lunes, 8 de diciembre de 2025

Reflejos del Corazón: Un Espejo, Un Planeta, Un Viaje: creación de textos personales por los estudiantes…

 Los estudiantes de 2do año y 6to año acompañado por su docente de prácticas del lenguaje Nicolás, Reyes a lo largo del año leyeron variados textos entre ellos el Espejo Africano de la autora Liliana Bodoc en 2do año y El principito  autor Antoine de Saint-Exupéry en 6to año. Luego realizaron un taller de escritura creativa produciendo variados textos reflexivos dejando un mensaje según lo que interpretaron, aquí le presentamos algunos:

Textos con el Principito: 

      Capitulo XIII autor Ariel 

El principito llego a un planeta lleno de anuncios que parpadeaban como estrellas artificiales. Todo parecía brillar, pero nada lo hacía con calidez. Las calles eran como cintas transportadoras que llevaban personas apuradas, con los ojos clavados en pantallas. No había flores, ni árboles. Solo luces y vitrinas.

En medio de aquel caos vivía un hombre con un saco ajustado, anteojos oscuros incluso en la sombra, y una sonrisa que no llegaba a sus ojos. El principito se acercó con cautela.

-¡Hola! – Dijo el principito.

¡Bienvenido! ¡Hoy tenemos 2x1 en sonrisas falsas y 3 cuotas sin interés para olvidar las penas! –Grito el hombre como si fuera un presentador de circo.

-No vine a comprar nada- Respondió el principito- Vine a conocer tu planeta.

-Ah... Entonces no te interesa ola nueva colección de identidades desechables. ¿Quizás algo de validación instantáneas?

El principito lo miro con la cabeza de lado.

-¿Para qué todo eso?

-Para llenar el vacío, claro. ¿No lo sabias? Cada objeto que compro me hace sentir importante… por un ratito.

-¿Y después?

-Después necesito otro. Y otro más.

El hombre lo llevo a su casa, que era tan grande como una ciudad, y estaba repleta de cosas. Ropa que nunca uso, televisores que nunca encendió, perfumes que nunca se hecho. Había tanto que casi no quedaba lugar para moverse.

-¿Vivís solo? –Pregunto el principito, mientras apartaba una torre de cajas para poder caminar.

-Sí, pero estoy acompañado de mis pertenencias. Son más fieles que las personas.

El principito pensó que porque lo habría llevado a su casa entonces.

-¿Y no te sentís solo? –Pregunto el principito

-Al principio sí. Pero aprendí que si me distraigo lo suficiente, el silencio no me atrapa.

El principito camino hacia una repisa polvorienta. Allí vio a una foto enmarcada: El hombre, de niño, con una bicicleta y una risa honesta. Ningún objeto en la habitación brillaba como esa imagen.

-¿Por qué no te reis así ahora?

El hombre se quedó en silencio. Sus manos temblaron apenas. Se sacó los anteojos y, por primera vez, sus ojos se vieron cansados, casi tristes.

-Porque crecí –Dijo finalmente-. Y me dijeron que la felicidad se consigue trabajando mucho, comprando más y no sintiendo tanto.

-¿Y les creíste?

-No tenía a nadie que me dijera otra cosa.

El principito se sentó frente a él.

-Yo conocí una flor que solo florecía si la cuidaba con ternura, no con cosas.

El hombre suspiró.

-Suena lindo, pero difícil.

-Es difícil, sí. Porque no se puede vender.

Antes de irse, el principito saco de su bolsillo una pequeña piedra brillante.

-No vale nada –dijo- pero la encontré en un planeta donde los ríos cantan. Si la miras cuando te sentís solo, te vas a acordar que hay cosas que no se compran, pero que te llenan más que todo esto.

El hombre la tomo en silencio, y, por primera vez, se permitió llorar.

-Tal vez, algún día, puedas dejar de comprar lo que no necesitas, para empezar a sentir lo que de verdad importa.

Y así, volvió a su nave mientras las luces del planeta parecían menos brillantes, pero más humanas. Autor Ariel.

    ¡¡EL FIN!!

PRINCIPITO escrito por Emanuel 

CAPITULO 1

       En uno de sus tantos viajes el principito se encuentra con un planeta muy particular, en este se halla un montón de espejos. Había espejos que te hacían ver gigante, otros que te hacían chiquito como una hormiga, otros que te cambiaban la forma del cuerpo o la cara. Algunos incluso se reían con vos o te guiñaban el ojo. Allí, en el centro del planeta, se encontraba una persona rodeada de maletines llenos de ropa, peines, secadores, cremas, perfumes, pinturas, luces y más espejos todavía.

        Estaba tan ocupada acomodándose el pelo, corrigiéndose la cara y cambiándose de ropa, que ni siquiera notó al Principito al principio.

—Hola —dijo el Principito, con su voz tranquila.

         Pero no recibió respuesta alguna de aquella persona. Solo se miraba en un espejo que la hacía ver más alta.

—¡Hola! —repitió, más fuerte.

—¡¿Eh?! —dijo la persona desconcertada de que alguien había llegado al planeta —.¿Viniste a mirarme? —dijo con cierta elocuencia.

—No...exactamente, más bien a conocerte—respondió el Principito.

—¡Ah!. Entonces espera a que me vea bien —dijo mientras se cambiaba el peinado por tercera vez en un minuto—. A veces los espejos no me muestran como quiero, pero es cuestión de encontrar el correcto—replico.

            El Principito, curioso se acercó a un espejo que lo hacía ver con una nariz enorme, riéndose un poco. En ese momento el pensaba que aquella persona estaba jugando.

—¡Ya entiendo!….estas jugando, ¿no? —dijo el principito con optimismo.

—Mmm, no te entiendo…. Solo estoy arreglándome—dijo aquella particular persona.

—¿No sabes que estos espejos están todos deformados?­—pregunto el principito curioso.

—No importa —respondió la persona—. “Siempre alguno me muestra mejor que los otros, y con eso me alcanza”.

             El Principito pensó un momento.

—¿Y cómo sabes cómo sos en realidad?

             Hubo un silencio por un momento, la persona parpadeó, confundida. Miró un espejo que la hacía ver muy delgada, luego otro que la hacía ver enorme. Después uno donde apenas se distinguía su cara.

—¿En realidad? —repitió—. No sé. Pero no es tan importante, ¿no?

              El Principito lo pensó un rato más. Luego caminó hasta un charco pequeño, de agua clara, escondido entre unos espejos caídos. Se asomó y se vio a sí mismo tal cual era: despeinado, con un poco de polvo en los zapatos, pero con los ojos brillantes.

Sonrió.

—¿No te das cuenta de que no te ves cómo sos? Pregunto principito
—Pueeess, creo que sí. Pero me veo como quiero ser. ¿Eso no es suficiente ya?

Y entonces partió hacia su próximo planeta.

 CAPITULO 2

       Principito llegó a un planeta donde no se veía casi nada. Todo estaba cubierto por una tenue luz azul que venía de una pantalla enorme.

