algunos mueran en la empresa”, sigue
diciendo él, “pero esos quedaran para siempre en nuestros corazones”. El
semáforo continúa en el rojo. En frente, el bando contrario designó como líder
a una mujer. Su aparatoso tren delantero la hace especialmente apta para
violentos impactos frontales con peatones de sentido opuesto. “Estamos contigo,
Tatiana” le gritan algunos. “Ese no es mi nombre” contesta ella, pero
igualmente lo asume, como Wojtila el de Juan Pablo. Desde enfrente, el otro
líder la mira, y le muestra el dedo medio de su mano derecha. Sus camaradas,
hombres y mujeres, lo imitan. Algunos tienen binoculares y eligen contra quien
van a chocar. Otros despliegan la navaja de su alicate, y la exhiben a modo de
proa. De pronto, semáforo amarillo. Un estudiante, de los de Tatiana, pregunta
si puede pintar de azul el vidrio amarillo del semáforo que está de su lado,
para que quede verde y los del bando contrario, al tratar de cruzar, sean
apisonados por los coches. La jefa le pide paciencia, y le asegura que a su
debido tiempo ningún adversario quedará en pie. El estudiante recita a García
Lorca “verde que te quiero verde”. Por fin el semáforo cambia. “A ellos”, grita
el líder de enfrente, “hay que enterrarlos en el asfalto; el sol esta de
nuestra parte y ya lo reblandeció un poco”. Ambas cohortes inician su marcha
hacia la colisión. Tatiana se acomoda el corpiño. El otro líder acomoda a su
gente por orden de altura. “Las mujeres y los niños primeros”, dice. Todos
avanzan con paso resuelto. Los autos, inmóviles, observan el espectáculo, y una
cuadrilla de niños marginales que habitualmente se dedica a limpiar los vidrios
de los coches a cambio de monedas, está ahora levantando suculentas apuestas
referidas al desenlace de la cruzada peatonal. Atención, faltan pocos metros.
Ya está, ya está. Dos pasos, un paso. Y entonces, súbitamente, todos cambian
radicalmente su actitud. Empiezan a pedirse permiso unos a otros y a
esquivarse. Se acabó Tatiana. Apenas si se producen algunos roces totalmente
inocuos. Nadie cae, nadie es aplastado. Todos llegan a destino, a las
respectivas aceras de enfrente, y continúan los abúlicos trayectos que habrán
de conducirlos al desempeño de sus estúpidas ocupaciones. Nadie recuerda su
intención preliminar. Todos fingen civismo, que cagones.
RUTINAS PARA
EL TIEMPO LIBRE
Cuando tengo algún
tiempo libre, suelo dedicárselo a los hados del azar. Emprendo un paseo cuya
dirección se va modificando de acuerdo a algún criterio como, por ejemplo,
mirar la última cifra de la matrícula del último auto que se encuentre
estacionado en cualquiera de las dos aceras de la cuadra en la que estoy.
Supongamos que experimento una ligera preferencia por continuar mi camino en
línea recta, por esa calle. Entonces, si la última cifra de la matrícula está
entre el cero y el tres, continúo por esa calle. Si la cifra está entre el
cuatro y el seis, doblo a la izquierda. Y si está entre el siete y el nueve,
doblo a la derecha. Es claro que más de una vez, vale decir, si el azar me
lleva a pasar una y otra vez por la misma cuadra, puede ocurrir que los vecinos
me miren con desconfianza. Para estos casos, dispongo de varias rutinas. A la
que utilizo con más frecuencia la denomino “relación pelo-sexo”. Esta rutina diversifica
mi conducta más que la basada en las cifras de las matrículas. Aquí ya no hay
solamente tres conductas posibles, sino cinco. En efecto: si la primera persona
visible (para mí) en la cuadra es rubia o pelirroja y es mujer, me fijo si en
esa cuadra hay un quiosco. Si lo hay, compro una golosina y quedo exonerado de
seguir dando vuelta a la manzana, pudiendo llegar hasta la otra cuadra, por la
misma calle (tengo otras rutinas para el caso de que esa calle muera en la
esquina, pero las mismas exceden el propósito del presente trabajo). Si no hay
ningún quiosco, toco timbre en la primera casa cuya puerta no sea de color
marrón, y si me atienden, pregunto por el doctor Magurno. Si no me atienden,
hago que me desmayo, y espero hasta que algún buen vecino llame a una
ambulancia que me traslade a otra parte (para empezar otro camino con idénticas
reglas a partir de allí, ni bien me hayan dado de alta diciéndome tal vez que
sólo se trató de un momentáneo bajón de presión), o hasta que llueva, en cuyo
caso contraigo para mis adentros la obligación de regresar a casa y mirar dos
horas la televisión, sin encenderla.
Si me atienden y me
dicen que ahí no hay ningún doctor Magurno, quedo habilitado para doblar en la
siguiente esquina en dirección contraria a la de mi giro anterior (el que me
llevó de vuelta al mismo lugar). Nótese que en ambos casos (tanto recurriendo
al quiosco como tocando timbre en la casa), mi conducta, frente a los curiosos,
queda explicada dentro de los cánones habituales de la civilización, puesto que
pueden pensar “el tipo se había ido pero volvió porque tuvo antojo de
golosinas” o “el tipo estaba buscando el número de puerta y no lo encontraba”.
Si no hay ninguna casa
de puerta marrón, o si en esa cuadra solamente hay edificios, empiezo a caminar
por la misma calle pero en sentido contrario, quedando liberado de la cuadra
viciosa (denomino así a las que, por la numeración de las matrículas de los
autos, y por tratarse de autos abandonados que pueden pasar días en el mismo
lugar, me conminan a un loop o “bucle” difícil de salvar).
Prosigo con mi
explicación. Si la primera persona visible de la cuadra es rubia o pelirroja y
es hombre, bajo a la calzada y bailo el “Apolo” de Stravinsky, de acuerdo a la
coreografía de Constantin Mikhailkov. Esto también puede ser asimilado por los
curiosos como una conducta civilizada, ya que toda civilización genera sus
tipos particulares de locura, y si llaman a una ambulancia para que me encierre
en un manicomio, tanto mejor, puesto que ya no necesito recurrir a artificios
casuales para saber lo que tengo que hacer: habrá enfermeros que me instruyan
sobre las rutinas a seguir todos los días y a todas las horas. Pero si nadie me
encierra, al finalizar la coreografía, doy por terminado mi paseo y voy a lo de
mi tía Zephir a tomar té y a conversar sobre trivialidades.
Si la primera persona
visible es de cabello negro o castaño y es mujer, me tomo un colectivo que pare
en esa cuadra, o en su defecto, un taxi, y me bajo después de un recorrido de
doce cuadras (o de trece, si en la cuadra número doce, maldición, no hay
parada). Si no pasan colectivos ni taxis, hago auto-stop. Y si nadie me para,
me dirijo a la cuadra siguiente arrastrándome (si alguien me interroga acerca
del motivo, le miento diciéndole que se trata de una promesa religiosa, cosa de
permitirle, también en este caso, encuadrar mi conducta dentro de parámetros
civilizados).
Si la primera persona
visible es de cabello negro o castaño y es hombre, pierdo la memoria, y lo que
haga de ahí en más dependerá de los consejos de quienes me asistan, o de las
reglas de conducta que me dote a mí mismo a partir de entonces (recurrí a los
oficios de un hipnotizador para que me indujera, si este caso se presentara, a
una amnesia total).
Si la primera persona
visible es canosa, calva o si no hay nadie visible, aprovecho para tratar de
robar, en el comercio o en la casa que me parezca más desprotegida. Pero una
vez hecho el acopio ajeno, lo deposito en la vereda y trato de llamar la
atención de algún vecino de la cuadra, diciendo que alguien quería robar y al
yo sorprenderlo, huyó. De este modo, a veces percibo recompensas nada
despreciables. Y si me sorprenden con lo robado antes de haberlo depositado,
tanto mejor, pues de ahí en más será la policía y el poder judicial quienes indiquen
cuál será el modo en que deberé emplear mí tiempo libre. Para finalizar, y sin
querer exasperar al lector con los detalles que devengan de los casos no
contemplados en lo expuesto, o con el resto de mi repertorio de rutinas, diré
que para el caso de tocar timbre en una casa preguntando por el doctor Magurno,
si me llegan a contestar “sí, enseguida”, tengo previsto suicidarme. Pero es
tan improbable esta circunstancia, que estoy seguro de llegar a vivir muchos
años más disfrutando plenamente de mi tiempo libre, en perfecta armonía con el
mundo civilizado.
TEST DE
MÚLTIPLE OPCIÓN POTENCIADA
Si usted, por azar,
queda encerrado en una jaula en compañía de un león, y si éste le dice: “tengo
hambre; creo que voy a comerlo/a”, usted ¿qué le contestaría?
1) Nada
2) “Haga como le
parezca.”
3) “No se lo aconsejo;
siempre me caractericé por ser indigesto/a.”
Si usted eligió la
opción 1 y el león le dice “necesito su consejo; no tengo a nadie más a quien
recurrir”, usted ¿qué le contestaría?
1.1) Nada
1.2) ”Abra la boca, voy
a revisarle la dentadura”
1.3) ”¿No cree que mi
consejo carecería de la imparcialidad necesaria a todo juicio justo, dada mi
condición de posible víctima de sus fauces?”
Si usted eligió la
opción 2 y el león se lo/a come, usted ¿qué haría?
2.1) Nada
2.2) Se dejaría digerir
2.3) Organizaría, en el
seno del león, una campaña proselitista tendiente a conseguir, entre las
vísceras del animal, el consenso necesario a fin de ser restituido al mundo
exterior.
Si usted eligió la
opción 3 y el león le dice: “Déjeme probar un pedazo; si me gusta me lo/a como
todo/a, y si no me gusta no lo/a molesto más”, usted, ¿qué haría?
3.1) Nada
3.2) Diría “Me parece
razonable”
3.3) Le preguntaría al
león que pedazo de usted seleccionaría para la degustación.
Si usted eligió la
opción 1.1, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted no le contestó, el león insistió en pedirle
consejo al respecto, usted tampoco le contestó, y si ahora el león, ante su
indiferencia, se pusiera a llorar, usted, ¿qué haría?
1.1.1) Nada
1.1.2) Lo consolaría
1.1.3) Lo insultaría
Si usted eligió la
opción 1.2, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted no le contestó, el león insistió en pedirle
consejo al respecto, usted le dijo “Abra la boca. Voy a revisarle la
dentadura”, y si ahora el león se negara a obedecer, usted ¿qué haría?
1.2.1) Nada
1.2.2) Le diría:
“Tienes que cooperar, Billy”
1.2.3) Trataría de
abrirle la boca por la fuerza.
Si usted eligió la
opción 1.3, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted no le contestó, el león insistió en pedirle
consejo al respecto, usted le hizo notar que su juicio carecería de la
imparcialidad necesaria, y si ahora el león le dijera “Escuche: yo necesito un
fundamento para comerlo/a y si usted no me lo da entonces recurriré a la
clásica ‘ley de la selva”’, usted ¿qué contestaría?
1.3.1) Nada
1.3.2) ”Pero...¿usted
no leyó los diarios? Esa ley fue derogada ayer en la sesión de la cámara alta”
1.3.3) ”Por suerte eso
no será necesario: ahí viene el guardián del zoológico a traerle su ración
diaria de carne.”
Si usted eligió la
opción 2.1, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted contestó “Haga como le parezca”, el león se lo
comió, usted no hizo nada, y si ahora el felino se echara a dormir una siesta,
¿qué pasaría?
2.1.1) Nada
2.1.2) Cualquier cosa,
pero ya no importaría
2.1.3) Triunfaría de
todos modos, a la larga, el socialismo.
Si usted eligió la
opción 2.2, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted contestó “Haga como le parezca”, el león se lo
comió, usted se dejó digerir, y si ahora usted, así disgregado, pasara a formar
parte del león, ¿quién lo lamentaría?
2.2.1) Nadie
2.2.2) Su madre
2.2.3) Cualquiera menos
usted, que estaría contento/a de ser parte de algo, feliz de que se le dé
participación.
Si usted eligió la
opción 2.3, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted contestó “Haga como le parezca”, el león se lo
comió, usted organizó una campaña de concientización de las vísceras a favor de
su liberación, y si ahora sólo hubiera obtenido el apoyo del intestino, ¿qué
haría?
2.3.1) Se ofuscaría.
2.3.2) Utilizaría ese
conducto para salir del león.
2.3.3) Continuaría su
prédica hasta lograr más adeptos.
Si usted eligió la
opción 3.1, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted contestó que siempre se había caracterizado por
ser indigesto/a, el león le propuso probar un pedazo y continuar con el resto o
no, según el gusto que usted tuviera, usted no reaccionó ante la proposición, y
si ahora un tigre, desde la jaula de al lado, le dijera al león “Dejame probar
a mí; yo te digo si es rico/a o no”, usted ¿qué haría?
3.1.1) Nada, una vez
más
3.1.2) Le diría al león
“Tenga en cuenta la posibilidad de que el gusto del tigre no coincida con el
suyo, ya que ambos pertenecen a especies diferentes”.
3.1.3) Pensaría “No era
sólo el león: parece que en este zoológico todos los animales hablan”.
Si usted eligió la
opción 3.2, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted contestó que siempre se había caracterizado por
ser indigesto/a, el león le propuso probar un pedazo y continuar con el resto o
no, según el gusto que usted tuviera, usted contestó “Me parece razonable”, y
si ahora el león dijera “Es curioso que eso le parezca razonable; aquí hay gato
encerrado”, usted, ¿qué haría?
3.2.1) Se pondría a
buscar el gato
3.2.2) Diría “Eso es
absurdo: cualquier gato pasaría sin dificultad entre esos barrotes”.
3.2.3) Bailaría
cha-cha-cha.
Si usted eligió la
opción 3.3, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted contestó que siempre se había caracterizado por
ser indigesto/a, el león le propuso probar un pedazo y continuar con el resto o
no, según el gusto que usted tuviera, usted preguntó al león qué pedazo
elegiría para la degustación, y si ahora él dijera “El páncreas”, usted ¿cómo
reaccionaría?
3.3.1) Pensando “Ah,
menos mal. Ese órgano mucho no lo preciso”.
3.3.2) Pensando “Me
salvé: una vez me dijeron que mi páncreas sabía mal, así que el león después de
probarlo no me va a querer comer”.
3.3.3) Diciéndole al
león “¿Está seguro? ¿No prefiere una uña?”.
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39 Poesía de Roberto,
En las entrañas del verano,
En
las entrañas del verano,
como
una fibra más clara,
repercute
la voz del heladero.
No
es la infancia que vuelve.
No
es algo de dios que se ha vestido de blanco.
No
es una luna en el día.
Es
sólo lo posible
que
nos demuestra su existencia.
Lo
imposible no levanta nunca la voz.
4
El mundo es el segundo término
El
mundo es el segundo término
de
una metáfora incompleta,
una
comparación
cuyo
primer elemento se ha perdido.
¿Dónde
está lo que era como el mundo?
¿Se
fugó de la frase
o
lo borramos?
¿O
acaso la metáfora
estuvo
siempre trunca?
45
El universo se investiga a sí mismo.
El
universo se investiga a sí mismo.
Y
la vida es la forma
que
emplea el universo
para
su investigación.
La
flecha se da vuelta
y
se clava en sí misma.
Y
el hombre es la punta de la flecha.
El
hombre se clava en el hombre,
pero
el blanco de la flecha no es el hombre.
Un
laberinto
sólo
se encuentra
en
otro laberinto.
16
El centro no es un punto.
El
centro no es un punto.
Si
lo fuera, resultaría fácil acertarlo.
No
es ni siquiera la reducción de un punto a su infinito.
El
centro es una ausencia,
de
punto, de infinito y aun de ausencia
y
sólo se acierta con ausencia.
Mírame
después que te hayas ido,
aunque
yo esté recién cuando me vaya.
Ahora
el centro me ha enseñado a no estar,
pero
más tarde el centro estará aquí.
17
Detener la palabra
Detener
la palabra
un
segundo antes del labio,
un
segundo antes de la voracidad compartida,
un
segundo antes del corazón del otro,
para
que haya por lo menos un pájaro
que
puede prescindir de todo nido.
El
destino es de aire.
Las
brújulas señalan uno solo de sus hilos,
pero
la ausencia necesita otros
para
que las cosas sean
su
destino de aire.
La
palabra es el único pájaro
que
puede ser igual a su ausencia.
7
Cuando se ha puesto una vez el pie del otro lado
Cuando
se ha puesto una vez el pie del otro lado
y
se puede sin embargo volver,
ya
nunca más se pisará como antes
y
poco a poco se irá pisando de este lado el otro lado.
Es
el aprendizaje
que
después no se resigna
a
que todo lo demás,
sobre
todo el amor,
no
haga lo mismo.
El
otro lado es el mayor contagio.
Hasta
los mismos ojos cambian de color
y
adquieren el tono transparente de las fábulas.
92
Competencia del que soy con el que fui
Competencia
del que soy con el que fui,
del
que va a apagar la lámpara
con
el que la ha encendido,
del
que desparramaba los colores
con
el que los reúne,
del
que no se veía en los espejos
con
el que se contempla en el humo.
