La familia es una
institución inmemorial, en la que la persona nace, crece y se desarrolla, y es
desde su seno que interactúa con la sociedad. Siempre es propicio acentuar sus
valores, pero más aún en estos tiempos en que las dificultades tienden a desvalorizarla.
Hace tiempo que la
familia es considerada, con total justificación, como “la célula básica de la
sociedad”, porque es en ella donde nace la vida y se define la persona, su
carácter, su personalidad, y sobre todo su educación y comportamiento social.
El ejemplo que un niño recibe dentro de su propia familia es el que lo va a
marcar para siempre en su inserción social y en su relación con el prójimo.
El hombre, por
naturaleza, está destinado a vivir en familia. Así está implícito en la
condición humana (y de los seres vivientes en general) desde un principio. Es
la más fidedigna transmisora de tradición y la institución por excelencia en la
que se conservan y transfieren los valores de generación a generación. Por eso
la familia es una institución inalterable. Uno nace y muere dentro de la misma
familia, y en ella crece pero también la hace crecer y perfeccionarse.
En otros aspectos
de su vida el hombre es más cambiante: el trabajo, los amigos, las pasiones,
suelen ir modificándose con el paso del tiempo.
Pese al tan
contundente peso propio de la institución familiar, se vislumbran en nuestros
días algunas nuevas formas de familia, que tratan de imponerse en nombre de la
“modernidad” y el “progreso”, pero en realidad no hacen sino tergiversar y forzar
un orden natural intrínseco a la condición humana, y tarde o temprano las
consecuencias de estos desvíos suelen ser irrevocables.
Esta Semana de la
Familia nos ofrece una ocasión inmejorable para reforzar el concepto
tradicional de familia, no porque corresponda a una convención social, sino
porque responde a un designio natural irrenunciable.
Maternidad (José Pedroni):
Mujer: en un silencio que me sabrá de ternura,
durante nueve lunas crecerá tu
cintura;
y en el mes de la siega tendrás
color de espiga,
vestirás simplemente y andarás con
fatiga.
-El hueco de tu almohada tendrá olor
a nido,
y a vino derramado nuestro mantel
tendido-.
Si mi mano te toca,
tu voz, con la vergüenza, se romperá
en tu boca
lo mismo que una copa.
El cielo de tus ojos será cielo
nublado.
Tu cuerpo todo entero, como un vaso
rajado
que pierde un agua limpia. Tu mirada
un rocío.
Tu sonrisa la sombra de un pájaro en
el río.
Y un día, un dulce día, quizás un día de fiesta
para el hombre de pala y la mujer de
cesta;
el día que las madres y las recién
casadas
vienen por los caminos a las misas
cantadas;
el día que la moza luce su cara
fresca,
y el cargador no carga, el pescador
no pesca…
-tal vez el sol deslumbre; quizá la
luna grata
tenga catorce noches y espolvoree
plata
sobre la paz del monte; tal vez en
el villaje
llueva calladamente; quizá yo esté
de viaje…-.
Un día, un dulce día, con manso
sufrimiento,
te romperás cargada como una rama al
viento.
Y será el regocijo
de besare las manos, y de hallar en
el hijo
tu misma frente simple, tu boca, tu
mirada,
y un poco de mis ojos, un poco, casi
nada…
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