       Y ahí justo en frente de esa pantalla, había un sillón grande y gastado, que parecía no haberse movido en años. Allí estaba sentada una persona. No parecía feliz, ni triste. Solo estaba… ahí. Con los ojos fijos en la pantalla, como una persona muerta en vida.

—¡Hola! —dijo el Principito, con claro entusiasmo.

—Shhh… —respondió aquella persona—. ¡Estoy mirando algo importante!. Bueno… no tanto…. ¡Pero me entretiene!

        El Principito, un tanto ofendido empezó a inspeccionar el lugar, un poco más lejos del sillón se encontraba una pizarra. Con una larga lista de cosas escritas:

·       Aprender a tocar un instrumento

·       Hacer ejercicio

·       Regar las plantas

·       Aprender a cantar

·       Escribir una novela

·       Arreglar el sillón

       Había muchas más. Algunas estaban tachadas, y reescritas al lado de lo tallado. Otras tenían signos de admiración. Otras estaban escritas tan fuerte que casi rompían la pizarra.

—¿Qué es esto? —preguntó el Principito, señalando la lista.

—Ah, eso —dijo la persona sin moverse—. Son cosas que quiero hacer. O que quería. O que voy a hacer. Y otras que tengo que hacer… algún día.

—¿Y por qué no las hiciste todavía? —Pregunto el principito.

        La persona se encogió de hombros.

—No es el momento. Hoy estoy cansado. Además, ya es tarde. Quizás mañana empiece por la primera.

—Pero….. recién es de amanecer— Respondió el Principito, señalando el sol asomándose recién por el horizonte.

—Bueno…. Es muy temprano todavía. Hay tiempo. Lo hare después.

         El Principito se sentó un momento a su lado.

—Pero, después seguro vas a agregar otra nueva a la lista —dijo con suavidad—. ¿Y si se vuelve tan larga que nunca la terminas?

—Entonces tendré muchas cosas que decir que quise hacer —dijo la persona, sonriendo sin alegría.

—Pero cuando vas a empezar a contarlas como recuerdos —dijo el Principito.

       La pantalla cambió de color. La persona la miró, como si fuera a darle una respuesta. Pero no pasó nada. Solo más luces, más ruido, más tiempo.

El Principito se levantó. Antes de irse, agarró una tiza y escribió al final de la pizarra:

“Lo que no se empieza, nunca se termina.”

 El Principito en el Planeta de la Prisa autor Gabriel

El Principito aterrizó en un planeta frenético y acelerado. Todo parecía moverse a una velocidad vertiginosa. Conoció a un habitante que se presentó como "El Adulto Apresurado".

—¿Qué pasa aquí? —preguntó el Principito.

—Estoy ocupado —respondió El Adulto Apresurado—. Tengo reuniones, plazos, compromisos… No tengo tiempo para nada.

Su rostro estaba tenso y su mirada fija en un reloj imaginario.

El Principito se sintió confundido.

—¿Y qué es lo que te hace feliz? —preguntó.

El Adulto Apresurado se detuvo un momento, como si buscara la respuesta en su memoria.

—No lo sé… Supongo que es cuando logro cumplir con todo lo que tengo que hacer —dijo con voz insegura.

El Principito reflexionó sobre la importancia de encontrar significado y felicidad en la vida cotidiana.

—¿Recuerdas cuándo fue la última vez que te detuviste a disfrutar del momento? —preguntó.

El Adulto Apresurado se encogió de hombros.

—No tengo tiempo para eso —respondió, desviando la mirada hacia un calendario lleno de citas y compromisos.

El Principito se acercó a una ventana y miró hacia afuera. Vio un jardín lleno de flores y árboles que parecían bailar con el viento.

—¿Ves ese jardín? —preguntó—. Es hermoso. ¿Por qué no te tomas un momento para disfrutarlo?

El Adulto Apresurado se acercó a la ventana y miró hacia afuera. Por un momento, pareció olvidar sus preocupaciones.

—Sí… es hermoso —dijo.

El Principito sonrió.

—La vida no es solo cumplir con tareas y obligaciones. También es disfrutar del camino, apreciar las pequeñas cosas y encontrar felicidad en lo cotidiano.

El Adulto Apresurado asintió con la cabeza.

—Tienes razón. Me he olvidado de disfrutar de la vida —dijo, con la voz más suave y reflexiva.

El planeta de la avaricia autora Giuliana 

El Principito siguió su viaje por el vasto universo, dejando atrás estrellas que brillaban como ojos curiosos. Un día, avistó un pequeño asteroide que parecía temblar bajo una extraña luz. Al acercarse, notó que su superficie estaba cubierta de objetos brillantes: monedas, joyas y relojes. Intrigado, aterrizó y se dispuso a explorar.

Al salir de su nave, se encontró con una figura que se movía entre los tesoros. Era una mujer de rostro rígido y ojos desorbitados. La mujer no lo vio al Principito; estaba demasiado ocupada contando sus monedas.

—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! —murmuraba sin cesar.

—¡Nunca es suficiente! —añadió, con voz tensa.

El Principito, curioso por naturaleza, se acercó y le preguntó:

—¿Por qué cuentas tantas monedas? —

—Cada moneda es poder. Cuanto más tengo, más segura soy —respondió ella.

El Principito intentó hacerla reflexionar:

—¿No hay algo más importante que las monedas? —

—¿Qué podría ser más importante? ¡Las riquezas lo son todo! Sin ellas, uno es nada —contestó con firmeza.

El Principito sintió una punzada de tristeza en su corazón. Recordó las enseñanzas de su Rosa sobre la importancia del amor y la amistad. Decidió intentar ayudarla y la condujo hacia un árbol frutal que crecía entre las piedras.

—Este árbol no tiene oro, pero da frutos que alimentan y alegran —dijo él.

Ella despreció el árbol, diciendo que sin valor monetario no valía nada. El Principito le contó sobre un hombre rico pero triste y un campesino pobre pero feliz, para mostrar que la verdadera riqueza está en la felicidad, no en el dinero.

La mujer se burló de la idea de felicidad y volvió a sus monedas. Entonces, el Principito la llevó a una cueva con espejos que reflejaban imágenes distorsionadas de ellos mismos.

—Así te ves cuando tu corazón está lleno de avaricia —dijo.

La mujer vio su rostro ansioso y vacío reflejado en los espejos y empezó a dudar.

El Principito le explicó que la verdadera riqueza está en compartir y cuidar a los demás. La mujer comprendió que había olvidado cómo conectar con otros y disfrutar de compartir.

Después de un silencio, admitió:

—Quizás he estado equivocada… Hay algo más allá de estas monedas.

Con una sonrisa, el Principito le dijo:

—No se trata solo de tener; también de ser.

La mujer rompió un fruto del árbol y compartió una mitad con él, iniciando así su transformación. Empezó a abrirse al mundo, buscando relaciones genuinas en lugar de acumular tesoros materiales.