Competencia
de mi voz con mi voz,
de
las palabras que encontraba
con
las palabras que me encuentran,
de
los silencios que hablaban por amor
con
el amor que dice su silencio,
de
la luz de una tarde en cualquier tarde
con
la luz exclusiva de esta tarde.
Competencia
del que soy y del que fui
con
el que seré o no seré mañana,
del
que aún marca sus huellas
con
el que todavía las borra,
del
que empujaba al día
con
el que ya ocultamente lo sostiene,
del
que viene de ninguna parte
con
el que viene de ninguna parte.
20
Callar puede ser una música
Callar
puede ser una música,
una
melodía diferente,
que
se borda con hilos de ausencia
sobre
el revés de un extraño tejido.
La
imaginación es la verdadera historia del mundo.
La
luz presiona hacia abajo.
La
vida se derrama de pronto por un hilo suelto.
Callar
puede ser una música
o
también el vacío
ya
que hablar es taparlo.
O
callar puede ser tal vez
la
música del vacío.
19
Algunos de nuestros gritos
Algunos
de nuestros gritos
se
detienen junto a nosotros
y
nos miran fijamente
como
si quisieran consolarnos de ellos mismos.
Algunas
palabras que hemos dicho
regresan
y se paran a nuestro lado
como
si quisieran convencernos
de
que llegaron a alguna otra parte.
Algunos
de nuestros silencios
toman
la forma de una mujer que nos abraza
como
si quisieran secarnos
el
sudor de las ternuras solitarias.
Algunas
de nuestras miradas
retornan
para comprobarse en nosotros
o
quizá para permitir que nos miremos desde enfrente
como
si quisieran demostrarnos
que
lo que nos ocurre
es
una copia de lo que no nos ocurre.
Hay
momentos y hasta quizá una edad de nuestra imagen
en
que todo cuanto sale de ella
vuelve
como un espejo a confirmarla
en
la propia constancia de sus líneas.
Así
se va integrando
nuestro
pueblo más secreto.
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Resumen del libro Puro
Fútbol de Roberto Fontanarrosa (extraído de literatura futbolera)
Los últimos salileros: cuenta la
historia de un equipo de futbol “los salileros”, los cuales estaban en primera
división de argentina donde le jugaban de igual a igual a los grandes como
River, Boca o San Lorenzo en su maravilla de cancha, pero que se vieron
afectados por los jueces del partido los cuales le arbitraron en contra durante
toda su existencia lo que provoco que descendieran a la “b” y después a la “c”
de argentina. De ser un club reconocido que llenaba la cancha de banderas del
color del club pasaron a un equipo pobre con una mini barra sin cancha ni nada.
El pichón de Cristo: este cuento
trata sobre un equipo que a días de enfrentar al campeón independiente de
Bigand, se les lesiona el portero “Pacu”, el mejor portero de la liga y el
único que tenía el equipo. Desesperados buscaron a un reemplazante, a uno de
ellos se les ocurrió llevar al “pichón de Cristo”, un arquero flaquísimo de
cuerpo entero que según ellos no taparía nada pero que llevarían ya que no tienen
otro. Llega el día del partido y su equipo jugo horrible, independiente era muy
superior e iría ganando si no fuera por el pichón que tapaba absolutamente
todo. En fin termino el partido y en camarines todos felicitaban al flaco, pero
el narrador se quedó más tiempo y por casualidad se encontró con el flaco que
todavía no se iba y le vio en la mano una herida al igual que al costado del
pecho le pregunto por esto y él dijo que había sido en el partido. En fin a los
días siguientes lo andaban buscando para que firmase por el club pero desapareció
y nunca más supieron de él.
La pena máxima: cuenta la
historia de un pibe que le toca la decisión de tirar un penal, pero él no
quiere porque piensa que lo va a errar, entonces piensa que el mono no lo puede
tirar porque contra Chacarita, la fecha pasada, se le fue. Al final tiene que
tirarlo él, quien todo el tiempo pensaba que lo iba a errar, lo patea y gol.
Betito: cuenta la
historia de un hincha el Betito que durante un partido cobran un penal entonces
la barra se vuelve loca queriendo matar al árbitro entonces los carabineros
para calmarlos tiran bomba lacrimógenas y justo una de ellas le explota en la
cara y lo deja ciego.
Wilmar Everton Cardaña,
número 5 de Peñarol:
relata la historia de un contención el cual era muy aguerrido en el juego
paraba a los delanteros o jugadores del equipo contrario con mucha fuerza y la
mayoría de las veces desmedida que dejo muchos jugadores lesionados en su
carrera. Un día antes del partido ante nacional le llega una carta de un niño
que está internado en un hospital y que le pide que por favor le regale el
balón del encuentro. Con esta carta sale la parte más sensible del jugador y
comienza a llorar. Al otro día juegan el partido el cual lo pierden, pero el
capitán Wilmar después del partido va entregar el regalo al niño que le envío
la carta. Wilmar va con todo el equipo a entregarle el balón del partido
firmado por todos los jugadores del plantel, y cuando entran a su pieza el niño
recibe el balón pero en vez de agradecerles lo recrimina por haber perdido el
encuentro, entonces el capitán se enoja y le tira una patada voladora al pecho
quebrándole 4 costillas y se va muy triste con los otros jugadores de Peñarol.
19 de diciembre de 1971: relata la
historia de un clásico entre leprosos y canallas el cual como cualquier clásico
se quiere ganar. Pero para ganarlo necesitan la cábala al viejo Casale que con
él nunca habían perdido, pero para mala suerte él se enferma i estaba
hospitalizado por un infarto el cual no le permitía recibir impresiones muy
grandes como lo sería un clásico. Pero idearon un plan y lograron llevarlo al
estadio a hinchar al equipo de sus amores los canallas. En fin ganan los
canallas y la felicidad de Casale era tan grande que cayó al suelo seco con una
cara de felicidad. Fue así que murió el viejo Casale en la barra celebrando la
victoria de su equipo. El gol fue hecho por Pedro Poy de palomita al último minuto,
que con eso se transformó en ídolo y cada 19 de diciembre se celebra haberle
ganado a los leprosos.
Lo que se dice un ídolo: cuenta la
historia de Pedrito un jugadorazo y muy caballero que si le pegaban el no
respondía, nunca tuvo una tarjeta roja ni amarilla. También era muy lógico para
pensar si se enfrentaba a boca se daba por perdedor porque sabía que tenían
mejor plantel que el de él. Eso era lo que según el negro no le permitía ser ídolo
que no se defendía y no tenía mentalidad ganadora antes de los partidos. Era un
jugador esplendido y es por esto que lo involucraron con muchas mujeres siendo
que el ya tenía una relación desde la infancia, fue tanto el revuelo que casi
su esposa termina con él. Ya toda la gente sabía de eso y cuando jugaba un
partido contra Vélez un defensa central le dice “¡Qué mierda te vas a voltear
vos a esa mina, si vos en tu vida te volteaste ninguna!”, “ya que sos tan macho
anímate a entrar al área que te voy a romper la gamba en cuatro pedazos”. Esto
provoco como nunca una calentura de Pedro que le pego un combo en la jeta que
lo dejo loco por media hora, lo que provoco su expulsión y aunque estaban en la
cancha de Vélez nadie le grito nada a Pedro. Le dieron pocas fechas de castigo
y volvió en un partido contra los leprosos en donde como nunca fue ovacionado y
desde ese momento empezó a transformarse en ídolo.
Memorias de un wing
derecho: Cuenta
la historia de un wing derecho el cual era un fenómeno era una maquina en su
posición, sacaba centros, le pegaba al arco cuando veía la más mínima
oportunidad o se la cedía al 9. Así ya había hecho 6800 goles en su carrera y
el 9 de su equipo por lo menos unos 12000 y la mayoría cedidos por él. Él
recuerda un partido memorable, un clásico Boca-River, el cual ganaron y el hizo
3 goles. Pero el recuerda un gol en el cual él la agarra encara al defensa pero
lo marcaban muy bien, cuando escucha a su compañero, engancha a la derecha y
entrega hacia el centro de la cancha y su compañero en velocidad remata esa
pelota y golazo.
La observación de los
pájaros:
cuenta que en un clásico en un domingo en que las calles están vacías, y el
escucha el partido por radio que obviamente en algo más que sufrible. Entonces
empieza el partido y en el primer tiempo que dan perdiendo, por lo que apaga la
radio y sale a dar un paseo y piensa en lo que genera un clásico en las
personas. Termina el partido según lo que él pensó, por lo que se da de
perdedor y sale un niño de su casa con la camiseta de central y sale diciendo
aguante central, entonces le pregunto cómo salió el partido al niño y él le
responde que central empato sobre la hora y que empataron. Entonces la paz
invadió su cuerpo la tranquilidad de que no va a haber burlas en su contra ni
nada.
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¿Qué
es un Limerick?
Limerick: son poemas cortos, generalmente chistosos, con una
estructura específica. Los limericks tienen una forma estándar de cinco líneas
y un esquema de rima de aabba. ¿Qué quiere decir esto? Que el primer verso (el
primer “renglón”), rima con el segundo y con el quinto, mientras que el tercero
y el cuarto riman entre sí. El
origen de los limericks es en inglés:
The first law
of Newton I sing
My voice has a
relevant ring:
“An object
left free
Of hassles
will be
Engrossed in
just doing its thing.”
(Edward H.
Green)
There was a
young student called Fred,
Who was
questioned on Descartes and said:
” It’s
perfectly clear
That I’m not
reallly here,
for I haven’t
a thought in my head “
(V.R.Ormerod)
Además, la estructura tiene que ser de esta manera:
Primer verso – Define al protagonista
Segundo verso- Indica sus características
Tercero y Cuarto versos- Se realiza un predicado, se cuenta algo
sobre el personaje.
Quinto verso- Termina con un epíteto (adjetivo) extravagante
(raro, extraño, sorprendente), y repite el nombre del primer verso, o puede
repetir casi igualito el primer verso.
Para
que tenga gracia, el Limerick presenta siempre alguna hazaña o característica
desopilante (chistosa, graciosa) de un personaje.
Pueblito
Son famosos los limericks de Edward Lear. Acá va uno de “Il libro
del nonseso” de este autor:
Era un viejo de colina
de naturaleza fútil y cansina
sentado sobre una roca
cantaba coplas para una oca,
aquel didáctico viejo de colina.
Acá va otro:
A un señor de nombre Filiberto,
le gustaba ir siempre al café concierto
y al dulce sonido de tazas y cucharones
comía trompetas, clarines y trombones
aquel musicófilo señor Filiberto
Esta es una serie de limeriks de María Elena Walsh, del
libro Zoo Loco
Una vaca que come con cuchara
y que tiene un reloj en vez de cara,
que vuela y habla inglés,
sin duda alguna es
una vaca rarísima, muy rara.
dibujo-de-gato-gatito-para-colorear
Un gato concertista toca Liszt,
una lechuza va y le dice: -Chist,
me aburres por demás,
cambia ya de compás
que tengo ganas de bailar el twist.
Si cualquier día vemos una Foca
que junta margaritas con la boca,
que fuma y habla sola
y escribe con la cola,
llamemos al doctor: la Foca es loca.
gallo_gallinaUn Gallo a una Gallina preguntó:
¿Cocorocó? ¿Cocorocó cocó?
la Gallina, indecisa,
primero le dio risa,
pero después le contestó que no.
Parece que en Japón había un Mono,
Que dormía la siesta con kimono.
- Que cosa rara es
- decía un Japonés
- ver a un Mono en kimono haciendo nono.
Paloma, Palomita de la Puna, paloma-de-la-paz
mira que no te roben tu fortuna,
esa que con descuido
olvidas en el nido:
un rayito de sol y otro
de luna.
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El vestido de terciopelo
Por Silvina Ocampo
Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que
humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardín, de la
calle Ayacucho. ¡Qué risa!
Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba
malhumorada, porque no quería salir, pues mi vestido estaba sucio y pensaba
dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha de mi camita. Tocamos el
timbre, nos abrieron la puerta y entramos. Casilda y yo, en la casa, con el
paquete. Casilda es modista. Vivimos en Burzaco y nuestros viajes a la capital
la enferman, sobre todo cuando tenemos que ir al barrio norte, que queda tan a
trasmano. De inmediato Casilda pidió un vaso de agua a la sirvienta para tomar la
aspirina que llevaba en el monedero. La aspirina cayó al suelo con vaso y
monedero. ¡Qué risa!
Subimos una escalera alfombrada (olía a
naftalina), precedidas por la sirvienta, que nos hizo pasar al dormitorio de la
señora Cornelia Catalpina, cuyo nombre fue un martirio para mi memoria. El
dormitorio era todo rojo, con cortinajes blancos y había espejos con marcos
dorados. Durante un siglo esperamos que la señora llegara del cuarto contiguo,
donde la oíamos hacer gárgaras y discutir con voces diferentes. Entró su
perfume y después de unos instantes, ella con otro perfume. Quejándose, nos
saludó:
–¡Qué suerte tienen ustedes de vivir en las
afueras de Buenos Aires! Allí no hay hollín, por lo menos. Habrá perros
rabiosos y quema de basuras... Miren la colcha de mi cama. ¿Ustedes creen que
es gris? No. Es blanca. Un campo de nieve –me tomó del mentón y agregó–: No te
preocupan estas cosas. ¡Qué edad feliz! Ocho años tienes, ¿verdad? –y
dirigiéndose a Casilda, agregó–: ¿Por qué no le coloca una piedra sobre la
cabeza para que no crezca? De la edad de nuestros hijos depende nuestra
juventud.
Todo el mundo creía que mi amiga Casilda era mi
mamá. ¡Qué risa!
–Señora, ¿quiere probarse? –dijo Casilda,
abriendo el paquete que estaba prendido con alfileres. Me ordenó: –Alcanza de
mi cartera los alfileres.
–¡Probarse! ¡Es mi tortura! ¡Si alguien se
probara los vestidos por mí, qué feliz sería! Me cansa tanto.
La señora se desvistió y Casilda trató de ponerle
el vestido de terciopelo.
–¿Para cuándo el viaje, señora? –le dijo para
distraerla.
La señora no podía contestar. El vestido no
pasaba por sus hombros: algo lo detenía en el cuello. ¡Qué risa!
–El terciopelo se pega mucho, señora, y hoy hace
calor. Pongámosle un poquito de talco.
–Sáquemelo, que me asfixio –exclamó la señora.
Casilda le quitó el vestido y la señora se sentó
sobre el sillón, a punto de desvanecerse.
–¿Para cuándo será el viaje, señora? –volvió a
preguntar Casilda para distraerla.
–Me iré en cualquier momento. Hoy día, con los
aviones, uno se va cuando quiere. El vestido tendrá que estar listo. Pensar que
allí hay nieve. Todo es blanco, limpio y brillante.
–Se va a París, ¿no?
–Iré también a Italia.
–¿Vuelve a probarse el vestido, señora? En
seguida terminamos.
La señora asintió dando un suspiro.
–Levante los dos brazos para que pasemos primero
las dos mangas –dijo Casilda, tomando el vestido y poniéndoselo de nuevo.
Durante algunos segundos Casilda trató
inútilmente de bajar la falda, para que resbalara sobre las caderas de la
señora. Yo la ayudaba lo mejor que podía. Finalmente consiguió ponerle el
vestido. Durante unos instantes la señora descansó extenuada, sobre el sillón;
luego se puso de pie para mirarse en el espejo. ¡El vestido era precioso y
complicado! Un dragón bordado de lentejuelas negras brillaba sobre el lado
izquierdo de la bata. Casilda se arrodilló, mirándola en el espejo, y le
redondeó el ruedo de la falda. Luego se puso de pie y comenzó a colocar
alfileres en los dobleces de la bata, en el cuello, en las mangas. Yo tocaba el
terciopelo: era áspero cuando pasaba la mano para un lado y suave cuando la
pasaba para el otro. El contacto de la felpa hacía rechinar mis dientes. Los
alfileres caían sobre el piso de madera y yo los recogía religiosamente uno por
uno. ¡Qué risa!
–¡Qué vestido! Creo que no hay otro modelo tan
precioso en todo Buenos Aires –dijo Casilda, dejando caer un alfiler que tenía
entre sus dientes–-. ¿No le agrada, señora?
–Muchísimo. El terciopelo es el género que más
me gusta. Los géneros son como las flores: uno tiene sus preferencias. Yo comparo
el terciopelo a los nardos.
–¿Le gusta el nardo? Es tan triste –protestó
Casilda.
–El nardo es mi flor preferida, y sin embargo me
hace daño. Cuando aspiro su olor me descompongo. El terciopelo hace rechinar
mis dientes, me eriza, como me erizaban los guantes de hilo en la infancia y,
sin embargo, para mí no hay en el mundo otro género comparable. Sentir su
suavidad en mi mano me atrae aunque a veces me repugne. ¡Qué mujer está mejor
vestida que aquella que se viste de terciopelo negro! Ni un cuello de puntilla
le hace falta, ni un collar de perlas; todo estaría de más. El terciopelo se
basta a sí mismo. Es suntuoso y es sobrio.
Cuando terminó de hablar, la señora respiraba
con dificultad. El dragón también. Casilda tomó un diario que estaba sobre una
mesa y la abanicó, pero la señora la detuvo, pidiéndole que no le echara aire,
porque el aire le hacía mal. ¡Qué risa!
