El día 18 de septiembre se presentó en
la escuela la narradora oral Emilce Brusa, quien es parte del Plan Provincial
de Lectura y Escritura (PPLyE) dependiente del Cendie en la región 16 bajo la
coordinación
de la bibliotecaria Evangelina Perri,
quién nos brindaron la oportunidad de contar en la biblioteca de la escuela con
una narradora para alumnos del ciclo superior del secundario.
Emilce, contó a los alumnos y demás personal presente diversas historias,
cuentos, microrrelatos, cuentos policiales, de amor de diferentes escritores
entre ellos García Márquez, de él contó …Algo va a pasar en este pueblo…. La viuda y el esqueleto de su marido: Enrique
Mariscal, entre otros.
Continuando con
otros cuentos de Marcelo Birmajer, Pablo de Santis, Marco Denevi, entre otros.
También le mostró libros, microrrelatos y narró pequeñas historias de ellos. Además, abrió y extrajo historias de algunos libro álbum… cerrando su narración contó la historia de un cuento tradicional caperucita Roja, otra versión.
También le mostró libros, microrrelatos y narró pequeñas historias de ellos. Además, abrió y extrajo historias de algunos libro álbum… cerrando su narración contó la historia de un cuento tradicional caperucita Roja, otra versión.
Mostramos aquí dos microrrelatos que
narró:
Algo muy grave va a suceder
en este pueblo - Gabriel García Marquez
Imagínese usted un pueblo muy pequeño
donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14.
Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos
le preguntan qué le pasa y ella les responde:
—No sé, pero he amanecido con el
presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que
esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al
billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro
jugador le dice:
—Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la
carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una
carambola sencilla. Contesta:
—Es cierto, pero me ha quedado la
preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que
va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha
ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin,
cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
—Le gané este peso a Dámaso en la
forma más sencilla porque es un tonto.
—¿Y por qué es un tonto?
—Hombre, porque no pudo hacer una
carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la
idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.
Entonces le dice su madre
—No te burles de los presentimientos
de los viejos porque a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar carne.
Ella le dice al carnicero:
—Véndame una libra de carne —y en el
momento que se la están cortando, agrega—: Mejor véndame dos, porque andan
diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y
cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:
—Lleve dos porque hasta aquí llega la
gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando
cosas.
Entonces la vieja responde:
—Tengo varios hijos, mire, mejor deme
cuatro libras.
Se lleva las cuatro libras; y para no
hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata
otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que
todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las
actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre.
Alguien dice:
—¿Se ha dado cuenta del calor que está
haciendo?
—¡Pero si en este pueblo siempre ha
hecho calor!
(Tanto calor que es pueblo donde los
músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra
porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
—Sin embargo —dice uno—, a esta hora
nunca ha hecho tanto calor.
—Pero a las dos de la tarde es cuando
hay más calor.
—Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza
desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
—Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a
ver el pajarito.
—Pero señores, siempre ha habido
pajaritos que bajan.
—Sí, pero nunca a esta hora.
Llega un momento de tal tensión para
los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el
valor de hacerlo.
—Yo sí soy muy macho —grita uno—. Yo
me voy.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus
animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el
pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
—Si éste se atreve, pues nosotros
también nos vamos.
Y empiezan a desmantelar literalmente
el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el
pueblo, dice:
—Que no venga la desgracia a caer sobre
lo que queda de nuestra casa
—y entonces la incendia y otros
incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero
pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo
el presagio, clamando:
—Yo dije que algo muy grave iba a
pasar, y me dijeron que estaba loca.
La viuda y el esqueleto de
su marido: Enrique Mariscal
Una viuda no encontraba consuelo por
la pérdida de su marido. Lo único que le proporcionaba cierta paz era caminar
por la aldea arrastrando el esqueleto del difunto.
Los parroquianos veían con terror y
profundo silencio ese cuadro de desesperanza y locura.
Alguien, un día, le aconsejo a la
mujer que visite a un médico compasivo para su mal. La torturada esposa se acercó
al sabio profesional y abrió su corazón.
-“No tengo alivio para tanto dolor.
Extraño a mi esposo. Solamente cuando camino arrastrando sus huesos siento que
me acompaña”.
-“Te comprendo perfectamente. Soy
viudo, a mí también lo único que me ayuda ante tanto sufrimiento es salir
acompañado del esqueleto de mi mujer”.
Cuando la viuda se sintió comprendida
y contenida en su angustia, un profundo estado de confianza invadió todo su
ser. Por primera vez alguien la escucho sin temor.
-“Me gustaría que salgamos los cuatro,
el domingo, a pasear ¿Tienen ustedes algún compromiso?” Invitó el médico desde
su generosidad excelente.
-“Ninguno. Será un placer”., respondió
alegre la paciente. Y combinaron el encuentro.
El curador se procuró un esqueleto en
el cementerio. Y ese domingo los aldeanos observaron con renovado pavor el
paseo de los cuatro. Era un cuadro conmovedor.
Caminaron amenamente hasta que
decidieron comer algo y descansar. El médico eligió acampar cerca del río.
Después de un almuerzo frugal optaron por hacer una siesta. La viuda se acostó
al lado de los huesos de su marido; el médico hizo lo propio con los restos de
su mujer. Los cuatro quedaron profundamente dormidos. De pronto el compasivo
galeno despertó. Tiró al agua los esqueletos de ambos y comenzó a vociferar
como si hubiese enloquecido.
-“Los vi, los vi. ¡Traición…! Fue tu
marido. ¡Allá van…!”
La corriente los llevaba…La viuda
comenzó a gritar indignada:
-”¡Traidor! ¿Cómo eres capaz de
hacerme eso? A mí que te fui totalmente fiel.”
-“¡Déjalos ir mujer! ¡Que sigan su
camino! Ellos sabrán… ¡ Nosotros nos quedamos aquí!”.
Y se cortó el mal.
Cuando se encuentra la generosidad
excelente de la compasión; con la entrega total de confianza, surge el milagro
curador de la medicina.
¡Qué capacidad creativa deberá tener quien
nos ayude a librarnos de nuestros esqueletos queridos…!
¡Qué compasión!
Cuento de horror: Marco
Denevi
La señora Smithson, de Londres (estas
historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por
nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se
lo dijo:
-Thaddeus, voy a matarte.
-Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.
-¿Cuándo he bromeado yo?
-Nunca, es verdad.
-¿Por qué habría de bromear ahora y
justamente en un asunto tan serio?
-¿Y cómo me matarás? -siguió riendo
Thaddeus Smithson.
-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote
todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una
pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé
cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata,
conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.
El señor Smithson comprendió que su
mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del
sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson,
que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una
asesina.
FIN
Su participación resultó sumamente atractiva para
todos los presentes, quiénes se deleitaron con sus narraciones. Gracias al personal del CENDIE por brindarnos esta bella oportunidad de contar con una narradora!!!
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