Mientras el sol se ponía en ese pequeño asteroide, el Principito supo que había plantado una semilla de amor y generosidad en su corazón. Con esperanza renovada, siguió su viaje hacia nuevas estrellas y nuevas lecciones sobre la vida y las relaciones humanas.

 Capítulo: El planeta de la inquietud autor Javier

El Principito, cansado de su largo viaje, se encontraba flotando entre las estrellas, buscando un nuevo planeta al que pudiese visitar. Fue entonces cuando vio una pequeña esfera verde y azul que parecía emitir una tenue luz. Decidió aterrizar allí, curioso por descubrir qué historia ocultaba este nuevo mundo.

Al bajar a la superficie, se encontró con un paisaje extraño. La tierra era gris y reseca, y el cielo no tenía ni una nube que cubriera el sol abrasador. En el centro del planeta había un enorme edificio que parecía una gran torre de relojes, y la torre no dejaba de emitir un sonido monótono y repetitivo: tic-tac, tic-tac, tic-tac.

El Principito se acercó, intrigado, y vio a un hombre de rostro cansado, rodeado de innumerables relojes. El hombre, vestido con un traje gris, miraba con ansiedad las agujas de cada reloj, ajustándolas y dándoles cuerda, como si su vida dependiera de ellas.

—¿Quién eres? —preguntó el Principito, acercándose al hombre.

—Soy el guardián del tiempo —respondió sin levantar la vista—. Mi misión es asegurarme de que todo funcione a la perfección y sin demora.

El Principito observó los relojes, algunos de los cuales parecían atrasados, otros adelantados y algunos simplemente rotos.

—Pero… ¿qué significa “funcionar a la perfección”? —preguntó el Principito, sin comprender del todo.

El guardián del tiempo suspiró y se detuvo un momento, mirando las agujas con una intensidad que parecía consumirlo.

—Significa que todo debe estar alineado, que no puede haber imperfección. Si uno de estos relojes se detiene o se retrasa, todo el planeta se desajustará. El caos se apoderará de nosotros, y yo debo asegurarme de que todo esté en orden siempre.

El Principito frunció el ceño, mirando al hombre que parecía tan absorto en su tarea.

Antes de partir, el Principito le dejó una última reflexión al guardián del tiempo:

—Recuerda, lo esencial no se ve con los ojos ni se mide con relojes; se siente con el corazón.

Con esas palabras, el Principito volvió a su nave y emprendió su camino entre las estrellas, dejando atrás un planeta atrapado en la prisión del tiempo.

Capítulo: El planeta de la inquietud autor Javier 

El Principito, cansado de su largo viaje, se encontraba flotando entre las estrellas, buscando un nuevo planeta al que pudiese visitar. Fue entonces cuando vio una pequeña esfera verde y azul que parecía emitir una tenue luz. Decidió aterrizar allí, curioso por descubrir qué historia ocultaba este nuevo mundo.

Al bajar a la superficie, se encontró con un paisaje extraño. La tierra era gris y reseca, y el cielo no tenía ni una nube que cubriera el sol abrasador. En el centro del planeta había un enorme edificio que parecía una gran torre de relojes, y la torre no dejaba de emitir un sonido monótono y repetitivo: tic-tac, tic-tac, tic-tac.

El Principito se acercó, intrigado, y vio a un hombre de rostro cansado, rodeado de innumerables relojes. El hombre, vestido con un traje gris, miraba con ansiedad las agujas de cada reloj, ajustándolas y dándoles cuerda, como si su vida dependiera de ellas.

—¿Quién eres? —preguntó el Principito, acercándose al hombre.

—Soy el guardián del tiempo —respondió sin levantar la vista—. Mi misión es asegurarme de que todo funcione a la perfección y sin demora.

El Principito observó los relojes, algunos de los cuales parecían atrasados, otros adelantados y algunos simplemente rotos.

—Pero… ¿qué significa “funcionar a la perfección”? —preguntó el Principito, sin comprender del todo.

El guardián del tiempo suspiró y se detuvo un momento, mirando las agujas con una intensidad que parecía consumirlo.

—Significa que todo debe estar alineado, que no puede haber imperfección. Si uno de estos relojes se detiene o se retrasa, todo el planeta se desajustará. El caos se apoderará de nosotros, y yo debo asegurarme de que todo esté en orden siempre.

El Principito frunció el ceño, mirando al hombre que parecía tan absorto en su tarea.

Antes de partir, el Principito le dejó una última reflexión al guardián del tiempo:

—Recuerda, lo esencial no se ve con los ojos ni se mide con relojes; se siente con el corazón.

Con esas palabras, el Principito volvió a su nave y emprendió su camino entre las estrellas, dejando atrás un planeta atrapado en la prisión del tiempo.

Autor Lionel 

El Principito viajaba por el universo, visitando planeta tras planeta, en busca de amigos y sabiduría. Un día, llegó a un planeta llamado "Cynaria", donde los habitantes eran criaturas grises y tristes, con ojos apagados y sonrisas forzadas.

El Principito se acercó a uno de los habitantes y le preguntó: "¿Por qué parecen tan tristes y desanimados? ¿Qué les pasa?"

El habitante respondió: "Oh, somos adultos. Hemos perdido la ilusión y la alegría de vivir. Nos hemos dado cuenta de que la vida es dura y que nada es como lo imaginábamos. Trabajamos todo el día, nos preocupamos por el dinero y la seguridad, y nos olvidamos de disfrutar del momento presente."

El Principito se sorprendió: "¿Pero no les gusta su trabajo? ¿No les gusta vivir en este planeta?"

El habitante suspiró: "No, no es eso. Es sólo que hemos perdido la capacidad de ver la belleza en las cosas simples. Nos hemos vuelto tan serios y responsables que nos hemos olvidado de reír y de soñar. La vida adulta es una carga pesada que llevamos sobre nuestros hombros."

Capítulo XV bis autor Lucas 

El siguiente planeta visitado por el Principito era redondo, como todos los anteriores, y muy, pero muy pequeño. Tan pequeño que estaba habitado solamente por un niño y su pelota.

—¡Buen día! —exclamó el Principito.

—¡Buen día! —contestó el niño.

—¿Qué haces? ¿Por qué no te quedas quieto? —preguntó el Principito.

—Estoy buscando a alguien para jugar —contestó el niño mientras seguía corriendo.

—¡Pero aquí no hay nadie! —le dijo el Principito mientras miraba para todos lados.

—¡Espero que algún día aparezca alguien! —le respondió el niño.

Cada vez que el niño pasaba frente al Principito, éste le hacía una pregunta.

—¿Hace cuánto tiempo estás esperando que aparezca alguien? —le preguntó el Principito.

—Hace 8 años que estoy aquí, y desde que llegué todavía no había aparecido nadie… hasta que llegaste vos.

—¿Quieres jugar conmigo? —le dijo el niño.

El Principito preguntó:

—¿Qué es eso redondo que tenés?