En la calle oí gritos de los vendedores
ambulantes. ¿Qué vendían? ¿Frutas, helados, tal vez? El silbato del afilador y
el tilín del barquillero recorrían también la calle. No corrí a la ventana,
para curiosear, como otras veces. No me cansaba de contemplar las pruebas de
este vestido con un dragón de lentejuelas. La señora volvió a ponerse de pie y
se detuvo de nuevo frente al espejo tambaleando. El dragón de lentejuelas
también tambaleó. El vestido ya no tenía casi ningún defecto, sólo un
imperceptible frunce debajo de los dos brazos. Casilda volvió a tomar los
alfileres para colocarlos peligrosamente en aquellas arrugas de género
sobrenatural, que sobraban.
–Cuando seas grande –me dijo la señora– te
gustará llevar un vestido de terciopelo, ¿no es cierto?
–Sí –respondí, y sentí que el terciopelo de ese
vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas. ¡Qué risa!
–Ahora me quitaré el vestido –dijo la señora.
Casilda la ayudó a quitárselo tomándolo del
ruedo de la falda con las dos manos. Forcejeó inútilmente durante algunos
segundos, hasta que volvió a acomodarle el vestido.
–Tendré que dormir con él –dijo la señora,
frente al espejo, mirando su rostro pálido y el dragón que temblaba sobre los
latidos de su corazón–. Es maravilloso el terciopelo, pero pesa –llevó la mano
a la frente–. Es una cárcel. ¿Cómo salir? Deberían hacerse vestidos de telas inmateriales
como el aire, la luz o el agua.
–Yo le aconsejé la seda natural –protestó
Casilda.
La señora cayó al suelo y el dragón se retorció.
Casilda se inclinó sobre su cuerpo hasta que el dragón quedó inmóvil. Acaricié
de nuevo el terciopelo que parecía un animal. Casilda dijo melancólicamente:
–Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer este vestido!
¡Me costó tanto, tanto!
–¡Qué risa!
(de La furia, 1959)
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Obras, cuentos, historias escritas por Julio Cortázar
Palabras: Julio Cortázar: “Los
cuentos son criaturas vivas y respiran”.
Libro de literatura:
Cupido es un murciélago
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20 CUENTOS DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ PARA LEER EN LÍNEA
El Nobel de Literatura 1982, Gabriel García Márquez, además de sus
grandes novelas ha desarrollado una maravillosa labor en el cuentos:
Escribir este link en google y te lleva a los cuentos:
http://www.elclubdeloslibrosperdidos.org/2017/03/20-cuentos-de-gabriel-garcia-marquez.html
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Obras, historias del escritor Uruguayo Eduardo Galeano:
___________________________________________________________________________
“El fantasma de Nito” de Alibel Lambert en Historias urbanas:
10 leyendas para no volver a
dormir. Editorial Maya.
Era el
mes de agosto del año mil novecientos sesenta y nueve. Me encontraba
en Belén de Escobar con mi primo Juanjo. Ese día, luego de una larga espera, al
fin debutaba el equipo de “La maquinita”. Me contaba mi primo, mientras esperábamos el comienzo
del partido, que lo habían nombrado así por usar la misma camiseta que el
plantel de River Plate. Estaban todos
muy entusiasmados pues su mayor deseo era poder llegar a la Liga Bonaerense. Pero
para esto debieron
levantar una sede, que lograron construir con mucho esfuerzo: tras ponerse a
vender rifas, organizar asados y en los partidos choripanes, habían logrado
reunir el dinero suficiente luego de varios años, para levantar dicha sede. Esto se lo debían a Nito.
Era el
emprendedor número uno del equipo, pero hacía algunos días que había fallecido.
Entonces
me contó lo que había pasado. Nito se encontraba separado de su mujer hacía
varios meses y ella estaba viviendo con sus padres. Un día fue a buscarla a la
casa de ellos pero, desilusionado por la separación, había comenzado a beber y llegó bastante alcoholizado.
Comenzó a llamarla a gritos desde el terreno baldío de al lado, desde donde
podía ver, a través del cerco de alambre, la ventana del dormitorio de ella. Al
escucharlo, y viendo el estado en el que se encontraba, se negó a salir. Pero
sí fue su padre, quien lo fue a buscar hasta el baldío, más dado el
estado de Nito, llevó consigo una escopeta para asustarlo y obligarlo a que se
marche. Así se inició una acalorada discusión entre los dos hombres, que
continuó a los puñetazos, por lo que el anciano, al verse superado, tomó
nuevamente el arma para asustarlo.
Desgraciadamente
el arma se disparó y Nito se desplomó en el suelo. Murió luego de una larga
agonía. Mi primo secó sus lágrimas, en ese momento anunciaban a los equipos, y
para “La Maquinita” era su primer debut como equipo de la liga. Comenzó el
partido. Los muchachos estaban muy entrenados, los goles se sucedían uno tras otro. A pocos
minutos de finalizar el partido iban ganando con gran ventaja. La tribuna de “La
Maquinita” estallaba de entusiasmo, ante la enorme emoción de los minutos
finales.
Entonces
alguien comenzó a gritar…
-¡Miren,
está Nito en el arco!
Con
gran asombro, todas las miradas se fijaron en el arco. En ese momento, recuerdo
como si aún lo estuviera viendo, en el fondo del arco, flotando sobre una
extraña nube oscura había un fantasma. El fantasma… de Nito.
“Fantasma” de Alibel Lambert
Era
una noche tibia de principios de abril. Una paz profunda invadía el aire. Nos
encontrábamos solos, la noche y yo. Era un momento ideal, en él podía volar en
alas de lo arcano, de lo irreal, con mis sueños, con mis deseos, con mis
anhelos, sentía aquel mundo tangible. Aunque sabía que este sentir nacía desde
mis adentros, desde ese interior quimérico e incierto, que se gestaba en mí,
tras el deseo de una forma de vida diferente; colmada de aconteceres
fantásticos que poblaran toda mi existencia. Se acrecentaba la noche, desde las
sombras llegaban a mis oídos los sonidos comunes. Cuando de pronto, algo alertó
a las nocturnas aves que dormitaban sobre el viejo roble erguido en medio del
no muy lejano cementerio, se agitaban alborotadas. Yo desde mi ubicación no
podía divisar nada que provocara aquello. Aunque, ciertamente, me hallaba algo
lejos, sentado en el marco de la ventana de mi habitación en la planta alta de
mi ancestral casa. Sin embargo, sí pude sentir sobre mi piel, el inconfundible
frío que sólo produce la proximidad de la muerte. Observé entonces, con más
detenimiento, buscando detrás de la arboleda del pequeño bosque que cerca el
lugar, entre las sombras de las estatuas, cruces y criptas de aquel antiguo
cementerio en plena destrucción por el paso del tiempo, pero no pude divisar
nada extraño.
Entonces, decidí entrar en mi habitación, aquella ventisca helada
arremetía contra mí, obligándome a dejar mi sitio para buscar el cálido refugio
de mi casa. Quise revelarme, el extraño presentimiento de algo inesperado me
inducía a quedarme. Pero la ventisca, con más fuerza me castigaba ahora. Estaba
entumecido por el frío, me dispuse a entrar. De pronto, divisé una imagen fugaz
de un blanco transparente, que vagaba entre las negruzcas y tétricas tumbas.
Aún así, no experimenté terror alguno. Me di cuenta que necesitaba, desde muy
adentro, creer en aquel submundo perdido en las tinieblas; una fuerza
misteriosa me arrastraba a ello.
Me
quedé inmóvil contemplando aquel fantasma. Su vestido largo y sutil, flotaba
suavemente con la brisa, iluminándose con los rayos blancos de la luna, al
igual que los largos rizos de su claro cabello. Era una imagen fantástica.
Jamás, de los años que tengo, había visto u oído sobre algo así. Me hallaba
próximo al encantamiento. No podía reaccionar, es más, no deseaba hacerlo. Pues
sabía, que llegado el caso, perdería el misterioso hechizo que la bella ánima
parecía infundir en mí, y no quería permitir aquello. La sensación que
experimentaba aquella noche, deseaba, desde lo más profundo, fuese eterna. Al
cabo de fugaz momento desapareció, cubriendo de soledad al mausoleo y a mí.
Permanecí allí varios minutos más esperando su regreso. Pero no sucedió. Esta
ansiedad perduró por días y cada noche, volví a mi sitio a esperarla. Luego de
un tiempo decidí no sentarme más en la ventana, creo que pensaba que ella había
podido verme y por ello se ocultaba. Yo soñaba con ella. Durante varios meses
dejé de contemplar el cementerio. Una noche creí enfermar por el dolor de ya no
verla.
Como
en una telaraña me sentía atrapado. Solo y desesperado vagaba por la casa. En
mis delirios, cada sombra tomaba en los rincones la apariencia nefasta de la
muerte. Llegué a encender cada una de las luces de mi casa. Ya no dormía, pues
en los sueños, también la imagen de la muerte me acosaba. Hasta que cierta
noche, sentí que una brisa fresca me envolvía. Fue entonces, cuando inmaculada
luz blanca surgió desde uno de los muros de mi alcoba, y envuelto en ella se
corporizó su espíritu y volví a verla. Suavemente se acercó a mí, tomó mis
manos sin dejar que su tierna mirada se apartase de la mía. Al contacto con mis
manos pude sentir las suyas, frágiles, delicadas y muy frías. Luego giró y sin
soltarme, me guió por el camino. Una extraña bruma comenzó a cubrirlo todo
lentamente, aún mi casa. Nos alejábamos de ella poco a poco, acercándonos cada
vez más al cementerio. Al llegar a él atravesamos los portales y, al hacerlo,
comenzaron a surgir desde las tumbas las ánimas. Se arrimaban tétricas y
semi-descarnadas se corporizaban. Tuve deseos de huir apresuradamente, más ella
sujetaba mi mano y su mirada, implorante me pedía que siguiera sus pasos. Lo
hice. Así llegamos hasta una antigua cripta, cuyas puertas de reja enmohecidas
se abrieron para darnos paso. Adentro se hallaban dos féretros antiguos
cubiertos por mantones de encaje centenario. Se detuvo frente a ellos y
lógicamente, yo también lo hice.
Más busqué sus ojos, no podía entender lo que
quería. Entonces, tiró los mantos al suelo, quedando los cajones descubiertos,
y a través del pequeño vidrio de sus tapas, pude reconocernos en el rostro de
los muertos.
Ella
volvió a sonreír tiernamente. Entonces comprendí por qué el aspecto abandonado
de mi casa, y mi forma de vida diferente, quimérica e incierta…
Fin.
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La otra ciudad de Pablo de Santis
Supongamos que un hombre espera en
un bar a una mujer. Es una historia conocida: la mujer se demora. Par ano
aburrirse, el hombre mira una guía la ciudad, mientras piensa en los lugares
donde nunca estuvo. Se da cuenta entonces de que dos ciudades posibles lo
acechan. En una, la mujer, nerviosa, atraviesa calles atestadas, sufre en un
taxi atascado, o corre por los pasillos del subte, sin atreverse a mirar los
relojes que cuelgan de lo alto. En la otra ciudad, la mujer, encerrada en su
departamento, ensaya una excusa cuya verosimilitud no le importa, porque la
excusa es una aproximación a la mentira que hace la verdad.
Como un viajero perdido, el hombre
trata de reconocer en cuál de las dos ciudades está. Mira su reloj, que no
funciona. Alguna vez estuvo por tirarlo, pero terminó convertido en
amuleto. En el cuadrante del reloj
muerto la oscuridad avanza: aunque no funcione, igual marca el paso del tiempo.
Comprende que habita la segunda ciudad, el escenario de la mujer imposible.
¿Cómo se dejó engañar? ¿Acaso no vio las
grietas en los edificios, las caras gastadas por la indiferencia y el
cansancio?
El pocillo, el vaso de agua y la
jarra de metal le parecen objetos horribles que están allí para atormentarlo.
En el momento en que decide irse, entra la mujer. Dice Hola, lo besa, se sienta
y le sonríe; le pregunta por qué la mira
con esa cara del que está perdido en una ciudad extranjera. Él improvisa una
excusa –que es la aproximación a la verdad que hace la mentira- mientras oye un
estruendo lejano: el derrumbe de la ciudad aborrecida.
Ruidos nocturnos de Pablo de Santis
(libro Rey Secreto).
Tengo el sueño intranquilo.
Apenas oigo un ruido me levanto en medio de la noche y recorro la casa para ver
si todo está en orden. Tomo un vaso de agua, la cañería resuena como el vientre
de un monstruo. Mis pasos despiertan a mi vecino, que se inquieta y se levanta,
despertando a otro, que a su vez despierta el sueño de alguien más,
provocándole una pesadilla de la que despierta con un grito. En casas alejadas
oyen ese grito, y los nuevos movimientos despiertan a otros vecinos de más
lejos aún.
Finamente, después de
recorrer la casa me vuelvo a dormir. Pero la ola de alarma y de miedo ya
alcanza los rincones últimos de la ciudad.
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Palabras: Julio Cortázar: “Los cuentos son criaturas vivas y
respiran”.
Los exploradores
Tres cronopios y un fama se
asocian espeleológicamente para descubrir las fuentes subterráneas de un
manantial. Llegados a la boca de la caverna, un cronopio desciende sostenido
por los otros, llevando a la espalda un paquete con sus sándwiches preferidos
(de queso). Los dos cronopios-cabrestante lo dejan bajar poco a poco, y el fama
escribe en un gran cuaderno los detalles de la expedición. Pronto llega un
primer mensaje del cronopio: furioso porque se han equivocado y le han puesto
sandwiches de jamón. Agita la cuerda, y exige que lo suban. Los
cronopios-cabrestante se consultan afligidos, y el fama se yergue en toda su
terrible estatura y dice: NO, con tal violencia que los cronopios sueltan la
soga y acuden a calmarlo. Están en eso cuando llega otro mensaje, porque el
cronopio ha caído justamente sobre las fuentes del manantial, y desde ahí
comunica que todo va mal, entre injurias y lágrimas informa que los sándwiches
son todos de jamón, que por más que mira y mira entre los sándwiches de jamón
no hay ni uno solo de queso.
En
Historias de Cronopios y famas de Julio Cortázar.
Conservación de los recuerdos
Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: Luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: «Excursión a Quilmes», o: «Frank Sinatra».
Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: «No vayas a lastimarte», y también: «Cuidado con los escalones.» Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras en las de los cronopios hay una gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempre de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas
en su sitio.
Propiedades del sillón de Julio Cortázar
En casa del Jacinto hay un sillón para morirse. Cuando la gente se pone vieja, un día la invitan a sentarse en el sillón que es un sillón como todos pero con una estrellita plateada en el centro del respaldo. La persona invitada suspira, mueve un poco las manos como si quisiera alejar la invitación y después va a sentarse en el sillón y se muere. Los chicos, siempre traviesos, se divierten en engañar a las visitas en ausencia de la madre, y las invitan a sentarse en el sillón. Como las visitas están enteradas pero saben que de eso no se debe hablar, miran a los chicos con gran confusión y se excusan con palabras que nunca se emplean cuando se habla con los chicos, cosa que a éstos los regocija extraordinariamente.
Al final las visitas se valen de cualquier pretexto para no sentarse, pero más tarde la madre se da cuenta de lo sucedido y a la hora de acostarse hay palizas terribles. No por eso escarmientan, de cuando en cuando consiguen engañar a alguna visita cándida y la hacen sentarse en el sillón. En esos casos los padres disimulan, pues temen que los vecinos lleguen a enterarse de las propiedades del sillón y vengan a pedirlo prestado para hacer sentar a una u otra persona de su familia o amistad. Entretanto los chicos van creciendo y llega un día en que sin saber por qué dejan de interesarse por el sillón y las visitas. Más bien evitan entrar en la sala, hacen un rodeo por el patio, y los padres, que ya están muy viejos, cierran con llave la puerta de la sala y miran atentamente a sus hijos como queriendo leer su pensamiento. Los hijos desvían la mirada y dicen que ya es hora de comer o de acostarse.