—¡Es una pelota! —exclamó el niño.

—¿Y qué es una pelota? ¿Para qué sirve? —preguntó el Principito.

—Es una cosa redonda que se puede patear, lanzar, picar, etc.

—En tu planeta, ¿vos tenés algo para jugar? —le preguntó el niño.

—¡En mi planeta tengo 3 volcanes, 2 en actividad y 1 extinguido, y tengo una flor! —exclamó el Principito.

Sin importarle mucho su respuesta, el niño le volvió a preguntar:

—¿Quieres jugar conmigo?

—Pero si no paras de correr, nunca podré jugar con vos —le insinuó el Principito.

—Yo paro de correr si vos jugás conmigo —le respondió el niño.

—¿Y cómo se juega? —le preguntó el Principito.

El niño le respondió:

—Yo te pateo la pelota, y vos me la devolvés pateando la pelota con el pie.

—Bueno, juguemos —le dijo el Principito.

Estuvieron jugando juntos el resto del día, divirtiéndose solo con una pelota. El Principito sentía que por un rato había tenido un verdadero amigo. Pero continuó su viaje en busca de nuevos planetas y nuevas experiencias.

Al alejarse, siguió pensando que las personas mayores son muy extrañas, pero descubrió que los niños son más divertidos.

En el mundo de un adulto, esto puede referirse a intentar sacar el niño interior que todos tenemos, sin preocuparnos por responsabilidades y ocupaciones.

Capítulo X autora María Paz 

El Principito, después de mucho tiempo de estar en su planeta sin salir a recorrer ningún nuevo mundo, decidió que estaba aburrido y se encaminó entre las estrellas hacia algún lugar desconocido.

Después de flotar un largo tiempo en el vasto cielo, encontró un lugar que era el doble de su planeta. No era muy grande, pero cabía una casa en él. El Principito pensó que dentro debía haber alguien, así que se dejó caer suavemente en el pasto que rodeaba la casa y se acercó a la puerta.

Tocó una vez: no obtuvo respuesta. Tocó dos veces: de nuevo nada. Tocó tres, cuatro veces, hasta que escuchó que alguien dentro de la casa se quejaba de la impaciencia de la gente. Cuando el Principito vio que la puerta se abría delante de él, se encontró con la figura de una señora mayor que lo miraba con molestia; llevaba un delantal de cocina, el pelo algo revuelto y atado en un moño alto, y las ojeras eran notables bajo sus ojos.

—¿Dónde te habías metido? Te llamé hace horas para que vengas a casa, ¡hay cosas que hacer! —dijo la señora luego de unos segundos de contacto visual con el chico.

La mujer se hizo a un lado para que el Principito pasara e inmediatamente se dirigió a la cocina. El niño miraba desconcertado el lugar; no parecía que hubiera más personas viviendo en esa casa además de ella. Se acercó a la cocina y podía sentir el cansancio luego del largo viaje.

—¿Podría recostarme unos minutos? Estoy muy cansado luego del viaje largo que hice —le dijo a la mujer, que le daba la espalda limpiando los platos.

—¿Acostarte? Si no hiciste nada, ¿de qué podés estar cansado? Yo estoy levantada desde muy temprano y no me quejo del cansancio. Anda a limpiar tu pieza mejor —replicó la mujer mayor, dándose vuelta para mirar al Principito, quien la miraba con algo de desconcierto ladeando levemente la cabeza.

—Entonces, ¿por qué se levanta tan temprano? Podría dormir un par de horas más. Yo, un día de tan cansado que estaba, dormí un día entero.

—No inventes, nunca dormiste un día entero. Solo un día te dejé dormir unos minutos más para que no interrumpieras mientras limpiaba el piso de la cocina —dijo, rodando los ojos y volviendo a lavar los platos que ya estaban limpios.

—En mi planeta, una vez dormí muchos días seguidos. Me gusta dormir, aunque también me gusta ver el atardecer. ¿La ventana de la habitación mostrará el atardecer? —le preguntó a la mujer, quien balbuceaba incoherencias en voz baja, sin prestarle atención al joven Principito.

Éste, irritado por no poder descansar y molesto porque la mujer era muy estricta, salió discretamente de la casa. Aún cansado, pensó: “Cuando llegue a mi planeta voy a dormir días enteros; los adultos no dejan de sorprenderme”. Con ese pensamiento en mente, se alejó de ese extraño planeta, pensando que quizá la señora lo había confundido con su hijo, que quizá el chico, cansado de no poder dormir, decidió ir a algún lugar tranquilo para descansar de las exigencias de su madre. También recordó, con nostalgia, los atardeceres de su planeta; hacía mucho que no veía uno. Vería muchos cuando llegara… luego de dormir, claro.

El planeta del olvido autora Mirian 

En el siguiente planeta que visitó el Principito, se encontró con un lugar un poco triste, sombrío, donde se escuchaban aullidos y llantos suaves y cansados.

El lugar era como una plaza de niños y animales, pero sin vida, ni color, ni felicidad.

—¿Hola? —dice el Principito al ver el lugar tan vacío.

—Soy el Principito, vengo de otro planeta —dice con voz baja—.

A lo que detrás de una piedra grande se asoma un niño de unos 6 años, todo sucio y con la ropa rota.

—Hola —repite el Principito—. ¿Cómo te llamas? —le pregunta.

—Me llamo Alex —dice el niño con voz temblorosa.

—No tengas miedo, solo estoy de pasada —le dice el Principito, un poco preocupado por la situación del niño.

—Hace mucho no viene nadie por aquí, solo vienen a dejarnos. Tenemos mucho hambre —le cuenta el niño, muy triste.

—¿Dejarnos? ¿Quiénes son los demás? —pregunta el Principito.

Al instante, de los juegos y escondites salen muchísimos niños y animales abandonados que habitaban en ese pequeño planeta.

—¿Quién te trajo? ¿Te quedarás o te irás? —le pregunta el niño.

—¿Quién me trajo? —se pregunta el Principito—. Nadie me ha traído, estoy solo y me iré.

—Está bien. Ya no hay mucho lugar, y cada tanto vienen adultos con niños y animales y se van sin ellos —le explica el niño—. Dicen que volverán por nosotros, pero nunca lo han hecho.

A lo lejos se asoma una perrita muy flaca y triste.

—Ella es Luna —dice el niño—. Hace tres soles la abandonaron.

La perrita se acuesta en las piernas del niño y él la acaricia.

—Supongo que los adultos crecen tanto y olvidan el camino para volver. Hay niños que hace tanto están aquí que ya no recuerdan ni su nombre. —

El Principito se queda en silencio, mientras observa el cielo y nota que en este planeta no hay estrellas. Piensa que tal vez hasta ellas han sido olvidadas.

—¿Por qué no te has ido aún? —pregunta el niño.

—Es que estoy aprendiendo que hay cosas que no deben ser olvidadas, y los animales y niños son una de esas cosas —le responde el Principito, a lo que el niño sonríe.