Por las mañanas el padre se levanta el primero y va siempre a mirar si la puerta de la sala sigue cerrada con llave, o si alguno de los hijos no ha abierto la puerta para que se vea el sillón desde el comedor, porque la estrellita de plata brilla hasta en la oscuridad y se la ve perfectamente desde cualquier parte del comedor.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Cuentos de Masliak, Leo
9 DE JULIO
Buenos Aires,
Argentina. Día de sol. Avenida 9 de Julio. Semáforo rojo. Se junta gente que
quiere cruzar. Enfrente también. El semáforo demora. Viene más gente por ambos
bandos. Cada destacamento mira firmemente el semáforo opuesto, haciendo acopio
de fuerzas. “Ánimo, muchachos”, dice un individuo a sus compañeros de acera,
“ya llegará el día en que podamos cruzar”. Los demás lo reconocen
inmediatamente como su líder. “Quizás algunos mueran en la empresa”, sigue
diciendo él, “pero esos quedaran para siempre en nuestros corazones”. El
semáforo continúa en el rojo. En frente, el bando contrario designó como líder
a una mujer. Su aparatoso tren delantero la hace especialmente apta para
violentos impactos frontales con peatones de sentido opuesto. “Estamos contigo,
Tatiana” le gritan algunos. “Ese no es mi nombre” contesta ella, pero
igualmente lo asume, como Wojtila el de Juan Pablo. Desde enfrente, el otro
líder la mira, y le muestra el dedo medio de su mano derecha. Sus camaradas,
hombres y mujeres, lo imitan. Algunos tienen binoculares y eligen contra quien
van a chocar. Otros despliegan la navaja de su alicate, y la exhiben a modo de
proa. De pronto, semáforo amarillo. Un estudiante, de los de Tatiana, pregunta
si puede pintar de azul el vidrio amarillo del semáforo que está de su lado,
para que quede verde y los del bando contrario, al tratar de cruzar, sean
apisonados por los coches. La jefa le pide paciencia, y le asegura que a su
debido tiempo ningún adversario quedará en pie. El estudiante recita a García
Lorca “verde que te quiero verde”. Por fin el semáforo cambia. “A ellos”, grita
el líder de enfrente, “hay que enterrarlos en el asfalto; el sol esta de
nuestra parte y ya lo reblandeció un poco”. Ambas cohortes inician su marcha
hacia la colisión. Tatiana se acomoda el corpiño. El otro líder acomoda a su
gente por orden de altura. “Las mujeres y los niños primeros”, dice. Todos
avanzan con paso resuelto. Los autos, inmóviles, observan el espectáculo, y una
cuadrilla de niños marginales que habitualmente se dedica a limpiar los vidrios
de los coches a cambio de monedas, está ahora levantando suculentas apuestas
referidas al desenlace de la cruzada peatonal. Atención, faltan pocos metros.
Ya está, ya está. Dos pasos, un paso. Y entonces, súbitamente, todos cambian
radicalmente su actitud. Empiezan a pedirse permiso unos a otros y a
esquivarse. Se acabó Tatiana. Apenas si se producen algunos roces totalmente
inocuos. Nadie cae, nadie es aplastado. Todos llegan a destino, a las
respectivas aceras de enfrente, y continúan los abúlicos trayectos que habrán
de conducirlos al desempeño de sus estúpidas ocupaciones. Nadie recuerda su
intención preliminar. Todos fingen civismo, que cagones.
RUTINAS PARA
EL TIEMPO LIBRE
Cuando tengo algún
tiempo libre, suelo dedicárselo a los hados del azar. Emprendo un paseo cuya
dirección se va modificando de acuerdo a algún criterio como, por ejemplo,
mirar la última cifra de la matrícula del último auto que se encuentre
estacionado en cualquiera de las dos aceras de la cuadra en la que estoy.
Supongamos que experimento una ligera preferencia por continuar mi camino en
línea recta, por esa calle. Entonces, si la última cifra de la matrícula está
entre el cero y el tres, continúo por esa calle. Si la cifra está entre el
cuatro y el seis, doblo a la izquierda. Y si está entre el siete y el nueve,
doblo a la derecha. Es claro que más de una vez, vale decir, si el azar me
lleva a pasar una y otra vez por la misma cuadra, puede ocurrir que los vecinos
me miren con desconfianza. Para estos casos, dispongo de varias rutinas. A la
que utilizo con más frecuencia la denomino “relación pelo-sexo”. Esta rutina diversifica
mi conducta más que la basada en las cifras de las matrículas. Aquí ya no hay
solamente tres conductas posibles, sino cinco. En efecto: si la primera persona
visible (para mí) en la cuadra es rubia o pelirroja y es mujer, me fijo si en
esa cuadra hay un quiosco. Si lo hay, compro una golosina y quedo exonerado de
seguir dando vuelta a la manzana, pudiendo llegar hasta la otra cuadra, por la
misma calle (tengo otras rutinas para el caso de que esa calle muera en la
esquina, pero las mismas exceden el propósito del presente trabajo). Si no hay
ningún quiosco, toco timbre en la primera casa cuya puerta no sea de color
marrón, y si me atienden, pregunto por el doctor Magurno. Si no me atienden,
hago que me desmayo, y espero hasta que algún buen vecino llame a una
ambulancia que me traslade a otra parte (para empezar otro camino con idénticas
reglas a partir de allí, ni bien me hayan dado de alta diciéndome tal vez que
sólo se trató de un momentáneo bajón de presión), o hasta que llueva, en cuyo
caso contraigo para mis adentros la obligación de regresar a casa y mirar dos
horas la televisión, sin encenderla.
Si me atienden y me
dicen que ahí no hay ningún doctor Magurno, quedo habilitado para doblar en la
siguiente esquina en dirección contraria a la de mi giro anterior (el que me
llevó de vuelta al mismo lugar). Nótese que en ambos casos (tanto recurriendo
al quiosco como tocando timbre en la casa), mi conducta, frente a los curiosos,
queda explicada dentro de los cánones habituales de la civilización, puesto que
pueden pensar “el tipo se había ido pero volvió porque tuvo antojo de
golosinas” o “el tipo estaba buscando el número de puerta y no lo encontraba”.
Si no hay ninguna casa
de puerta marrón, o si en esa cuadra solamente hay edificios, empiezo a caminar
por la misma calle pero en sentido contrario, quedando liberado de la cuadra
viciosa (denomino así a las que, por la numeración de las matrículas de los
autos, y por tratarse de autos abandonados que pueden pasar días en el mismo
lugar, me conminan a un loop o “bucle” difícil de salvar).
Prosigo con mi
explicación. Si la primera persona visible de la cuadra es rubia o pelirroja y
es hombre, bajo a la calzada y bailo el “Apolo” de Stravinsky, de acuerdo a la
coreografía de Constantin Mikhailkov. Esto también puede ser asimilado por los
curiosos como una conducta civilizada, ya que toda civilización genera sus
tipos particulares de locura, y si llaman a una ambulancia para que me encierre
en un manicomio, tanto mejor, puesto que ya no necesito recurrir a artificios
casuales para saber lo que tengo que hacer: habrá enfermeros que me instruyan
sobre las rutinas a seguir todos los días y a todas las horas. Pero si nadie me
encierra, al finalizar la coreografía, doy por terminado mi paseo y voy a lo de
mi tía Zephir a tomar té y a conversar sobre trivialidades.
Si la primera persona
visible es de cabello negro o castaño y es mujer, me tomo un colectivo que pare
en esa cuadra, o en su defecto, un taxi, y me bajo después de un recorrido de
doce cuadras (o de trece, si en la cuadra número doce, maldición, no hay
parada). Si no pasan colectivos ni taxis, hago auto-stop. Y si nadie me para,
me dirijo a la cuadra siguiente arrastrándome (si alguien me interroga acerca
del motivo, le miento diciéndole que se trata de una promesa religiosa, cosa de
permitirle, también en este caso, encuadrar mi conducta dentro de parámetros
civilizados).
Si la primera persona
visible es de cabello negro o castaño y es hombre, pierdo la memoria, y lo que
haga de ahí en más dependerá de los consejos de quienes me asistan, o de las
reglas de conducta que me dote a mí mismo a partir de entonces (recurrí a los
oficios de un hipnotizador para que me indujera, si este caso se presentara, a
una amnesia total).
Si la primera persona
visible es canosa, calva o si no hay nadie visible, aprovecho para tratar de
robar, en el comercio o en la casa que me parezca más desprotegida. Pero una
vez hecho el acopio ajeno, lo deposito en la vereda y trato de llamar la
atención de algún vecino de la cuadra, diciendo que alguien quería robar y al
yo sorprenderlo, huyó. De este modo, a veces percibo recompensas nada
despreciables. Y si me sorprenden con lo robado antes de haberlo depositado,
tanto mejor, pues de ahí en más será la policía y el poder judicial quienes indiquen
cuál será el modo en que deberé emplear mí tiempo libre. Para finalizar, y sin
querer exasperar al lector con los detalles que devengan de los casos no
contemplados en lo expuesto, o con el resto de mi repertorio de rutinas, diré
que para el caso de tocar timbre en una casa preguntando por el doctor Magurno,
si me llegan a contestar “sí, enseguida”, tengo previsto suicidarme. Pero es
tan improbable esta circunstancia, que estoy seguro de llegar a vivir muchos
años más disfrutando plenamente de mi tiempo libre, en perfecta armonía con el
mundo civilizado.
TEST DE
MÚLTIPLE OPCIÓN POTENCIADA
Si usted, por azar,
queda encerrado en una jaula en compañía de un león, y si éste le dice: “tengo
hambre; creo que voy a comerlo/a”, usted ¿qué le contestaría?
1) Nada
2) “Haga como le
parezca.”
3) “No se lo aconsejo;
siempre me caractericé por ser indigesto/a.”
Si usted eligió la
opción 1 y el león le dice “necesito su consejo; no tengo a nadie más a quien
recurrir”, usted ¿qué le contestaría?
1.1) Nada
1.2) ”Abra la boca, voy
a revisarle la dentadura”
1.3) ”¿No cree que mi
consejo carecería de la imparcialidad necesaria a todo juicio justo, dada mi
condición de posible víctima de sus fauces?”
Si usted eligió la
opción 2 y el león se lo/a come, usted ¿qué haría?
2.1) Nada
2.2) Se dejaría digerir
2.3) Organizaría, en el
seno del león, una campaña proselitista tendiente a conseguir, entre las
vísceras del animal, el consenso necesario a fin de ser restituido al mundo
exterior.
Si usted eligió la
opción 3 y el león le dice: “Déjeme probar un pedazo; si me gusta me lo/a como
todo/a, y si no me gusta no lo/a molesto más”, usted, ¿qué haría?
3.1) Nada
3.2) Diría “Me parece
razonable”
3.3) Le preguntaría al
león que pedazo de usted seleccionaría para la degustación.
Si usted eligió la
opción 1.1, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted no le contestó, el león insistió en pedirle
consejo al respecto, usted tampoco le contestó, y si ahora el león, ante su
indiferencia, se pusiera a llorar, usted, ¿qué haría?
1.1.1) Nada
1.1.2) Lo consolaría
1.1.3) Lo insultaría
Si usted eligió la
opción 1.2, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted no le contestó, el león insistió en pedirle
consejo al respecto, usted le dijo “Abra la boca. Voy a revisarle la
dentadura”, y si ahora el león se negara a obedecer, usted ¿qué haría?
1.2.1) Nada
1.2.2) Le diría:
“Tienes que cooperar, Billy”
1.2.3) Trataría de
abrirle la boca por la fuerza.
Si usted eligió la
opción 1.3, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted no le contestó, el león insistió en pedirle
consejo al respecto, usted le hizo notar que su juicio carecería de la
imparcialidad necesaria, y si ahora el león le dijera “Escuche: yo necesito un
fundamento para comerlo/a y si usted no me lo da entonces recurriré a la
clásica ‘ley de la selva”’, usted ¿qué contestaría?
1.3.1) Nada
1.3.2) ”Pero...¿usted
no leyó los diarios? Esa ley fue derogada ayer en la sesión de la cámara alta”
1.3.3) ”Por suerte eso
no será necesario: ahí viene el guardián del zoológico a traerle su ración
diaria de carne.”
Si usted eligió la
opción 2.1, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted contestó “Haga como le parezca”, el león se lo
comió, usted no hizo nada, y si ahora el felino se echara a dormir una siesta,
¿qué pasaría?
2.1.1) Nada
2.1.2) Cualquier cosa,
pero ya no importaría
2.1.3) Triunfaría de
todos modos, a la larga, el socialismo.
Si usted eligió la
opción 2.2, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted contestó “Haga como le parezca”, el león se lo
comió, usted se dejó digerir, y si ahora usted, así disgregado, pasara a formar
parte del león, ¿quién lo lamentaría?
2.2.1) Nadie
2.2.2) Su madre
2.2.3) Cualquiera menos
usted, que estaría contento/a de ser parte de algo, feliz de que se le dé
participación.
Si usted eligió la
opción 2.3, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted contestó “Haga como le parezca”, el león se lo
comió, usted organizó una campaña de concientización de las vísceras a favor de
su liberación, y si ahora sólo hubiera obtenido el apoyo del intestino, ¿qué
haría?
2.3.1) Se ofuscaría.
2.3.2) Utilizaría ese
conducto para salir del león.
2.3.3) Continuaría su
prédica hasta lograr más adeptos.
Si usted eligió la
opción 3.1, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted contestó que siempre se había caracterizado por
ser indigesto/a, el león le propuso probar un pedazo y continuar con el resto o
no, según el gusto que usted tuviera, usted no reaccionó ante la proposición, y
si ahora un tigre, desde la jaula de al lado, le dijera al león “Dejame probar
a mí; yo te digo si es rico/a o no”, usted ¿qué haría?
3.1.1) Nada, una vez
más
3.1.2) Le diría al león
“Tenga en cuenta la posibilidad de que el gusto del tigre no coincida con el
suyo, ya que ambos pertenecen a especies diferentes”.
3.1.3) Pensaría “No era
sólo el león: parece que en este zoológico todos los animales hablan”.
Si usted eligió la
opción 3.2, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted contestó que siempre se había caracterizado por
ser indigesto/a, el león le propuso probar un pedazo y continuar con el resto o
no, según el gusto que usted tuviera, usted contestó “Me parece razonable”, y
si ahora el león dijera “Es curioso que eso le parezca razonable; aquí hay gato
encerrado”, usted, ¿qué haría?
3.2.1) Se pondría a
buscar el gato
3.2.2) Diría “Eso es
absurdo: cualquier gato pasaría sin dificultad entre esos barrotes”.
3.2.3) Bailaría
cha-cha-cha.
Si usted eligió la
opción 3.3, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente
intención de comérselo/a, usted contestó que siempre se había caracterizado por
ser indigesto/a, el león le propuso probar un pedazo y continuar con el resto o
no, según el gusto que usted tuviera, usted preguntó al león qué pedazo
elegiría para la degustación, y si ahora él dijera “El páncreas”, usted ¿cómo
reaccionaría?
3.3.1) Pensando “Ah,
menos mal. Ese órgano mucho no lo preciso”.
3.3.2) Pensando “Me
salvé: una vez me dijeron que mi páncreas sabía mal, así que el león después de
probarlo no me va a querer comer”.
3.3.3) Diciéndole al
león “¿Está seguro? ¿No prefiere una uña?”.
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39 Poesía de Roberto,
En las entrañas del verano,
En
las entrañas del verano,
como
una fibra más clara,
repercute
la voz del heladero.
No
es la infancia que vuelve.
No
es algo de dios que se ha vestido de blanco.
No
es una luna en el día.
Es
sólo lo posible
que
nos demuestra su existencia.
Lo
imposible no levanta nunca la voz.
4
El mundo es el segundo término
El
mundo es el segundo término
de
una metáfora incompleta,
una
comparación
cuyo
primer elemento se ha perdido.
¿Dónde
está lo que era como el mundo?
¿Se
fugó de la frase
o
lo borramos?
¿O
acaso la metáfora
estuvo
siempre trunca?
45
El universo se investiga a sí mismo.
El
universo se investiga a sí mismo.
Y
la vida es la forma
que
emplea el universo
para
su investigación.
La
flecha se da vuelta
y
se clava en sí misma.
Y
el hombre es la punta de la flecha.
El
hombre se clava en el hombre,
pero
el blanco de la flecha no es el hombre.
Un
laberinto
sólo
se encuentra
en
otro laberinto.
16
El centro no es un punto.
El
centro no es un punto.
Si
lo fuera, resultaría fácil acertarlo.
No
es ni siquiera la reducción de un punto a su infinito.
El
centro es una ausencia,
de
punto, de infinito y aun de ausencia
y
sólo se acierta con ausencia.
Mírame
después que te hayas ido,
aunque
yo esté recién cuando me vaya.
Ahora
el centro me ha enseñado a no estar,
pero
más tarde el centro estará aquí.
17
Detener la palabra
Detener
la palabra
un
segundo antes del labio,
un
segundo antes de la voracidad compartida,
un
segundo antes del corazón del otro,
para
que haya por lo menos un pájaro
que
puede prescindir de todo nido.
El
destino es de aire.
Las
brújulas señalan uno solo de sus hilos,
pero
la ausencia necesita otros
para
que las cosas sean
su
destino de aire.
La
palabra es el único pájaro
que
puede ser igual a su ausencia.
7
Cuando se ha puesto una vez el pie del otro lado
Cuando
se ha puesto una vez el pie del otro lado
y
se puede sin embargo volver,
ya
nunca más se pisará como antes
y
poco a poco se irá pisando de este lado el otro lado.
Es
el aprendizaje
que
después no se resigna
a
que todo lo demás,
sobre
todo el amor,
no
haga lo mismo.
El
otro lado es el mayor contagio.
Hasta
los mismos ojos cambian de color
y
adquieren el tono transparente de las fábulas.
92
Competencia del que soy con el que fui
Competencia
del que soy con el que fui,
del
que va a apagar la lámpara
con
el que la ha encendido,
del
que desparramaba los colores
con
el que los reúne,
del
que no se veía en los espejos
con
el que se contempla en el humo.
Competencia
de mi voz con mi voz,
de
las palabras que encontraba
con
las palabras que me encuentran,
de
los silencios que hablaban por amor
con
el amor que dice su silencio,
de
la luz de una tarde en cualquier tarde
con
la luz exclusiva de esta tarde.
Competencia
del que soy y del que fui
con
el que seré o no seré mañana,
del
que aún marca sus huellas
con
el que todavía las borra,
del
que empujaba al día
con
el que ya ocultamente lo sostiene,
del
que viene de ninguna parte
con
el que viene de ninguna parte.
20
Callar puede ser una música
Callar
puede ser una música,
una
melodía diferente,
que
se borda con hilos de ausencia
sobre
el revés de un extraño tejido.
La
imaginación es la verdadera historia del mundo.
La
luz presiona hacia abajo.
La
vida se derrama de pronto por un hilo suelto.
Callar
puede ser una música
o
también el vacío
ya
que hablar es taparlo.
O
callar puede ser tal vez
la
música del vacío.
19
Algunos de nuestros gritos
Algunos
de nuestros gritos
se
detienen junto a nosotros
y
nos miran fijamente
como
si quisieran consolarnos de ellos mismos.
Algunas
palabras que hemos dicho
regresan
y se paran a nuestro lado
como
si quisieran convencernos
de
que llegaron a alguna otra parte.
Algunos
de nuestros silencios
toman
la forma de una mujer que nos abraza
como
si quisieran secarnos
el
sudor de las ternuras solitarias.
Algunas
de nuestras miradas
retornan
para comprobarse en nosotros
o
quizá para permitir que nos miremos desde enfrente
como
si quisieran demostrarnos
que
lo que nos ocurre
es
una copia de lo que no nos ocurre.
Hay
momentos y hasta quizá una edad de nuestra imagen
en
que todo cuanto sale de ella
vuelve
como un espejo a confirmarla
en
la propia constancia de sus líneas.
Así
se va integrando
nuestro
pueblo más secreto.
Resumen del libro Puro Fútbol de Roberto Fontanarrosa (extraído de literatura futbolera)
Los últimos salileros: cuenta la
historia de un equipo de futbol “los salileros”, los cuales estaban en primera
división de argentina donde le jugaban de igual a igual a los grandes como
River, Boca o San Lorenzo en su maravilla de cancha, pero que se vieron
afectados por los jueces del partido los cuales le arbitraron en contra durante
toda su existencia lo que provoco que descendieran a la “b” y después a la “c”
de argentina. De ser un club reconocido que llenaba la cancha de banderas del
color del club pasaron a un equipo pobre con una mini barra sin cancha ni nada.
El pichón de Cristo: este cuento
trata sobre un equipo que a días de enfrentar al campeón independiente de
Bigand, se les lesiona el portero “Pacu”, el mejor portero de la liga y el
único que tenía el equipo. Desesperados buscaron a un reemplazante, a uno de
ellos se les ocurrió llevar al “pichón de Cristo”, un arquero flaquísimo de
cuerpo entero que según ellos no taparía nada pero que llevarían ya que no tienen
otro. Llega el día del partido y su equipo jugo horrible, independiente era muy
superior e iría ganando si no fuera por el pichón que tapaba absolutamente
todo. En fin termino el partido y en camarines todos felicitaban al flaco, pero
el narrador se quedó más tiempo y por casualidad se encontró con el flaco que
todavía no se iba y le vio en la mano una herida al igual que al costado del
pecho le pregunto por esto y él dijo que había sido en el partido. En fin a los
días siguientes lo andaban buscando para que firmase por el club pero desapareció
y nunca más supieron de él.
La pena máxima: cuenta la
historia de un pibe que le toca la decisión de tirar un penal, pero él no
quiere porque piensa que lo va a errar, entonces piensa que el mono no lo puede
tirar porque contra Chacarita, la fecha pasada, se le fue. Al final tiene que
tirarlo él, quien todo el tiempo pensaba que lo iba a errar, lo patea y gol.
Betito: cuenta la
historia de un hincha el Betito que durante un partido cobran un penal entonces
la barra se vuelve loca queriendo matar al árbitro entonces los carabineros
para calmarlos tiran bomba lacrimógenas y justo una de ellas le explota en la
cara y lo deja ciego.
Wilmar Everton Cardaña,
número 5 de Peñarol:
relata la historia de un contención el cual era muy aguerrido en el juego
paraba a los delanteros o jugadores del equipo contrario con mucha fuerza y la
mayoría de las veces desmedida que dejo muchos jugadores lesionados en su
carrera. Un día antes del partido ante nacional le llega una carta de un niño
que está internado en un hospital y que le pide que por favor le regale el
balón del encuentro. Con esta carta sale la parte más sensible del jugador y
comienza a llorar. Al otro día juegan el partido el cual lo pierden, pero el
capitán Wilmar después del partido va entregar el regalo al niño que le envío
la carta. Wilmar va con todo el equipo a entregarle el balón del partido
firmado por todos los jugadores del plantel, y cuando entran a su pieza el niño
recibe el balón pero en vez de agradecerles lo recrimina por haber perdido el
encuentro, entonces el capitán se enoja y le tira una patada voladora al pecho
quebrándole 4 costillas y se va muy triste con los otros jugadores de Peñarol.
19 de diciembre de 1971: relata la
historia de un clásico entre leprosos y canallas el cual como cualquier clásico
se quiere ganar. Pero para ganarlo necesitan la cábala al viejo Casale que con
él nunca habían perdido, pero para mala suerte él se enferma i estaba
hospitalizado por un infarto el cual no le permitía recibir impresiones muy
grandes como lo sería un clásico. Pero idearon un plan y lograron llevarlo al
estadio a hinchar al equipo de sus amores los canallas. En fin ganan los
canallas y la felicidad de Casale era tan grande que cayó al suelo seco con una
cara de felicidad. Fue así que murió el viejo Casale en la barra celebrando la
victoria de su equipo. El gol fue hecho por Pedro Poy de palomita al último minuto,
que con eso se transformó en ídolo y cada 19 de diciembre se celebra haberle
ganado a los leprosos.
Lo que se dice un ídolo: cuenta la
historia de Pedrito un jugadorazo y muy caballero que si le pegaban el no
respondía, nunca tuvo una tarjeta roja ni amarilla. También era muy lógico para
pensar si se enfrentaba a boca se daba por perdedor porque sabía que tenían
mejor plantel que el de él. Eso era lo que según el negro no le permitía ser ídolo
que no se defendía y no tenía mentalidad ganadora antes de los partidos. Era un
jugador esplendido y es por esto que lo involucraron con muchas mujeres siendo
que el ya tenía una relación desde la infancia, fue tanto el revuelo que casi
su esposa termina con él. Ya toda la gente sabía de eso y cuando jugaba un
partido contra Vélez un defensa central le dice “¡Qué mierda te vas a voltear
vos a esa mina, si vos en tu vida te volteaste ninguna!”, “ya que sos tan macho
anímate a entrar al área que te voy a romper la gamba en cuatro pedazos”. Esto
provoco como nunca una calentura de Pedro que le pego un combo en la jeta que
lo dejo loco por media hora, lo que provoco su expulsión y aunque estaban en la
cancha de Vélez nadie le grito nada a Pedro. Le dieron pocas fechas de castigo
y volvió en un partido contra los leprosos en donde como nunca fue ovacionado y
desde ese momento empezó a transformarse en ídolo.
Memorias de un wing
derecho: Cuenta
la historia de un wing derecho el cual era un fenómeno era una maquina en su
posición, sacaba centros, le pegaba al arco cuando veía la más mínima
oportunidad o se la cedía al 9. Así ya había hecho 6800 goles en su carrera y
el 9 de su equipo por lo menos unos 12000 y la mayoría cedidos por él. Él
recuerda un partido memorable, un clásico Boca-River, el cual ganaron y el hizo
3 goles. Pero el recuerda un gol en el cual él la agarra encara al defensa pero
lo marcaban muy bien, cuando escucha a su compañero, engancha a la derecha y
entrega hacia el centro de la cancha y su compañero en velocidad remata esa
pelota y golazo.
La observación de los
pájaros:
cuenta que en un clásico en un domingo en que las calles están vacías, y el
escucha el partido por radio que obviamente en algo más que sufrible. Entonces
empieza el partido y en el primer tiempo que dan perdiendo, por lo que apaga la
radio y sale a dar un paseo y piensa en lo que genera un clásico en las
personas. Termina el partido según lo que él pensó, por lo que se da de
perdedor y sale un niño de su casa con la camiseta de central y sale diciendo
aguante central, entonces le pregunto cómo salió el partido al niño y él le
responde que central empato sobre la hora y que empataron. Entonces la paz
invadió su cuerpo la tranquilidad de que no va a haber burlas en su contra ni
nada.
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¿Qué
es un Limerick?
Limerick: son poemas cortos, generalmente chistosos, con una
estructura específica. Los limericks tienen una forma estándar de cinco líneas
y un esquema de rima de aabba. ¿Qué quiere decir esto? Que el primer verso (el
primer “renglón”), rima con el segundo y con el quinto, mientras que el tercero
y el cuarto riman entre sí. El
origen de los limericks es en inglés:
The first law
of Newton I sing
My voice has a
relevant ring:
“An object
left free
Of hassles
will be
Engrossed in
just doing its thing.”
(Edward H.
Green)
There was a
young student called Fred,
Who was
questioned on Descartes and said:
” It’s
perfectly clear
That I’m not
reallly here,
for I haven’t
a thought in my head “
(V.R.Ormerod)
Además, la estructura tiene que ser de esta manera:
Primer verso – Define al protagonista
Segundo verso- Indica sus características
Tercero y Cuarto versos- Se realiza un predicado, se cuenta algo
sobre el personaje.
Quinto verso- Termina con un epíteto (adjetivo) extravagante
(raro, extraño, sorprendente), y repite el nombre del primer verso, o puede
repetir casi igualito el primer verso.
Para
que tenga gracia, el Limerick presenta siempre alguna hazaña o característica
desopilante (chistosa, graciosa) de un personaje.
Pueblito
Son famosos los limericks de Edward Lear. Acá va uno de “Il libro
del nonseso” de este autor:
Era un viejo de colina
de naturaleza fútil y cansina
sentado sobre una roca
cantaba coplas para una oca,
aquel didáctico viejo de colina.
Acá va otro:
A un señor de nombre Filiberto,
le gustaba ir siempre al café concierto
y al dulce sonido de tazas y cucharones
comía trompetas, clarines y trombones
aquel musicófilo señor Filiberto
Esta es una serie de limeriks de María Elena Walsh, del
libro Zoo Loco
Una vaca que come con cuchara
y que tiene un reloj en vez de cara,
que vuela y habla inglés,
sin duda alguna es
una vaca rarísima, muy rara.
dibujo-de-gato-gatito-para-colorear
Un gato concertista toca Liszt,
una lechuza va y le dice: -Chist,
me aburres por demás,
cambia ya de compás
que tengo ganas de bailar el twist.
Si cualquier día vemos una Foca
que junta margaritas con la boca,
que fuma y habla sola
y escribe con la cola,
llamemos al doctor: la Foca es loca.
gallo_gallinaUn Gallo a una Gallina preguntó:
¿Cocorocó? ¿Cocorocó cocó?
la Gallina, indecisa,
primero le dio risa,
pero después le contestó que no.
Parece que en Japón había un Mono,
Que dormía la siesta con kimono.
- Que cosa rara es
- decía un Japonés
- ver a un Mono en kimono haciendo nono.
Paloma, Palomita de la Puna, paloma-de-la-paz
mira que no te roben tu fortuna,
esa que con descuido
olvidas en el nido:
un rayito de sol y otro
de luna.
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El vestido de terciopelo
Por Silvina Ocampo
Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que
humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardín, de la
calle Ayacucho. ¡Qué risa!
Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba
malhumorada, porque no quería salir, pues mi vestido estaba sucio y pensaba
dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha de mi camita. Tocamos el
timbre, nos abrieron la puerta y entramos. Casilda y yo, en la casa, con el
paquete. Casilda es modista. Vivimos en Burzaco y nuestros viajes a la capital
la enferman, sobre todo cuando tenemos que ir al barrio norte, que queda tan a
trasmano. De inmediato Casilda pidió un vaso de agua a la sirvienta para tomar la
aspirina que llevaba en el monedero. La aspirina cayó al suelo con vaso y
monedero. ¡Qué risa!
Subimos una escalera alfombrada (olía a
naftalina), precedidas por la sirvienta, que nos hizo pasar al dormitorio de la
señora Cornelia Catalpina, cuyo nombre fue un martirio para mi memoria. El
dormitorio era todo rojo, con cortinajes blancos y había espejos con marcos
dorados. Durante un siglo esperamos que la señora llegara del cuarto contiguo,
donde la oíamos hacer gárgaras y discutir con voces diferentes. Entró su
perfume y después de unos instantes, ella con otro perfume. Quejándose, nos
saludó:
–¡Qué suerte tienen ustedes de vivir en las
afueras de Buenos Aires! Allí no hay hollín, por lo menos. Habrá perros
rabiosos y quema de basuras... Miren la colcha de mi cama. ¿Ustedes creen que
es gris? No. Es blanca. Un campo de nieve –me tomó del mentón y agregó–: No te
preocupan estas cosas. ¡Qué edad feliz! Ocho años tienes, ¿verdad? –y
dirigiéndose a Casilda, agregó–: ¿Por qué no le coloca una piedra sobre la
cabeza para que no crezca? De la edad de nuestros hijos depende nuestra
juventud.
Todo el mundo creía que mi amiga Casilda era mi
mamá. ¡Qué risa!
–Señora, ¿quiere probarse? –dijo Casilda,
abriendo el paquete que estaba prendido con alfileres. Me ordenó: –Alcanza de
mi cartera los alfileres.
–¡Probarse! ¡Es mi tortura! ¡Si alguien se
probara los vestidos por mí, qué feliz sería! Me cansa tanto.
La señora se desvistió y Casilda trató de ponerle
el vestido de terciopelo.
–¿Para cuándo el viaje, señora? –le dijo para
distraerla.
La señora no podía contestar. El vestido no
pasaba por sus hombros: algo lo detenía en el cuello. ¡Qué risa!
–El terciopelo se pega mucho, señora, y hoy hace
calor. Pongámosle un poquito de talco.
–Sáquemelo, que me asfixio –exclamó la señora.
Casilda le quitó el vestido y la señora se sentó
sobre el sillón, a punto de desvanecerse.
–¿Para cuándo será el viaje, señora? –volvió a
preguntar Casilda para distraerla.
–Me iré en cualquier momento. Hoy día, con los
aviones, uno se va cuando quiere. El vestido tendrá que estar listo. Pensar que
allí hay nieve. Todo es blanco, limpio y brillante.
–Se va a París, ¿no?
–Iré también a Italia.
–¿Vuelve a probarse el vestido, señora? En
seguida terminamos.
La señora asintió dando un suspiro.
–Levante los dos brazos para que pasemos primero
las dos mangas –dijo Casilda, tomando el vestido y poniéndoselo de nuevo.
Durante algunos segundos Casilda trató
inútilmente de bajar la falda, para que resbalara sobre las caderas de la
señora. Yo la ayudaba lo mejor que podía. Finalmente consiguió ponerle el
vestido. Durante unos instantes la señora descansó extenuada, sobre el sillón;
luego se puso de pie para mirarse en el espejo. ¡El vestido era precioso y
complicado! Un dragón bordado de lentejuelas negras brillaba sobre el lado
izquierdo de la bata. Casilda se arrodilló, mirándola en el espejo, y le
redondeó el ruedo de la falda. Luego se puso de pie y comenzó a colocar
alfileres en los dobleces de la bata, en el cuello, en las mangas. Yo tocaba el
terciopelo: era áspero cuando pasaba la mano para un lado y suave cuando la
pasaba para el otro. El contacto de la felpa hacía rechinar mis dientes. Los
alfileres caían sobre el piso de madera y yo los recogía religiosamente uno por
uno. ¡Qué risa!
–¡Qué vestido! Creo que no hay otro modelo tan
precioso en todo Buenos Aires –dijo Casilda, dejando caer un alfiler que tenía
entre sus dientes–-. ¿No le agrada, señora?
–Muchísimo. El terciopelo es el género que más
me gusta. Los géneros son como las flores: uno tiene sus preferencias. Yo comparo
el terciopelo a los nardos.
–¿Le gusta el nardo? Es tan triste –protestó
Casilda.
–El nardo es mi flor preferida, y sin embargo me
hace daño. Cuando aspiro su olor me descompongo. El terciopelo hace rechinar
mis dientes, me eriza, como me erizaban los guantes de hilo en la infancia y,
sin embargo, para mí no hay en el mundo otro género comparable. Sentir su
suavidad en mi mano me atrae aunque a veces me repugne. ¡Qué mujer está mejor
vestida que aquella que se viste de terciopelo negro! Ni un cuello de puntilla
le hace falta, ni un collar de perlas; todo estaría de más. El terciopelo se
basta a sí mismo. Es suntuoso y es sobrio.
Cuando terminó de hablar, la señora respiraba
con dificultad. El dragón también. Casilda tomó un diario que estaba sobre una
mesa y la abanicó, pero la señora la detuvo, pidiéndole que no le echara aire,
porque el aire le hacía mal. ¡Qué risa!
En la calle oí gritos de los vendedores
ambulantes. ¿Qué vendían? ¿Frutas, helados, tal vez? El silbato del afilador y
el tilín del barquillero recorrían también la calle. No corrí a la ventana,
para curiosear, como otras veces. No me cansaba de contemplar las pruebas de
este vestido con un dragón de lentejuelas. La señora volvió a ponerse de pie y
se detuvo de nuevo frente al espejo tambaleando. El dragón de lentejuelas
también tambaleó. El vestido ya no tenía casi ningún defecto, sólo un
imperceptible frunce debajo de los dos brazos. Casilda volvió a tomar los
alfileres para colocarlos peligrosamente en aquellas arrugas de género
sobrenatural, que sobraban.