—¿Sabés? Si plantamos una flor aquí, tal vez los adultos recordarían. Las flores a veces hacen eso —propone el Principito y saca de su bolsillo una semilla dorada—.

—Es una semilla de planeta, si la cuidan crecerá un lugar mejor —el niño la mira atento.

El Principito saca otra, esta de color verde:

—Esta les brindará alimento.

Luna empieza a escarbar en la tierra con alegría, y el niño, llorando tal vez de felicidad, siembra las semillas y deja caer unas gotas de lágrimas encima de la tierra. Al instante, de la semilla dorada empiezan a salir colores, algo que en ese planeta no había. El pasto se convierte en verde, la tierra en marrón y los juegos se pintan de colores: rosa, rojo, amarillo y más.

Los niños y animales celebran y le agradecen al Principito por haber llegado a su planeta y cambiarles la vida.

 EL HOMBRE OCUPADO autora Morena 

El siguiente planeta que visitó el Principito era mediantemente pequeño, apenas más grande que una casa. En él vivía un hombre flaco, con unas enormes gafas redondas y una pluma detrás de la oreja. Estaba rodeado de montañas de papeles, relojes y calendarios colgados por todas partes.

- ¡Buenos días! –saludó el Principito–. ¿Qué haces?
- ¡Shhh! No me interrumpas, por favor. Estoy tremendamente ocupado –dijo el hombre sin mirarlo siquiera.
- ¿Ocupado en qué?
-En organizar mi día. A las 8:00 leo los trabajos del día anterior. A las 8:05 realizo el trabajo del día y trato de terminarlo. A las 8:10 comparo los dos trabajos hechos y realizo una lista de las tareas que puedo hacer en el día.

- ¿Y por la noche descansas? –le preguntó el Principito.
-Por supuesto que no. Por la noche planifico cómo descansaré al día siguiente y el sueño que me gustaría tener. Descansar sin planificar sería una pérdida de tiempo para mi descanso ideal.

El Principito frunció el ceño.
- ¿Y cuándo miras el cielo?
-No tengo tiempo para eso.
- ¿Y las flores?
- ¿Qué pasa con las flores?
-Bueno… en mi planeta hay una flor que me gusta, es muy linda. Yo le hablo, la riego, la escucho suspirar. Eso me toma tiempo, pero me hace feliz.

El hombre hizo una pausa y lo miró fijo, como si el Principito hablara otro idioma.
-La felicidad no es eficiente –dijo con seriedad.
-No se puede medir, ni programar, ni prever. Yo prefiero lo que puedo controlar y organizar.

El Principito guardó silencio un momento.
-Pero… no haces más que planear ahí sentado, ¿cuándo vives?

El hombre se quedó en silencio por primera vez. Miró sus papeles, luego sus relojes. Uno de ellos marcaba una hora que no reconocía. Otro tenía las agujas detenidas.
-Vivir… -repitió el hombre, como si fuera una palabra antigua.
- ¿Has tenido alguna vez una conversación sin calcular cuánto duraría? –preguntó el Principito.

El hombre suspiró.
-Me asusta perder tiempo.
- ¿Y no te asusta no usarlo para lo que realmente importa?

El hombre bajó la mirada. Por un momento, uno de los relojes pareció dejar de hacer tic-tac.
-No lo había pensado.

El Principito se levantó. Sabía que era momento de partir. Apreció con la mirada por un momento uno de los relojes más pequeños, que sonaba como un corazón.
-El tiempo no se atrapa –dijo mientras se alejaba–. Pero se puede compartir. Como una historia. Como una risa. Como una flor.

Y se fue, dejando al hombre ocupado solo con sus papeles, sus agendas y sus relojes, dándole una reflexión sobre lo importante.

 Horas Autor Tomás 

El niño viajaba de planeta en planeta buscando cosas que nadie sabía que existían. Un día aterrizó en un mundo muy silencioso, donde las flores eran grises y el cielo siempre parecía lunes.

Allí encontró a un hombre sentado frente a grandes relojes.

—Hola —le dijo el niño al hombre.

El hombre no respondió, ni siquiera se movió. Era como si no notara la presencia del niño.

—¿Qué haces? —preguntó el niño.

—Colecciono horas —le respondió el hombre sin mirarlo.
—Cada hora trabajada es una hora ganada —remató el hombre.

—¿Y qué haces con ellas?

—Las guardo para después. Cuando no trabaje más, viviré.

—¿Y si ese “más tarde” nunca llega? —preguntó el niño.

—Yo no estuve trabajando toda mi vida por nada —dijo el hombre furioso.

El Principito se quedó en silencio, dejando al hombre a merced de su conciencia.

El hombre, entre todo ese silencio, exclamó:

—No puedo parar ahora. Ya perdí muchas horas soñando, amando y jugando. No puedo perder más.

El niño tomó uno de los relojes y lo estrelló contra el suelo, y de él salieron unas pocas mariposas de colores.

—Tal vez no perdiste… tal vez eran las únicas que viviste.

El niño se marchó, dejando al hombre con sus relojes: algunos rápidos, otros lentos y algunos rotos.

Pero entre todos esos relojes, uno empezó a latir distinto.
Ese reloj no medía horas… sino vida.

 El Principito y el hombre que había olvidado por qué vivía autor Valentín 

   Había una vez, en un planeta no muy lejano del nuestro, un hombre que se despertaba todos los días antes de que saliera el sol. Se vestía de traje, tomaba un café sin mirar el cielo y salía corriendo a trabajar. Tenía una agenda llena, una cuenta bancaria estable y una casa decorada con cosas caras. Pero, cada noche al cerrar los ojos, sentía que algo le faltaba.

   Una mañana, mientras revisaba correos en su oficina, escuchó una vocecita que decía:

—Disculpe, señor… ¿podría dibujarme un zorro?

   El hombre miró alrededor, pero no vio a nadie. Volvió a su computadora, convencido de que era el estrés. Pero la voz volvió:

—¿Ha visto alguna vez un atardecer? ¿Sabe cuántos colores hay en uno?

   Allí, justo al lado de su escritorio, estaba un niño de cabello dorado, con bufanda roja, ojos sinceros y mirada curiosa. El hombre lo miró con extrañeza.

—¿Quién sos? ¿Y cómo entraste acá?
—Soy el Principito. Vengo de visita. Estoy buscando a alguien que haya olvidado lo esencial.

   El hombre frunció el ceño y cerró su laptop.

—No estoy para juegos. Tengo muchas cosas que hacer.
—¿Cosas importantes? —preguntó el Principito.
—Muy importantes. Tengo reuniones, cifras que alcanzar, decisiones que tomar.

   El Principito se sentó, cruzando las piernas.

—Conozco a un hombre que contaba estrellas para sentirse rico, pero no sabía qué hacer con ellas. ¿Y vos qué hacés con tus días?