–Cuando seas grande –me dijo la señora– te
gustará llevar un vestido de terciopelo, ¿no es cierto?
–Sí –respondí, y sentí que el terciopelo de ese
vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas. ¡Qué risa!
–Ahora me quitaré el vestido –dijo la señora.
Casilda la ayudó a quitárselo tomándolo del
ruedo de la falda con las dos manos. Forcejeó inútilmente durante algunos
segundos, hasta que volvió a acomodarle el vestido.
–Tendré que dormir con él –dijo la señora,
frente al espejo, mirando su rostro pálido y el dragón que temblaba sobre los
latidos de su corazón–. Es maravilloso el terciopelo, pero pesa –llevó la mano
a la frente–. Es una cárcel. ¿Cómo salir? Deberían hacerse vestidos de telas inmateriales
como el aire, la luz o el agua.
–Yo le aconsejé la seda natural –protestó
Casilda.
La señora cayó al suelo y el dragón se retorció.
Casilda se inclinó sobre su cuerpo hasta que el dragón quedó inmóvil. Acaricié
de nuevo el terciopelo que parecía un animal. Casilda dijo melancólicamente:
–Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer este vestido!
¡Me costó tanto, tanto!
–¡Qué risa!
(de La furia, 1959)
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Obras, cuentos, historias escritas por Julio CortázarPalabras: Julio Cortázar: “Los cuentos son criaturas vivas y respiran”.
Por Julio Cortázar en
Material Plástico
Un señor toma el tranvía después de
comprar el diario y ponérselo bajo el brazo. Media hora más tarde desciende con
el mismo diario bajo el mismo brazo. Pero ya no es el mismo diario, ahora es un
montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de plaza.
Apenas queda solo en el banco, el
montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que un
muchacho lo ve, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas.
Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra
vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee y lo deja
convertido en un montón de hojas impresas. Luego se lo lleva a su casa y en el
camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven
los diarios después de estas excitantes metamorfosis.
Progreso y Retroceso
Inventaron un cristal que dejaba pasar
las moscas. La mosca venía empujaba un poco con la cabeza y, pop, ya estaba del
otro lado. Alegría enormísima de la mosca.
Todo lo arruinó un sabio húngaro al
descubrir que la mosca podía entrar pero no salir, o viceversa a causa de no se
sabe que macana en la flexibilidad de las fibras de este cristal, que era muy
fibroso. En seguida inventaron el cazamoscas con un terrón de azúcar dentro, y
muchas moscas morían desesperadas. Así acabó toda posible confraternidad con
estos animales dignos de mejor suerte.
Maravillosas ocupaciones
Qué maravillosa ocupación cortarle la pata a una araña, ponerla en un sobre,
escribir Señor Ministro de Relaciones Exteriores, agregar la dirección, bajar a
saltos la escalera, despachar la carta en el correo de la esquina. Qué
maravillosa ocupación ir andando por el bulevar Arago contando los árboles, y
cada cinco castaños detenerse un momento sobre un solo pie y esperar que
alguien mire, y entonces soltar un grito seco y breve, girar como una peonza,
con los brazos bien abiertos, idéntico al ave cakuy que se duele en los árboles
del norte argentino. Qué maravillosa ocupación entrar en un café y pedir
azúcar, otra vez azúcar, tres o cuatro veces azúcar, e ir formando un montón en
el centro de la mesa, mientras crece la ira en los mostradores y debajo de los
delantales blancos, y exactamente en medio del montón de azúcar escupir
suavemente, y seguir el descenso del pequeño glaciar de saliva, oír el ruido de
piedras rotas que lo acompaña y que nace en las gargantas contraídas de cinco
parroquianos y del patrón, hombre honesto a sus horas. Qué maravillosa
ocupación tomar el ómnibus, bajarse delante del Ministerio, abrirse paso a
golpes de sobres con sellos, dejar atrás al último secretario y entrar, firme y
serio, en el gran despacho de espejos, exactamente en el momento en que un
ujier vestido de azul entrega al Ministro una carta, y verlo abrir el sobre con
una plegadera de origen histórico, meter dos dedos delicados y retirar la pata
de araña, quedarse mirándola, y entonces imitar el zumbido de una mosca y ver
cómo el Ministro palidece, quiere tirar la pata pero no puede, está atrapado
por la pata, y darle la espalda y salir, silbando, anunciando en los pasillos
la renuncia del Ministro, y saber que al día siguiente entrarán las tropas
enemigas y todo se irá al diablo y será un jueves de un mes impar de un año
bisiesto.
Te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza de cicatriz
voy poniéndote en el pelo cenizas de relámapago y cintas que dormían en la lluvia
No quiero que tengas una forma, que seas precisamente lo que viene detrás de tu mano,
porque el agua, considera el agua, y los leones cuando se disuelven en el azúcar de la fébula,
y los gestos, esa arquitectura de la nada,
encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro.
Todo mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo.
pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa.
Busco tu suma, el borde de la copa donde le vino es también la luna y el espejo,
busco esa línea que hace temblar a un hombre en una
galería de museo.
Además te quiero, y
hace tiempo y frío.
Pérdida y
recuperación del pelo
Para luchar contra el
pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles, mi primo
el mayor propugna el procedimiento de sacarse un buen pelo de la cabeza,
hacerle un nudo en el medio y dejarlo caer suavemente por el agujero del
lavabo. Si este pelo se engancha en la rejilla que suele cundir en dichos
agujeros, bastará abrir un poco la canilla para que se pierda de vista.
Sin malgastar un
instante, hay que iniciar la tarea de recuperación del pelo. La primera
operación se reduce a desmontar el sifón del lavabo para ver si el pelo se ha
enganchado en alguna de las rugosidades del caño. Si no se lo encuentra, hay
que poner en descubierto el tramo de caño que va del sifón a la cañería de
desagüe principal. Es seguro que en esta parte aparecerán muchos pelos, y habrá
que contar con la ayuda del resto de la familia para examinarlos uno a uno en
busca del nudo. Si no aparece, se planteará el interesante problema de romper
la cañería hasta la planta baja, pero esto significa un esfuerzo mayor, pues
durante ocho o diez años habrá que trabajar en algún ministerio o casa de
comercio para reunir el dinero que permita comprar los cuatro departamentos
situados debajo del de mi primo el mayor, todo ello con la desventaja
extraordinaria de que mientras se trabaja durante esos ocho o diez años no se
podrá evitar la penosa sensación de que el pelo ya no está en la cañería y que
sólo por una remota casualidad permanece enganchado en alguna saliente
herrumbrada del caño.
Llegará el día en que
podamos romper los caños de todos los departamentos, y durante meses viviremos
rodeados de palanganas y otros recipientes llenos de pelos mojados, así como de
asistentes y mendigos a los que pagaremos generosamente para que busquen,
separen, clasifiquen y nos traigan los pelos posibles a fin de alcanzar la
deseada certidumbre. Si el pelo no aparece, entraremos en una etapa mucho más
vaga y complicada, porque el tramo siguiente nos lleva a las cloacas mayores de
la ciudad. Luego de comprar un traje especial, aprenderemos a deslizarnos por
las alcantarillas a altas horas de la noche, armados de una linterna poderosa y
una máscara de oxígeno, y exploraremos las galerías menores y mayores, ayudados
si es posible por individuos del hampa, con quienes habremos trabado relación y
a los que tendremos que dar gran parte del dinero que de día ganamos en un
ministerio o una casa de comercio.
Con mucha frecuencia
tendremos la impresión de haber llegado al término de la tarea, porque
encontraremos pelo (o nos traerán) pelos semejantes al que buscamos; pero como
no se sabe de ningún caso en que un pelo tenga un nudo en el medio sin
intervención de mano humana, acabaremos casi siempre por comprobar que el nudo
en cuestión es un simple engrosamiento del calibre del pelo (aunque tampoco
sabemos de ningún caso parecido) o un depósito de algún silicato u óxido
cualquiera producido por una larga permanencia en una superficie húmeda. Es
probable que avancemos así por diversos tramos de cañerías menores y mayores,
hasta llegar a ese sitio donde ya nadie se decidirá a penetrar: el caño maestro
enfilado en dirección al río, la reunión torrentosa de los detritos en la que
ningún dinero, ninguna barca, ningún soborno nos permitirán continuar la
búsqueda.
Pero antes de eso, y
quizá mucho antes, por ejemplo a pocos centímetros de la boca del lavabo, a la
altura del departamento del segundo piso, o en la primera cañería subterránea,
puede suceder que encontremos el pelo. Basta pensar en la alegría que eso nos
producirá, en el asombrado cálculo de los esfuerzos ahorrados por pura buena
suerte, para escoger, para exigir prácticamente una tarea semejante, que todo
maestro consciente debería aconsejar a sus alumnos desde la más tierna
infancia, en vez de secarles el alma con la regla de tres compuesta o las
tristezas de Cancha Rayada.
Parte de Historias de
Cronopios y de Famas, 1962.
Esta ternura
Esta
ternura y estas manos libres,
¿a quién darlas bajo el viento? Tanto arroz
para la zorra, y en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.
¿a quién darlas bajo el viento? Tanto arroz
para la zorra, y en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.
Hicimos
pan tan blanco
para bocas ya muertas que aceptaban
solamente una luna de colmillo, el té
frío de la vela la alba.
Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie? e
para traerte un pescadito rojo
bajo la rabia de gendarmes y niñeras.
para bocas ya muertas que aceptaban
solamente una luna de colmillo, el té
frío de la vela la alba.
Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie? e
para traerte un pescadito rojo
bajo la rabia de gendarmes y niñeras.
De la Simetría Interplanetaria
This is
very disgusting.
Donald
Duck
Apenas desembarcado en el planeta Faros, me llevaron los
farenses a conocer el ambiente físco, fitogeográfico, zoogeográfico,
político-económico y nocturno de su ciudad capital que ellos llaman 956.
Los
farenses son lo que aquí denominaríamos insectos; tienen altísimas patas de
araña (suponiendo una araña verde, con pelos rígidos y excrecencias brillantes
de donde nace un sonido continuado, semejante al de una flauta y que,
musicalmente conducido, constituye su lenguaje); de sus ojos, manera de
vestirse, sistemas políticos y procederes eróticos hablaré alguna otra vez.
Creo que me querían mucho; les expliqué, mediante gestos universales, mi deseo
de aprender su historia y costumbres; fui acogido con innegable simpatía.
Estuve
tres semanas en 956; me bastó para descubrir que los farenses eran cultos,
amaban las puestas de sol y los problemas de ingenio. Me faltaba conocer su
religión, para lo cual solicité datos con los pocos vocablos que poseía
-pronunciándolos a través de un silbato de hueso que fabriqué diestramente-. Me
explicaron que profesaban el monoteísmo, que el sacerdocio no estaba aún del
todo desprestigiado y que la ley moral les mandaba ser pasablemente buenos. El
problema actual parecía consistir en Illi. Descubrí que Illi era un farense con
pretensiones de acendrar la fe en los sistemas vasculares ("crazones"
no sería morfológicamente exacto) y que estaba en camino de conseguirlo.
Me
llevaron a un banquete que los distinguidos de 956 le ofrecieron a Ili.
Encontré al heresiarca en lo alto de la pirámide (mesa, en Faros) comiendo y
predicando. Lo escuchaban con atención, parecían adorarlo, mientras Illi
hablaba y hablaba.
Yo
no conseguía entender sino pocas palabras. A través de ellas me formé una alta
idea de Illi. Repentinamente creí estar viviendo un anacronismo, haber
retrocedido a las épocas terrestres en que se gestaban las religiones
definitivas. Me acordé del Rabbi Jesús. También el Rabbi Jesús hablaba, comía y
hablaba, mientras los demás lo escuchaban con atención y parecían adorarlo.
Pensé:
"¿Y si éste fuera también Jesús? No es novedad la hipótesis de que bien
podría el Hijo de Dios pasearse por los planetas convirtiendo a los
universales. ¿Por qué iba a dedicarse con exclusiviad a la tierra? Ya no
estamos en la era geocéntrica; concedámosle el derecho a cumplir su dura misión
en todas partes."
Illi
seguía adoctrinando a los comensales. Más y más me pareció que aquel farense
podía ser Jesús. "Qué tremenda tarea", pensé. "Y monótona,
además. Lo que falta saber es si los seres reaccionan igualmente en todos
lados. ¿Lo crucificarían en Marte, en Júpiter, en Plutón...?" Hombre de la
Tierra, sentí nacerme una vergüenza retrospectiva. El Calvario era un estigma
coterráneo, pero también una definición. Probablemente habíamos sido los únicos
capaces de una villanía semejante ¡Clavar en un madero al hijo de Dios...!
Los
farenses, para mi completa confusión, aumentaban las muestras de su cariño;
prosternados (no intentaré describir el aspecto que tenían) adoraban al
maestro. De pronto, me pareció que Illi levantaba todas las patas a la vez (y
las patas de un farense son diecisiete). Se crispó en el aire y cayó de golpe
sobre la punta de la pirámide (la mesa). Instantáneamente quedó negro y
callado; pregunté, y me dijeron que estaba muerto. Parece que le habían puesto
veneno en la comida.
Había
empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes,
volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar
lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de
escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de
aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el
parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta
que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó
que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a
leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las
imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida.
Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo
rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el
terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la
mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los
robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes,
dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento,
fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la
mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de
una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él
rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una
pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El
puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un
diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se
sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que
enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban
abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había
sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada
instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado
se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a
anochecer.
Sin
mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la
puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la
senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto.
Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en
la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no
debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba.
Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus
oidos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una
galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera
habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la
mano. La luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo
verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
Che
Yo
tuve un hermano.
No nos vimos nunca pero
no importaba.
Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo,
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.
No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.
No nos vimos nunca pero
no importaba.
Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo,
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.
No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.
octubre
de 1967
Un tal
Lucas
Julio
Cortázar
Lucas, su patriotismo
De mi pasaporte me
gustan las páginas de las renovaciones y los sellos de visados redondos /
triangulares / verdes / cuadrados / negros / ovalados / rojos; de mi imagen de
Buenos Aires el transbordador sobre el Riachuelo, la plaza Irlanda, los
jardines de Agronomía, algunos cafés que acaso ya no están, una cama en un
departamento de Maipú casi esquina Córdoba, el olor y el silencio del puerto a
medianoche en verano, los arboles de la plaza Lavalle.
Del país me queda
un olor de acequias mendocinas, los álamos de Uspallata, el violeta profundo
del cerro de Velasco en La Rioja, las estrellas chaqueñas en Pampa de Guanacos
yendo de Salta a Misiones en un tren del año cuarenta y dos, un caballo que
monte en Saladillo, el sabor del Cinzano con ginebra Gordon en el Boston de
Florida, el olor ligeramente alérgico de las plateas del Colón, el superpullman
del Luna Park con Carlos Beulchi y Mario Díaz, algunas lecherías de la
madrugada, la fealdad de la Plaza Once, la lecture de Sur en los años
dulcemente ingenuos, las ediciones a cincuenta centavos de Claridad, con
Roberto Arlt y Castelnuovo, y también algunos patios, claro, y sombras que me
callo, y muertos.
Lucas,
sus meditaciones ecológicas
En esta época de
retorno desmelenado y turístico a la Naturaleza, en que los ciudadanos miran la
vida de campo como Rousseau miraba al buen salvaje, me solidarizo más que nunca
con: a) Max Jacob, que en respuesta a una invitación para pasar el fin de
semana en el campo, dijo entre estupefacto y aterrado: << ¿El campo, ese
lugar donde los pollos se pasean crudos?>>; b) el doctor Jonson, que en
mitad de una excursión al parque de Greenwich, expreso enérgicamente su
preferencia por Fleet Street; c) Baudelaire, que llevo el amor de lo artificial
hasta la noción misma de paraíso.
Un paisaje, un
paseo por el bosque, un chapuzón en una cascada, un camino entre las rocas, solo
pueden colmarnos estéticamente si tenemos asegurado el retorno a casa o al
hotel, la ducha lustral, la cena y el vino, la charla de sobremesa, el libro o
los papeles, el erotismo que todo lo resume y lo recomienza. Desconfío de los
admiradores de la naturaleza que cada tanto se bajan del auto para contemplar
el panorama y dar cinco o seis saltos entre las peñas; en cuanto a los otros,
esos boyss-scouts vitalicios que suelen errabundear bajo enormes mochilas y
barbas desaforadas, sus reacciones son sobre todo monosilábicas o
exclamatorias; todo parece consistir en quedarse una y otra vez como estúpidos
delante de una colina o una puesta de sol que son las cosas más repetidas
imaginables.