   El hombre no supo qué responder. Algo dentro de él se removió. Llevaba años trabajando sin detenerse a preguntar para qué. Creía que avanzar era vivir, que producir era ser útil, que lograr era suficiente.
   Pero hacía tiempo que no reía. Ni lloraba. Ni soñaba.

—¿Y vos qué hacés? —le preguntó al niño, como para desviar la conversación.
—Yo cuido una rosa. A veces la riego, a veces le hablo. Ella es única para mí.
—¿Una flor? ¿Eso es todo?
—Lo esencial es invisible a los ojos —respondió el niño, sonriendo.

   Esa noche, el hombre no pudo dormir. Pensó en su infancia, en los días en que miraba las nubes buscando formas, en las veces que se reía sin razón. Recordó que, cuando era pequeño, quiso ser explorador, o músico, o pintor. Pero con el tiempo, le dijeron que eso no daba dinero. Que lo importante era tener un título, una carrera, una casa, una pensión. Así fue olvidando sus colores, su zorro, su rosa.

   Al día siguiente, el Principito lo esperó en el mismo lugar.

—He visitado muchos planetas —le dijo—. En algunos, los adultos están tan ocupados que no escuchan. En otros, se han olvidado de preguntar por qué hacen lo que hacen. ¿Tú recuerdas tu “por qué”?

   El hombre negó con la cabeza.

—Yo sólo quiero tener estabilidad. Seguridad. Un futuro.
—¿Y el presente? —preguntó el niño.

   Silencio. La pregunta dolía, como una verdad que había estado escondida bajo montañas de rutina.

   Pasaron los días, y el hombre empezó a mirar diferente su mundo. Notó que en la oficina nadie se miraba a los ojos. Que los ascensores estaban llenos de gente, pero vacíos de palabras. Que todos corrían, pero pocos sabían hacia dónde.

   Un viernes, salió más temprano y fue al parque. Se sentó en una banca, solo, y vio cómo los niños corrían detrás de mariposas. Escuchó la risa de una niña que soplaba burbujas. Olió el perfume de una flor.

   El Principito apareció a su lado.

—Cuando uno está triste, los atardeceres son más bellos —dijo.
—Estoy triste —confesó el hombre—. He vivido como si todo fuera urgente, pero ahora no sé qué sentido tiene.
—Has olvidado mirar con el corazón —dijo el niño.
—¿Y cómo se hace eso?
—Escuchando. Sintiendo. Deteniéndote.

   El hombre miró el cielo. Una nube con forma de elefante dentro de una boa le hizo sonreír.

   Esa noche, el hombre escribió una carta a sí mismo. En ella decía:

“Hoy comprendí que vivir no es solo sobrevivir. Que tener éxito no significa tener paz. Que la prisa mata los detalles. Que he olvidado lo más importante: quién soy y qué amo. A partir de ahora, intentaré volver a mí. No será fácil, pero quiero encontrar mi rosa.”

   El lunes siguiente, renunció a un proyecto que lo consumía. Recuperó los sábados con su hija. Volvió a tocar la guitarra, aunque sus dedos estuvieran torpes. Plantó un rosal en su jardín.

   Ya no vivía solo para producir. Vivía para sentir.

   El Principito lo visitaba de vez en cuando. Siempre traía una nueva pregunta. Y cada vez, el hombre tenía menos respuestas automáticas y más silencios sinceros.

   Un día, el niño se despidió.

—Ya no me necesitás —le dijo—. Has vuelto a mirar con el corazón.

   El hombre lo abrazó.

—Gracias por recordarme lo esencial.
—Recuerda que solo se ve bien así —dijo el niño, tocándose el pecho.

   Y se fue, dejando una estela dorada en el aire, como un cometa que señala el camino de regreso a casa.  

   La Reina autor Alexander

   El Principito llegó a un planeta lleno de vida. Era un lugar muy verde, con muchas flores, plantas tropicales y animales que cuidaban el ambiente de los invasores que intentaban corromper la naturaleza.
   Quedó fascinado, hasta que notó algo extraño: un hilo dorado que lo guiaba hacia un templo escondido.

   Caminó durante horas, hasta llegar cansado. Se recostó sobre una planta y se quedó dormido. Despertó de golpe por los ruidos de varios animales alrededor del templo.
   El Principito se asustó, pensando que lo atacarían. Pero ellos le dijeron que solo estaban cumpliendo con su responsabilidad: proteger el templo para que nadie despertara a la Reina.

—Ella duerme en un sueño profundo —le explicaron—. Si despierta, se alimentará de la energía de las plantas, y toda la naturaleza moriría.

   Nuestro amigo de cabellos dorados sintió una mezcla de miedo y curiosidad. Quería conocer a la Reina, aunque sabía que era peligroso. Decidió entrar al templo de noche, a escondidas.

   Dentro, todo estaba oscuro y lleno de pasillos. Por suerte, encontró de nuevo el hilo dorado y pudo guiarse en silencio, cuidando de no hacer ruido ni activar trampas. Tras un largo rato llegó hasta una puerta entreabierta. Desde su interior se escapaba una luz intensa, y el hilo dorado lo llevaba hacia allí.

   Al entrar, vio a una mujer mayor, vestida de dorado. De ella parecía nacer el hilo brillante. Estaba acostada en una cama de oro con diseños extraños. En su mano derecha sostenía una libreta.
   El Principito la tomó con cuidado y comenzó a leer. Allí estaba escrita la historia de la Reina: hablaba de cómo había vivido tranquila en ese planeta, sola con su hijo, al que llamaba el principito.

   El niño quedó sin palabras. Comprendió que aquella mujer era su madre.
Siguió leyendo y descubrió que, en un día cualquiera, la Reina decidió abandonar a su hijo en un planeta cercano, pensando que allí podría crecer por sí mismo. Sin embargo, no explicaba el motivo de aquella decisión.

   El Principito sintió una profunda decepción. Dejó la libreta en el suelo y salió del templo con el corazón pesado, sintiéndose rechazado por lo que había descubierto. Finalmente, volvió a su planeta, decidido a seguir adelante con su vida y olvidar el abandono.

    Autor: Imanol

Luego de mucho tiempo viajando por el espacio, encontrándose con planetas nuevos y sus particulares habitantes, el Principito hizo una última parada antes de llegar a la Tierra, en particular, un planeta que le llamó la atención debido a su color: un color rojizo que se podía distinguir a kilómetros de distancia. En él se detuvo para investigarlo más a profundidad, ya que era un planeta más grande de lo habitual. Durante esta exploración, se fue asombrando del hermoso paisaje que este planeta ofrecía: montañas con senderos anchos entre ellas, vastas planicies, enormes cráteres, etc. Y durante este estado de asombro e intento de asimilarlo, tropezó con un gran objeto metálico con brazos y cayó dentro de uno de estos cráteres, rodó sin control hasta que, cuando estaba por llegar al fondo del mismo, su cabeza chocó con una piedra y quedó inconsciente.

   Luego de 20 minutos, se despertó muy mareado como para poder ponerse de pie y escuchó, a lo lejos, voces que se iban acercando de a poco.

—¡Oye!… ¿Estás bien?

   Eran dos voces, una masculina y otra femenina, que se intercalaban constantemente y se iban alejando.

—Sí, eso creo —respondió el Principito—. Me tropecé con un pedazo de metal y caí rodando hasta que esta piedra detuvo mi trayectoria sin control.

—Sí… te golpeaste… muy fuerte —dicen las voces—. No eres… de por aquí… ¿no? —preguntan las voces.

—No, soy un viajero perdido en busca de un planeta adecuado para vivir —responde el Principito.

—Pues entonces… encontraste… el planeta… perfecto —afirman las voces.

—¿Pero por qué andan con tanta prisa? —pregunta el Principito.

—Porque no… nos da el… tiempo para… hacer nuestro… trabajo —contestan las voces.

—¿Qué es un trabajo? —pregunta el Principito.

—Es algo… que tú haces… para obtener… algo a cambio —responden las voces—, por ejemplo… dinero.

—¿Qué es el dinero? —cuestiona el Principito.

—El dinero… se utiliza… para comprar… alimentos… bienes y servicios… entre otras cosas.

—¿Qué son los bienes y servicios? —pregunta el Principito.

—Oye, niño… no tenemos tiempo… para tus preguntas… incesantes —responden con cierta incomodidad las voces.

—¿Pero por qué no puedo preguntar? —se atreve a comentar el Principito.

—Porque no… nos da el… tiempo para… terminar nuestros… trabajos, y tú… nos distraes… con tu monólogo… de preguntas —contestan las voces ya con un tono más fuerte.

—Pero yo soy así, no conozco nada y soy una persona curiosa, con el afán de descubrir todo en este universo —contesta el Principito con un tono medio apenado.

—Si no nos… vas a ayudar… entonces lárgate… y no fastidies… mocoso —responden las voces ya casi sin paciencia.

—Está bien —responde el Principito—, me largo, no vengo a un planeta para que me insulten y me traten de mala manera.

   El Principito se marchó, ofendido y disgustado por lo que había sucedido en este planeta, aunque también un poco triste, ya que no pudo explorar más a profundidad este planeta tan misterioso.

 El espejo africano: Autora Paloma 2do año

Atima Silencio se fue de viaje con su mejor amiga, y Atima Silencio se enamoró de un chico. Su amiga, que se llamaba Raquel, se enamoró de otro chico. Atima Silencio se quedó embarazada de su novio, que se llamaba Teo.

Tres años después, Teo le regaló un espejo. La amiga de Atima Silencio también quedó embarazada de su novio, y el novio de Raquel le dio de regalo un collar.

Dos años después, se casó Atima Silencio con Teo. Seis años después, se casó Raquel con su novio, Tony.

Y después, el hijo de Atima Silencio se fue al espejo; allí demostró su cara feliz y triste. Cuando iban a viajar, se compraron otro espejo, que ellos llamaban:

—¡Espejito, espejito! ¿Quién es la más hermosa del mundo?

Y el espejo respondió:

—¡Tú eres la más linda del mundo!

Cuando el espejo dijo eso, ella se puso feliz. Conoció a un nene, y el papá, que se llamaba Tony, no la dejó tener un novio. Entonces, el nene le dijo al papá de su novia:

—¡Fin!   

EL COFRE DE LOS RECUERDOS autor: ALOMA, BENJAMÍN (2° II)

   Atima Silencio tuvo un hijo mientras vivía en Mendoza, Argentina. El hijo, llamado Carlos Silencio, encontró el espejo que tanto adoraba su madre. Lo encontró en una caja enterrada en su patio. Le preguntó a su mamá: “¿De quién es este espejo?”. Con los ojos llorosos, Atima Silencio le respondió: “Ese espejo era de mi abuela, llamada Atima, que se lo había regalado mi abuelo Imaoma. Mi abuelo lo creó, hecho de ébano oscuro”. Al enterarse de eso, Carlos Silencio fue directo a lo de un amigo.

   En la casa del amigo, el espejo se puso brillante y en él apareció una frase: “Ve al arroyo y verás algo”. 

   Carlos Silencio fue junto a su amigo al arroyo. En el viaje, el espejo empezó a vibrar; cuanto más se acercaban al arroyo, más vibraba. En un momento, el espejo empezó a reflejar un texto que decía: “I J K L”.

   Llegaron al arroyo y encontraron una caja enorme que requería una clave para poder abrirse. Al amigo de Carlos se le ocurrió poner los dígitos previos en la cerradura, ésta se abrió y de repente el espejo empezó a volar y reflejó unas imágenes donde se veían Atima e Imaoma regalándole el espejo a Atima Imaoma, y Atima Imaoma regalándoselo a Atima Silencio. Atima Silencio pasa por muchas cosas y se ve que lo guarda en su patio enterrándolo, y el espejo se apaga.

 Candela Aybar 2°1

España - Año 1820

La luna se cerraba, las nubes se despejaban, el sol reaparecía y un mar de colores cálidos inundaba el cielo; otro día, otro despertar, otra oportunidad. Esa tarde de 1820 para Dorel era perfecta para salir en busca de un buen público que disfrutara de escuchar su violín. Como era de esperar, su ansia se hacía reflejar como un espejo nuevo.

Al cabo de 15 minutos, Dorel salió emocionado hacia la plaza. Al llegar con su entusiasmo, vio un montón de gente; sus caras eran más aburridas que cumpleaños sin torta ni pelotero, pero aun así Dorel empezó con su pieza musical. Dejó su espejo enmarcado en ébano en el piso mientras empezaba a tocar. Al cabo de veinticinco minutos de estar tocando, se percató que su espejo no estaba por ninguna parte, ni siquiera en su bolso. Mientras lo buscaba, una dama de aspecto elegante, con guantes, sombrero y lentes de sol, le habló:

—¿Cómo un jovencito tan talentoso como tú toca en las calles?

—No lo sé, señora. Ni sé si soy talentoso.

—Sí lo eres. ¿Sabes qué? Ven a mi estudio, hoy a las 5:00. Tendrás tu oportunidad más grande allí.

—No lo sé… Pero sí, iré.

—Está bien. Te espero, joven.

El espejo llegó a las manos de una ladrona llamada Mariela; lo sostuvo y su cara reflejaba felicidad, como cuando a un niño se le da un dulce; pero eso era por el dinero que iba a ganar subastándolo ilegalmente. Antes de robarlo, ella vio reflejado en el espejo a un hombre de aspecto adinerado riéndose; le pareció raro, pero lo tomó igual.

Al entrar a la gala de subastas, sus ojos brillaron como estrellas; tantas damas elegantes, hombres de traje… sin duda con esta gente de bolsillos llenos ganaría unas monedas. El presentador de traje se levantó y soltó una carcajada.

—¡Buenas noches, amigos! Preparen sus bolsillos para las subastas anuales —dijo con entusiasmo.