Los civilizados
mienten cuando caen en el deliquio bucólico; si les falta el scotch on the
rocks a las siete y media de la tarde, maldecirán el minuto en que abandonaron
su casa para venir a padecer tábanos, insolaciones y espinas; en cuanto a los
más próximos a la naturaleza, son tan estúpidos como ella. Un libro, una comedia,
una sonata, no necesitan regreso ni ducha; es allí donde nos alcanzamos por
todo lo alto, donde somos lo más que podemos ser. Lo que busca el intelectual o
el artista que se refugia en la campaña es tranquilidad, lechuga fresca y aire
oxigenado; con la naturaleza rodeándolo por todos lados, él lee o pinta o
escribe en la perfecta luz de una habitación bien orientada; si sale de paseo o
se asoma a mirar los animales o las nubes, es porque se ha fatigado de su
trabajo o de su ocio. No se fíe, che, de la contemplación absorta de un tulipán
cuando el contemplador es un intelectual. Lo que hay allí es tulipán +
distracción, o tulipán + meditación (casi nunca sobre el tulipán). Nunca
encontrará un escenario natural que resista más de cinco minutos a una contemplación
ahincada, y en cambio sentirá abolirse el tiempo en la lectura de Teócrito o de
Keats, sobre todo, en los pasajes donde aparecen escenarios naturales. Sí, Max
Jacob tenía razón: los pollos, cocidos.
Lucas, sus estudios sobre
la sociedad de consumo
Como el progreso
no conoce límites, en España se venden paquetes que contienen treinta y dos
cajas de fósforos (léase cerillas) cada una de las cuales reproduce
vistosamente una pieza de un juego completo de ajedrez: Velozmente un señor
astuto ha lanzado a la venta un juego de ajedrez cuyas treinta y dos piezas
pueden servir como tazas de café; casi de inmediato el Bazar Dos Mundos ha
producido tazas de café que permiten a las señoras más bien blandengues una
gran variedad de corpiños lo suficientemente rígidos, tras de lo cual Ives St.
Laurent acaba de suscitar un corpiño que permite servir dos huevos pasados por
agua de una manera sumamente sugestiva. Lástima que hasta ahora nadie ha
encontrado una aplicación diferente a los huevos pasados por agua, cosa que
desalienta a los que los comen entre grandes suspiros; así se cortan ciertas
cadenas de la felicidad que se quedan solamente en cadenas y bien catas dicho
sea de paso.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------Causa y sinrazón de los celos
Roberto Arlt
Hay
buenos muchachitos, con metejones de primera agua, que le amargan la vida a sus
respectivas novias promoviendo tempestades de celos, que son realmente
tormentas en vasos de agua, con lluvias de lágrimas y truenos de
recriminaciones.
Generalmente
las mujeres son menos celosas que los hombres. Y si son inteligentes, aun
cuando sean celosas, se cuidan muy bien de descubrir tal sentimiento, porque
saben que la exposición de semejante debilidad las entrega atadas de pies y
manos al fulano que les sorbió el seso. De cualquier manera; el sentimiento de
los celos es digno de estudio, no por los disgustos que provoca, sino por lo
que revela en cuanto a psicología individual.
Puede
establecerse esta regla:
Cuanto
menos mujeres ha tratado un individuo, más celoso es.
La
novedad del sentimiento amoroso conturba, casi asusta, y trastorna la vida de
un individuo poco acostumbrado a tales descargas y cargas de emoción. La mujer
llega a constituir para este sujeto un fenómeno divino, exclusivo. Se imagina
que la suma de felicidad que ella suscita en él, puede proporcionársela a otro
hombre; y entonces Fulano se toma la cabeza, espantado al pensar que toda
"su" felicidad, está depositada en esa mujer, igual que en un banco.
Ahora bien, en tiempos de crisis, ustedes saben perfectamente que los señores y
señoras que tienen depósitos en instituciones bancarias, se precipitan a
retirar sus depósitos, poseídos de la locura del pánico. Algo igual ocurre en
el celoso. Con la diferencia que él piensa que si su "banco" quiebra,
no podrá depositar su felicidad ya en ninguna parte. Siempre ocurre esta
catástrofe mental con los pequeños financieros sin cancha y los pequeños
enamorados sin experiencia.
Frecuentemente,
también, el hombre es celoso de la mujer cuyo mecanismo psicológico no conoce.
Ahora bien: para conocer el mecanismo psicológico de la mujer, hay que tratar a
muchas, y no elegir precisamente a las ingenuas para enamorarse, sino a las
"vivas", las astutas y las desvergonzadas, porque ellas son fuente de
enseñanzas maravillosas para un hombre sin experiencia, y le enseñan
(involuntariamente, por supuesto) los mil resortes y engranajes de que
"puede" componerse el alma femenina. (Conste que digo "de que
puede componerse", no de que se compone.)
Los
pequeños enamorados, como los pequeños financistas, tienen en su capital de
amor una sensibilidad tan prodigiosa, que hay mujeres que se desesperan de
encontrarse frente a un hombre a quien quieren, pero que les atormenta la vida
con sus estupideces infundadas.
Los
celos constituyen un sentimiento inferior, bajuno. El hombre, cela casi siempre
a la mujer que no conoce, que no ha estudiado, y que casi siempre es superior
intelectualmente a él. En síntesis, el celo es la envidia al revés.
Lo
más grave en la demostración de los celos es que el individuo,
involuntariamente, se pone a merced de la mujer. La mujer en ese caso, puede
hacer de él lo que se le antoja. Lo maneja a su voluntad. El celo (miedo de que
ella lo abandone o prefiera a otro) pone de manifiesto la débil naturaleza del
celoso, su pasión extrema, y su falta de discernimiento. Y un hombre
inteligente, jamás le demuestra celos a una mujer, ni cuando es celoso. Se
guarda prudentemente sus sentimientos; y ese acto de voluntad repetido
continuamente en las relaciones con el ser que ama, termina por colocarle en un
plano superior al de ella, hasta que al llegar a determinado punto de control
interior, el individuo "llega a saber que puede prescindir de esa mujer el
día que ella no proceda con él como es debido".
A
su vez la mujer, que es sagaz e intuitiva, termina por darse cuenta de que con
una naturaleza tan sólidamente plantada no se puede jugar, y entonces las
relaciones entre ambos sexos se desarrollan con una normalidad que raras veces
deja algo que desear, o terminan para mejor tranquilidad de ambos.
Claro
está que para saber ocultar diestramente los sentimientos subterráneos que nos
sacuden, es menester un entrenamiento largo, una educación de práctica de la
voluntad. Esta educación "práctica de la voluntad" es frecuentísima
entre las mujeres. Todos los días nos encontramos con muchachas que han educado
su voluntad y sus intereses de tal manera que envejecen a la espera de marido,
en celibato rigurosamente mantenido. Se dicen: "Algún día llegará". Y
en algunos casos llega, efectivamente, el individuo que se las llevará contento
y bailando para el Registro Civil, que debía denominarse "Registro de la
Propiedad Femenina".
Sólo
las mujeres muy ignorantes y muy brutas son celosas. El resto, clase media,
superior, por excepción alberga semejante sentimiento. Durante el noviazgo
muchas mujeres aparentan ser celosas; algunas también lo son, efectivamente.
Pero en aquellas que aparentan celos, descubrimos que el celo es un sentimiento
cuya finalidad es demostrar amor intenso inexistente, hacia un_ bobalicón que
sólo cree en el amor cuando el amor va acompañado de celos. Ciertamente, hay
individuos que no creen en el afecto, si el cariño no va acompañado de
comedietas vulgares, como son, en realidad, las que constituyen los celos, pues
jamás resuelven nada serio.
Las
señoras casadas, al cabo de media docena de años de matrimonio (algunas antes),
pierden por completo los celos. Algunas, cuando barruntan que los esposos
tienen aventurillas de géneros dudosos, dicen, en círculos de amigas:
–Los
hombres son como los chicos grandes. Hay que dejar que se distraigan. También
una no los va a tener todo el día pegados a las faldas...
Y
los "chicos grandes" se divierten. Más aún, se olvidan de que un día
fueron celosos...
Pero
este es tema para otra oportunidad.------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
¿Quiere ser usted diputado?
Roberto Arlt
Si
usted quiere ser diputado, no hable a favor de las remolachas, del petróleo,
del trigo, del impuesto a la renta; no hable de fidelidad a la Constitución, al
país; no hable de defensa del obrero, del empleado y del niño. No; si usted
quiere ser diputado, exclame por todas partes: Soy un ladrón, he robado (...),
he robado todo lo que he podido, y siempre.
Enternecimiento
...La
gente se enternece frente a tanta sinceridad. Y ahora le explicaré. Todos los
sinvergüenzas que aspiran a chuparle la sangre al país y a venderlo a empresas
extranjeras, tuvieron la mala costumbre de hablar a la gente de su honestidad.
Ellos "eran honestos". Ellos "aspiraban a desempeñar una
administración honesta". Hablaron tanto de honestidad que no había pulgada
cuadrada en el suelo donde se quisiera escupir, que no se escupiera de paso a
la honestidad. Embaldosaron y empedraron a la ciudad de honestidad. La palabra
honestidad ha estado y está en la boca de cualquier atorrante que se para en el
primer guardacantón y exclama que "el país necesita gente honesta".
No hay prontuariado con antecedentes de fiscal de mesa y de subsecretario de
comité que no le hable de honradez. En definitiva, sobre el país se ha desatado
tal catarata de honestidad, que ya no se encuentra un solo pillo auténtico. No
hay malandrino que alardee de serlo. No hay ladrón que se enorgullezca de su
profesión. Y la gente, el público, harto de macanas, no quiere saber nada de
conferencias. Ahora, yo que conozco un poco a nuestro público y a los que
aspiran a ser candidatos a diputados, les propondré el siguiente discurso. Creo
que sería un éxito definitivo.
Discurso que tendría éxito
He
aquí el texto del discurso.
"Señores:
Aspiro
a ser diputado, porque aspiro a robar en grande y a acomodarme mejor.
Mi
finalidad no es salvar al país de la ruina en que lo han hundido las anteriores
administraciones de compinches sinvergüenzas; no, señores, no es ese mi
elemental propósito, sino que, íntima y ardorosamente, deseo contribuir al
trabajo de saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que
ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el
corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado.
Robar
no es fácil, señores. Para robar se necesitan determinadas condiciones que creo
no tienen mis rivales. Ante todo, se necesita ser un cínico perfecto, y yo lo
soy, no lo duden, señores.
En
segundo término, se necesita ser un traidor, y yo también lo soy, señores.
Saber venderse oportunamente: no desvergonzadamente, sino evolutivamente (...)
La posición del país no encuentra postor ni por un plato de lentejas en el
actual momento histórico y trascendental. Y créanme, señores, yo seré un
ladrón, pero antes de venderme por un plato de lentejas, créanlo... prefiero
ser honrado. Abarquen la magnitud de mi sacrificio, y se darán cuenta de que
soy un perfecto candidato a diputado.
Cierto
es que quiero robar, pero ¿quién no quiere robar? Díganme ustedes quién es el
desfachatado que en estos momentos de confusión no quiere robar. Si ese hombre
honrado existe, yo me dejo crucificar.
Mis
colegas también quieren robar, es cierto, pero no saben robar. Venderán al país
por una bicoca, y eso es injusto. Yo venderé a mi patria, pero bien vendida.
Ustedes saben que las arcas del Estado están enjutas, es decir, que no tienen
un mal cobre para satisfacer la deuda externa; pues bien, yo remataré al país
en cien mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco boliviano. Y no sólo traficaré
al Estado, sino que me acomodaré con comerciantes, con falsificadores de
alimentos, con concesionarios; adquiriré armas inofensivas para el Estado (...)
Y si ustedes son capaces de enumerarme una sola materia en la cual yo no sea
capaz de robar, renuncio ipso facto a mi candidatura (...)
(...)
Verán ustedes que soy el único, entre todos estos hipócritas que quieren salvar
al país, el absolutamente único que puede rematar hasta la última pulgada de
tierra argentina... Incluso me propongo vender el Congreso e instalar un
conventillo en el Palacio de Justicia. Porque si yo ando en libertad, es que no
hay justicia, señores..." Con
este discurso, lo matan, o lo eligen presidente de la República.
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El bombardero Ema Wolf
No se fíen de los escarabajos.
¡Nunca, nunca se fíen de los escarabajos! Uno los ve tan chiquitos, tan
inocentes, tan aplastables, que jamás se
van a imaginar las porquerías que son capaces de hacer cuando les toca defenderse. Por ejemplo, las larvas del escarabajo de
las hojas trinchan su propia caca en unas horquillas que tienen en la parte
trasera del cuerpo y se la dan a morder a las hormigas que las persiguen. Eso
no es nada. O al menos es solamente asqueroso. Hay un escarabajo de la
importante familia de los carábidos, muy bonito, de color azul oscuro
brillante, con la cabeza y las antenas rojo ladrillo, negro por abajo, algún
matiz dorado…Si lo vieran dirían: “¡Oh, qué escarabajo tan mono!” y sentirían
el impulso irresistible de levantarlo con la palma de la mano para acariciarle
los rulos.
Grave error.
Mide apenas doce milímetros; si
tuviera el tamaño de un rinoceronte estarían ante el animal más peligroso del
planeta. Lo llaman “el escarabajo bombardero” y es una infernal máquina
lanzatorpedos.
Su barriga es como un laboratorio de
armas químicas que trabaja sin descanso, aún los días feriados. Él mismo,
gracias a unas glándulas, fabrica el combustible para sus explosiones. Escuchen
esto: el combustible se compone de peróxido de hidrógeno, hidroquinona, y
toluhidroquinona. (No se les ocurra hacer la combinación en casa porque van a
volar por el aire hasta la cucha del perro).
Estas sustancias son conducidas a
una cámara de combustión. Allí forman una mezcla altamente inflamable que se
enciende mediante una enzima y llega a generar una temperatura de cien grados
Celsius. ¡BOOOOM!
De su parte trasera sale una nube
blanca que se pulveriza en el aire con un estallido. Una abuela sorda
escucharía perfectamente la explosión. Y tira hasta veinte veces seguidas.
¡Imaginen una pistola lanzagases de repetición!
Cualquier nariz que está a menos de
cincuenta centímetros queda envuelta en una tufarada corrosiva, asfixiante,
inmunda. El bicho que se atrevió a atacarlo huye en cualquier dirección
pidiendo a gritos una bocanada de aire puro. ¡Asco! ¡Me rindo! ¡Bandera blanca!
Entonces el bombardero también
aprovecha para escapar.
Los bombarderos están diseminados
por muchos países cálidos, menos Australia. Así que ya saben: si no quieren
toparse con uno múdense a Australia y listo.
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El candidato por Jorge Londero
El candidato por Jorge Londero
Mi amigo Carlos Fader me contó esta historia que tuvo lugar en
Capilla de Sitón. Resulta que ese pequeño pueblito del departamento de Totoral
se había quedado sin políticos y nadie quería ser candidato a jefe comunal. El
senador y el presidente del partido ya se habían cansado de recorrer los
ranchos y recibir las negaciones. Estaban por emprender el regreso y asumir su
derrota cuando encontraron, bajo la sombra de un mistol, al que a esas alturas
se les antojó como el mejor candidato: el Froilán, inimputable personaje que se
había convertido en un detalle más en el paisaje lugareño, un símbolo de la
tranquila vida de pueblo y de la supervivencia a base del descanso y trago,
trago y descanso. Lo despertaron de su siesta, lo bañaron, lo peinaron, lo
metieron dentro de un traje ajustado, le cerraron la camisa hasta el cuello y
hasta le pusieron una corbata y unos zapatos lustrados con exageración. Así
transformado, lo llevaron al acto patrio de la escuela, donde lo presentarían
en sociedad como el candidato “ideal” de Capilla de Sitón. Lo sentaron en una
mesa junto a las autoridades educativas y le sirvieron chocolate caliente,
líquido al que miró con desconfianza hasta que el senador le ordenó: –Hay que
tomarlo, hombre. Primera lección para ser buen político: acepte de gusto todo
lo que le conviden. Froilán tomó sin respirar. La “señorita” directora estaba
en lo mejor de su discurso cuando irrumpe en el salón un cuatrero que hacía
rato buscaba la Policía. Transpirado, miraba para todos lados, como buscando
ruta para seguir su escape. Se entretuvo más de la cuenta, el cabo Vázquez le
dio alcance y lo detuvo con un tackle. El presidente del partido aprovechó la
confusión y, mientras reducían al delincuente entre tres agentes, señaló: Brillante y oportuno ejemplo para nuestros
educandos, un delincuente, cuatrero y pendenciero como éste, detenido frente a
todos los alumnos, en tan doméstico acto público. –Cierto, muy cierto– se sumó
el senador. Y para dar pie al nuevo candidato y completar la presencia
discursiva de los políticos presentes, agregó: –Este delincuente merece un
castigo ejemplar, ¿qué sugiere usted para el caso Froilán? El aludido se asustó
al principio, abrió sus ojos como el dos de oro y tomó aire para contestar. El
tiempo que tardó sirvió para insertar suspenso y ansiedad en los presentes. El
cuatrero miró la atención que había puesto el auditorio y tembló ante la
posibilidad de un castigo insoportable. Y entonces Froilán emitió la célebre
frase que aún se utiliza en la región. –Bañenlón, peinenlón y denle chocolate
caliente.
Jorge Archi Londero es un joven escritor y periodista cordobés,
nacido en 1962. Las historias de Don Boyero han aparecido sistemáticamente en
los últimos años en el diario La voz del interior de Córdoba. Selecciones de
estos relatos están recopiladas en dos libros: Las Historias de Don Boyero y Lo
mejor de Don Boyero (Ediciones del Boulevard, Córdoba, 2003) de donde se tomó
este cuento.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Pida la palabra, pero tenga cuidado de Cortázar, Julio
Cuando el catedrático
doctor Lastra tomó la palabra, ésta le zampó un mordisco de los que te dejan la
mano hecha moco. Al igual que más de cuatro, el doctor Lastra no sabía que para
tomar la palabra hay que estar bien seguro de sujetarla por la piel del
pescuezo si, por ejemplo, se trata de la palabra ola, pero que a queja hay que
tomarla por las patas, mientras que asa exige pasar delicadamente los dedos por
debajo como cuando se blande una tostada antes de untarle la manteca con vivaz
ajetreo.
¿Qué diremos de ajetreo?
Que se requieren las dos manos, una por arriba y otra por abajo, como quien
sostiene a un bebé de pocos días, a fin de evitar las vehementes sacudidas a
que ambos son proclives. ¿Y proclive, ya que estamos? Se la agarra por arriba
como a un rabanito, pero con todos los dedos porque es pesadísima. ¿Y
pesadísima? De abajo, como quien
empuña una matraca. ¿Y matraca? Por arriba, como una balanza de feria. Yo creo
que ahora usted puede seguir adelante, doctor Lastra.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Héctor Oesterheld *
Ciencia
En algún lugar de los vastos arenales de
Marte hay un cristal muy pequeño y extraño.
Si alzas el cristal y miras a través de él,
verás el hueso detrás de tu ojo, y más adentro luces que se encienden y se
apagan, luces enfermas que no consiguen arder, son tus pensamientos. Si oprimes
entonces el cristal en el sentido del eje medio, tus pensamientos adquirirán
claridad y justeza deslumbrantes, descubrirás de un golpe la clave del Universo
todo, sabrás por fin contestar hasta el último porqué.
En algún lugar de Marte se halla ese cristal.
Para encontrarlo hay que examinar grano por
grano los inacabables arenales.
Sabemos, también, que cuando lo encontremos y
tratemos de recogerlo, el cristal se disgregará, sólo nos quedará un poco de
polvo entre los dedos.
Sabemos todo eso, pero lo buscamos igual.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------¿Por qué los materiales pesados caían?, se preguntaban los griegos.
Aristóteles
concebía que muchos de los movimientos que verificaban los objetos en la
Tierra, se debían a la tendencia natural de éstos a ubicarse en ciertos lugares
de reposo. Dada esta tendencia, los objetos verificaban MOVIMIENTOS NATURALES
destinados a alcanzar sus lugares de reposo.
Así
los materiales pesados caían, pues su lugar de reposo estaba en el en suelo,
mientras que los cuerpos livianos como el humo ascendían, pues reposaban en el
cielo.
¿Cómo se propaga el sonido?
De
modo similar a lo que ocurre al agitar una cuerda o golpear levemente una banda
elástica sujeta entre los dedos, al dar un golpe sobre uno de los extremos de
una varilla de acero o de un tubo cargado con aire agua, por ejemplo, dicho
extremo vibra. Dicha vibración provoca una onda que se transporta a lo largo de
todo el tubo.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
¿Por qué lloramos al pelar una cebolla?
Entramos
en la cocina y nos alarma ver a mamá que derrama abundantes lágrimas. Corremos
a consolarla, la abrazamos y n seguida nos ponemos a llorar nosotros también.
¿Qué ha pasado? Nada, que mamá estaba pelando cebollas y eso es lo que, según
nos dijo, la hacía llorar.
La
cebolla contiene entre otros elementos una esencia volátil llamada alilo, que
se expande en el aire al quitarle la delicada piel exterior, y que al penetrar
en la nariz y ponerse en contacto con los ojos provoca irritación en sus
membranas.
Para
aliviar la picazón, los sacos lagrimales del ojo permiten la salida de
lágrimas. De ahí que lloremos al pelar cebollas.
Los gatos tienen siete vidas.
El
saber popular atribuye a los gatos siete vidas y, en efecto, el dicho se
confirma en un reciente estudio de dos veterinarios neoyorquinos. Y es que la
ciudad de los rascacielos brinda oportunidades de caer desde gran variedad de
alturas. Según informa la revista Nature, los veterinarios Whitney y Melhoff
han publicado un detallado estudio sobre las caídas de 132 gatos, desde un 2º a
un 32º piso. Descontando 17 gatos deliberadamente sacrificados por sus dueños,
104 de los 115 restantes sobrevivieron a la caída (el noventa por ciento), y
sólo 11 murieron a consecuencia de sus heridas. Comparando caídas mortales de humanos
y gatunos, hay diferencia, los primeros morimos hasta desde un primer piso.
Lo
verdaderamente curioso es que la mortalidad gatuna por caídas es mayor en los
siete primeros pisos, y va disminuyendo desde los más altos. Hay varias
explicaciones. Una de ellas es la de que, al alcanzar su velocidad terminal, de
unos 100 km./h, los gatos extienden horizontalmente sus patas; …se amplía la
superficie de impacto de su cuerpo y amortigua la caída con cuatro elásticos
apoyo. Además, como hacen los paracaidistas, los felinos ruedan el cuerpo al
tocar la tierra.
Los
autores especulan sobre esta habilidad de los gatos –que, por ejemplo, no
tienen los perros- y la atribuyen a la selección natural…millones de años de
evolución, saltando y cayendo desde los árboles, les agudiza su sistema
giroscópico-vestibular para orientar el cuerpo y la flexibilidad de sus
miembros.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------¿Puede caer un rayo sobre un avión?
La
respuesta es sí. Por eso los pilotes deben mantenerse a distancias de 30
kilómetros de las tormentas eléctricas. El avión puede cargarse eléctricamente
por fricción o puede estar en el camino de un rayo. En general, no hay mayor
daño para los pasajeros ya que, como el avión es metálico, la corriente circula
por su exterior. Sin embargo, puede ocurrir que los instrumentos electrónicos
se dañen e incluso, si la corriente llega al tanque de combustible, puede
hacerlo explotar. En el Apolo 12 se cortó la luz por siete segundos debido a un
rayo que le pegó instantes después de despegar. El 24 de junio de 1974, un
Boeing 727 con 123 pasajeros cayó incendiado cerca del aeropuerto John F.
Kennedy en Nueva York durante una
tormenta eléctrica. Hoy los aviones tienen sistemas de protección para las
explosiones de los tanques.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Enrique Anderson Imbert
Regresé
a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo obscuro. Para no
despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que
conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa
era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro
muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el
acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la
puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con
los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos
sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca:
como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña con quién?», exclamó
uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de
pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así
fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Textos cortos de: Ambrose Gwinett Bierce (Ohio, Estados Unidos, 24 de junio de 1842 – después de diciembre de 1913) fue un escritor, periodista y editorialista estadounidense.
La viuda fiel
Una viuda que lloraba ante la tumba de su esposo, fue abordada por un apuesto caballero, quien le declaró en forma respetuosa que desde mucho tiempo atrás, ella le inspiraba los sentimientos más hermosos.
-¡Miserable! –replicó la viuda- ¡Retírese ahora mismo! ¡Esta no es ocasión para hablar de amor!
- Le juro, señora, que no fue mi intención revelar mis sentimientos –se excusó humildemente el apuesto caballero-, pero la fuerza de su belleza venció a mi discreción.
-Tendría que venir a verme cuando no estoy llorando –dijo la viuda.
La vela roja
Un hombre que estaba a punto de morir, llamó a su esposa y le dijo:
-Estoy por dejarte para siempre. Dame, entonces, una prueba definitiva de tu cariño y de fidelidad. En mi escritorio hallarás una vela roja que ha sido bendecida por el Sumo Sacerdote y tiene un valor místico muy grande. Debes jurarme que mientras la vela exista, no volverás a casarte.
La mujer juró y el hombre murió. Durante el funeral, la mujer se mantuvo junto al féretro, sosteniendo una vela roja encendida, hasta que se consumió.
La viuda inconsolable
Una Mujer con lutos de viuda lloraba sobre una tumba.
-Consuélese, señora -dijo un Simpático Desconocido-. La piedad del Cielo es infinita. En algún lado hay otro hombre, además de su esposo, con quien usted puede ser feliz.
-Lo había, lo había -sollozó ella-, pero está en esta tumba.
Un pedido incompleto
Un magistrado de la Corte Suprema de Justicia estaba sentado a la orilla de un río, cuando se acercó un viajero y le dijo:
- Quisiera cruzarlo. ¿Es legal usar ese bote?
- Lo es –fue la respuesta-. El bote es mío.
El viajero le dio las gracias, empujó el bote hasta entrar en el río, se embarcó y empezó a remar. Pero el bote se hundió y el viajero se ahogó.
- ¡Mal hombre! –gritó indignado un espectador- ¿ Por qué no le avisó que el bote tenía un agujero?
- El tema que me planteó no era el estado del bote –respondió el gran jurista-.
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Cinco nuevos agregados al Código
Penal. De Charles
Dickens en cuentos de humor y terror:
Entendemos que el gobierno tiene el propósito
de presentar un proyecto de ley con enmiendas al Código Penal en vigor, dado
que la experiencia ha demostrado que en los casos de asesinato éste resulta
demasiado rápido, injusto y riguroso; en una palabra, muy inadecuado para las
simpáticas personas acusadas de este hecho deliberado. Hemos conseguido los
borradores de las principales correcciones que posiblemente contenga este
proyecto.
Este se basará en el hondo precepto de que el verdadero delincuente es
el asesinado, porque sin su obstinación para que lo asesinasen, quien ha de
comparecer en juicio como acusado no se habría visto incluido en estas
molestias. Se cree que los artículos principales dirán:
1) Se suprime al juez. Algunos acusados que gozan de mucha
popularidad han realizado fuertes objeciones a la presencia de este inoportuno
personaje, al que ven como perjudicial para sus altos intereses. El Tribunal estará integrado por uno de los tantos señores dedicados a
la política, que viven recluidos en una habitación desde la que se ve St. James
Park, y que tienen ya más ocupaciones de las que se suponen podrían tener, aun
haciendo un gran esfuerzo de imaginación.
2) El Jurado estaría compuesto por cinco mil
quinientos cincuenta y cinco voluntarios.
3) Quedará estrictamente prohibido a dichos
miembros comunicarse con el acusado y con los testigos. Tampoco se les tomará
juramento, ni se enterarán, bajo ningún concepto, de las pruebas que resulten
de la actuación: tendrán que averiguarlas o imaginárselas como puedan, y
dedicarán buena parte de sus horas a escribir cartas sobre el caso a los
periódicos.
4) En el caso de que se trate de una causa de
asesinato mediante veneno, y en la suposición de que la parte acusadora presente
pruebas hipotéticas de envenenamiento con dos venenos distintos –por ejemplo,
arsénico y antimonio- , y admitiendo que la presencia de arsénico en el cuerpo
sea posible, pero no esté demostrada, mientras que la presencia del antimonio
esté absolutamente comprobada, el Jurado deberá limitarse a considerar si ha
habido envenenamiento con arsénico, desechando por completo el antimonio.
5) Después que los médicos presenciaran la
muerte del verdadero culpable (es decir, el asesinado) y hayan descrito los
síntomas que precedieron a ella, se llamará a otros médicos que nunca tuvieron
contacto con el caso y que tendrán que testificar si corresponden también a
ciertas enfermedades conocidas… pero jamás se les preguntará si concuerdan
punto por punto con los síntomas de envenenamiento. Ejemplifiquemos este
artículo de la ley en preparación.
Se
ha visto entrar en la casa en que vive el Señor Z a un perro rabioso que echaba
espuma por la boca. Demuéstrase de una forma irrefutable que el Señor Z y el
perro rabioso han estado suficiente tiempo juntos en la casa, lo que lleva, sin
ningún tipo de dudas, a la conclusión de que Z ha sido mordido por el perro.
Además, se descubre a Z en su cama, con señales en su cuerpo de la mordida del
perro y con síntomas de hidrofobia. Ahora bien: como estos síntomas coinciden
con los del tétanos, que Z pudo contraer con sólo clavarse un clavo oxidado en
cualquier parte del pie, se hará que algún médico legal que jamás haya visto a
Z, certifique este hecho y extienda un certificado en el que diga que Z
falleció a consecuencia de la herida que le produjo el supuesto clavo oxidado.
Se
abriga fundadamente la esperanza de que estas incorporaciones a introducir en
el actual procedimiento penal, no sólo resultarán satisfactorias para el acusado
(cuya integridad está por encima de todo), sino que además contribuirán, dentro
de lo razonable, al bienestar y seguridad de la sociedad.
Porque a partir de estas disposiciones sensatas y prudentes también se
evalúa la idea de que podrá desalentarse la práctica excesiva del
envenenamiento.
Charles Dickens.
Extraído de: Libros Ilustrados.
Cuentos de Humor y de Terror. Suplementos del Diario La Nación. Auspiciado por
el Ministerio de Educación de la Nación. Dirección de Andrés Cascioli.
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LEER
PORQUE SÍ” significa leer porque uno tiene ganas de hacerlo sin ninguna
justificación lógica, porque “se le canta” leer y no le tiene que rendir
cuentas a nadie, porque quiere enfrentarse a un texto sin pensar que después se
lo van a hacer separar en párrafos, o le harán buscar sustantivos comunes o
propios, o le pedirán que descubra los adverbios y preposiciones, o le van a
hacer analizar sintácticamente su título, o le van a dar una guía de
interpretación… SE “LEE PORQUE SÍ” CUANDO SE BUSCA DISFRUTAR DE LA LECTURA SIN
CONDICIONAMIENTO ALGUNO...
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gran diversidad de lecturas, cuentos, microrrelatos, historias, mucha
imaginación, creatividad y más....
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Poemas
Apócrifos: La tuerta Conrado Nalé
Roxlo en el libro Leer por leer.
Oh,
como te amaría si fueses tuerta
y con un ojo de cristal
abismándome en tu desigual
mirada de viva y de
muerta.
Sobre mi mejilla derecha,
tu blanda mirada natural,
y sobre la izquierda la
flecha
de tu mirada mineral.
Tu ojo duro sería
inflexible
para mi desfallecimiento
pero el otro, tierno y
sensible,
me consolaría al momento.
Y cuando pidiera tu mano,
como un burgués novio
correcto,
te regalaría un perfecto
ojo de auténtico Murano.
Y en cada estación te
pondría
un ojo de distinto color,
y así siempre nueva sería
tu mirada de amor.
Oh, amada, quítate un ojo
si conmigo te quieres
casar
que yo te prometo ser cojo
para equilibrar.
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La eñe también es gente de María Elena Walsh
La culpa es de los gnomos que nunca quisieron ser ñomos. Culpa
tienen la nieve, la niebla, los nietos, los atenienses, el unicornio. Todos
evasores de la eñe. ¡Señoras, señores, compañeros, amados niños! ¡No nos
dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de
interrogación y admiración. Ya nos redujeron hasta la apócope. Ya nos han
traducido el pochoclo. Y como éramos pocos, la abuelita informática ha parido
un monstruoso # en lugar de la eñe con su gracioso peluquín, el ~. ¿Quieren decirme
qué haremos con nuestros sueños? ¿Entre la fauna en peligro de extinción
figuran los ñandúes y los ñacurutuces? ¿En los pagos de Añatuya cómo cantarán
Añoranzas? ¿A qué pobre barrigón fajaremos al ñudo? ¿Qué será del Año Nuevo, el
tiempo de ñaupa, aquel tapado de armiño y la ñata contra el vidrio? ¿Y cómo
graficaremos la más dulce consonante de la lengua guaraní? "La ortografía
también es gente", escribió Fernando Pessoa. Y, como la gente, sufre
variadas discriminaciones. Hay signos y signos, unos blancos, altos y de ojos
azules, como la W o la K. Otros, pobres morochos de Hispanoamérica, como la
letrita segunda, la eñe, jamás considerada por los monóculos británicos, que
está en peligro de pasar al bando de los desocupados después de rendir tantos servicios
y no ser precisamente una letra ñoqui. A barrerla, a borrarla, a sustituirla,
dicen los perezosos manipuladores de las maquinitas, sólo porque la ñ da un
poco de trabajo. Pereza ideológica, hubiéramos dicho en la década del setenta.
Una letra española es un defecto más de los hispanos, esa raza impura
formateada y escaneada también por pereza y comodidad. Nada de hondureños,
salvadoreños, caribeños, panameños. ¡Impronunciables nativos! Sigamos siendo
dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño,
pero menos ñoño de lo que parece. Algo importante, algo gente, algo alma y
lengua, algo no descartable, algo propio y compartido porque así nos canta. No
faltará quien ofrezca soluciones absurdas: escribir con nuestro inolvidable
César Bruto, compinche del maestro Oski. Ninios, suenios, otonio. Fantasía
inexplicable que ya fue y preferimos no reanudar, salvo que la Madre Patria
retroceda y vuelva a llamarse Hispania. La supervivencia de esta letra nos
atañe, sin distinción de sexos, credos ni programas de software. Luchemos para
no añadir más leña a la hoguera dónde se debate nuestro discriminado signo.
Letra es sinónimo de carácter. ¡Avisémoslo al mundo entero por
Internet! La eñe también es gente.
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