A los minutos, Mariela empezó a subastar su objeto diciendo:

—¡Buenas noches, amigos míos! Hoy subastaré un espejo del tamaño de la palma de la mano enmarcado en ébano.

En ese instante, las ofertas saltaron como un conejo.

—¡Te ofrezco 100 dólares! —dijo una mujer.

—¡Yo 300! —saltó alguien atrás.

—¡Yo te doy 900 por él! —dijo un hombre.

—¡Yo ofrezco 10.000! —dijo el hombre de la subasta.

—¡Vendido! —dijo el hombre de traje.

Al ponerse el sol, la subasta terminaba, pero la pesadilla de Mariela recién comenzaba…

Al terminar la subasta, Mariela fue en busca de su dinero. Al llegar con el hombre le dijo:

—Hola, señor. Vine por mi dinero.

—¿¿De qué dinero hablas?? —respondió él.

—Le hablo del espejo que le vendí, señor…

—¿En serio creíste que pagaría tanto, tanto, por un espejo oxidado y horrible?

—Pero yo creí…

—¡Pero nada! ¡Fuera! —dijo él.

Al darse cuenta que no era ningún tipo de broma, Mariela salió con un río de lágrimas en sus ojos, salió corriendo y se fue. El hombre miró satisfecho el objeto que había adquirido gracias a su estafa. Al llegar a casa sintió ese gran vacío que llenaba su cuarto cada noche, se puso a pensar y se dijo para sí mismo:

—¿Estaré haciendo bien?

Entonces se dio cuenta. Se preguntó si su vida tenía un propósito alguno, algo que tuviera que hacer para llenar ese vacío; entonces vio en el espejo reflejado un vacío que no podía explicar o expresar con palabras. Pero ¿qué significaba? Para despejarse, salió a caminar. Al frente de la calle, una sombra se hacía más grande y más, y más y más; esa sombra lo seguía como si estuviera pegada a él, como un chicle en su zapato. Esa sombra lo siguió por más que intentara quitársela. Se sentía como una puntada al pecho. Le dolía mucho, lo hacía sentir mal y muchas cosas negativas… pero ¿por qué? ¿Qué había hecho mal? ¿Era su culpa? Muchas cosas así invadieron su mente. El hombre entró en pánico y salió corriendo hasta que chocó con alguien. Era Mariela. Él cayó despavorido al piso, pero una luz lo iluminó y le dijo:

—Levántese, yo lo ayudo.

Él le preguntó:

—¿Pero por qué después de lo que te hice me ayudas?

—Verá… desde que soy niña me enseñaron a no guardar rencores, ya que son malos para la paz mental y para el corazón; así que eso no va conmigo.

—Perdóname, pero ¿para qué necesitabas el dinero del espejo? ¿Y de dónde lo obtuviste?

—Yo… —suspira— lo robé, señor…

—¿Pero por qué??

—Es que mi niña sufre de una enfermedad y necesitaba el dinero…

—Mira, te daré el dinero, pero ¿a quién le robaste el espejo?

—Lo tomé del bolso de un violinista de la plaza.

—Ten, toma el dinero, pero devuelve este espejo, ¿sí? Uno nunca sabe cuánto valor puede tener un objeto para alguien.

—¡Ok, eso haré!

En ese momento, la sombra del hombre comenzó a desvanecerse como una neblina. El hombre suspiró y salió caminando hacia su hogar…

Mariela corrió más rápido que la luz del sol hacia la plaza, pero su camino se hacía infinito. Al fin llegó a la plaza; ni bien vio al violinista, corrió a abrazarlo y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Quién eres? —dijo Dorel.

—Eso no importa, ten tu espejo; es algo de tu propiedad.

—Gracias.

—¿Cómo te llamas? Me gustó tu pieza en violín.

—Yo me llamo… me llamo Dorel.

El hijo de Atima Silencio autor David

José Imaoma sabía que había pasado mucho tiempo de su vida viviendo con una parte de él que faltaba.
Él quería saber el pasado de su familia, de sus abuelos; quería saber de dónde venía.

Así que le preguntó a su madre. Atima Silencio le dijo que su mamá había muerto cuando ella era chica, y que le había dado un espejo enmarcado en ébano que la acompañó toda su vida. Era muy preciado para ella, claramente, porque fue el único recuerdo de su madre.

José le preguntó si podía darle el espejo. Atima se lo dio, y José se miró: el espejo le mostró un lugar que parecía medio abandonado.
Pensó un momento: ese lugar podría ser la clave para saber mi pasado... ¡o, si no, puede ser un tesoro!
José se emocionó por lo que le había mostrado el espejo.

Pensó cómo podría llegar a ese misterioso lugar.
—¡Sí! ¡Eso es! —dijo—. Yo vi a Raquel esconder un pergamino debajo de una madera rota en el piso de arriba.

Fue corriendo, levantó la madera y... había una pequeña caja que contenía una nota que decía:
"Vive tu vida, sé feliz y busca tu camino haciendo lo que te gusta."

José se quedó inmóvil por unos segundos, pensó y aceptó dejar su pasado atrás y mirar hacia adelante.
Desde ese momento, José y su familia fueron felices y comenzaron a vivir con alegría todos los días.

 Capítulo 10 autor Isaías

José Imaoma, el hijo de la señora Fátima Silencio, continúo sus sueños que tenía desde pequeño que era formar una familia y hacer abuela a su madre.

José Imaoma trabajaba mucho para brindarle todo a su madre y que no le falte nada.

José era un joven de 20 años y todavía no había podido cumplir sus sueños.

José siempre quiso saber sobre su futuro, pero él pensaba que eso era imposible, hasta que un día tuvo una pesadilla y el veía una puerta que él quería abrir pero estaba cerrada y sentía que la puerta tenía algo que necesitaba o quería.

Después de un tiempo el joven limpia su casa como siempre mientras repasaba el techo con una escoba encontró una manija en el techo y tiro era un ático secreto y por curiosidad trajo una escalera se subió y encontró muchas cosas tiradas como telas, las destapo y  encontró muchas reliquias.

Lo que le sorprendió fue un espejo con un marco de ébano y con mucho polvo encima que llevo a la mesa y lo limpio el muchacho decidió colgarlo en su baño.

Esa misma noche el tuvo la misma pesadilla de la puerta, pero esta vez él pudo abrir y vio algo que lo dejo paralizado, era el espejo de ébano y veía muchas cosas y escuchaba voces, pero nada claro y a la mañana siguiente él se despertó fue al baño, miro el espejo y se vio a él con una bella joven con una hermosa niña.

El joven estaba confundido giro y no vio a nadie. Después de esa escena inquietante José no tuvo más pesadillas.

Al año José conoció a una joven bella. Se enamoró, a los pocos meses se casaron y tuvieron un hijo.

José Imaoma al tiempo se dio cuenta que la visión que había tenido en el espejo ese día no había sido en vano y que el espejo le definió el futuro y le había hecho cumplir sus sueños.