Lecturas y curiosidades


Libro de literatura:
Cupido es un murciélago
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20 CUENTOS DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ PARA LEER EN LÍNEA
El Nobel de Literatura 1982, Gabriel García Márquez, además de sus grandes novelas ha desarrollado una maravillosa labor en el cuentos:
Escribir este link en google y te lleva a los cuentos:
http://www.elclubdeloslibrosperdidos.org/2017/03/20-cuentos-de-gabriel-garcia-marquez.html
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Obras, historias del escritor Uruguayo Eduardo Galeano:



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“El fantasma de Nito” de Alibel Lambert en Historias urbanas:
10 leyendas para no volver a dormir. Editorial Maya.
         Era el mes de agosto  del  año mil novecientos sesenta y nueve. Me encontraba en Belén de Escobar con mi primo Juanjo. Ese día, luego de una larga espera, al fin debutaba el equipo de “La maquinita”. Me contaba  mi primo, mientras esperábamos el comienzo del partido, que lo habían nombrado así por usar la misma camiseta que el plantel de River Plate.  Estaban todos muy entusiasmados pues su mayor deseo era poder llegar a la Liga Bonaerense. Pero para esto debieron levantar una sede, que lograron construir con mucho esfuerzo: tras ponerse a vender rifas, organizar asados y en los partidos choripanes, habían logrado reunir el dinero suficiente luego de varios años, para levantar dicha sede.  Esto se lo debían a Nito.
        Era el emprendedor número uno del equipo, pero hacía algunos días que había fallecido.
           Entonces me contó lo que había pasado. Nito se encontraba separado de su mujer hacía varios meses y ella estaba viviendo con sus padres. Un día fue a buscarla a la casa de ellos pero, desilusionado por la separación, había comenzado  a beber y llegó bastante alcoholizado. Comenzó a llamarla a gritos desde el terreno baldío de al lado, desde donde podía ver, a través del cerco de alambre, la ventana del dormitorio de ella. Al escucharlo, y viendo el estado en el que se encontraba, se negó  a salir. Pero  sí fue su padre, quien lo fue a buscar hasta el baldío, más dado el estado de Nito, llevó consigo una escopeta para asustarlo y obligarlo a que se marche. Así se inició una acalorada discusión entre los dos hombres, que continuó a los puñetazos, por lo que el anciano, al verse superado, tomó nuevamente el arma para asustarlo.
            Desgraciadamente el arma se disparó y Nito se desplomó en el suelo. Murió luego de una larga agonía. Mi primo secó sus lágrimas, en ese momento anunciaban a los equipos, y para “La Maquinita” era su primer debut como equipo de la liga. Comenzó el partido. Los muchachos estaban muy entrenados,  los goles se sucedían uno tras otro. A pocos minutos de finalizar el partido iban ganando con gran ventaja. La tribuna de “La Maquinita” estallaba de entusiasmo, ante la enorme emoción de los minutos finales.
            Entonces alguien comenzó a gritar…
            -¡Miren, está Nito en el arco!
          Con gran asombro, todas las miradas se fijaron en el arco. En ese momento, recuerdo como si aún lo estuviera viendo, en el fondo del arco, flotando sobre una extraña nube oscura había un fantasma. El fantasma… de Nito.
“Fantasma” de Alibel Lambert
      Era una noche tibia de principios de abril. Una paz profunda invadía el aire. Nos encontrábamos solos, la noche y yo. Era un momento ideal, en él podía volar en alas de lo arcano, de lo irreal, con mis sueños, con mis deseos, con mis anhelos, sentía aquel mundo tangible. Aunque sabía que este sentir nacía desde mis adentros, desde ese interior quimérico e incierto, que se gestaba en mí, tras el deseo de una forma de vida diferente; colmada de aconteceres fantásticos que poblaran toda mi existencia. Se acrecentaba la noche, desde las sombras llegaban a mis oídos los sonidos comunes. Cuando de pronto, algo alertó a las nocturnas aves que dormitaban sobre el viejo roble erguido en medio del no muy lejano cementerio, se agitaban alborotadas. Yo desde mi ubicación no podía divisar nada que provocara aquello. Aunque, ciertamente, me hallaba algo lejos, sentado en el marco de la ventana de mi habitación en la planta alta de mi ancestral casa. Sin embargo, sí pude sentir sobre mi piel, el inconfundible frío que sólo produce la proximidad de la muerte. Observé entonces, con más detenimiento, buscando detrás de la arboleda del pequeño bosque que cerca el lugar, entre las sombras de las estatuas, cruces y criptas de aquel antiguo cementerio en plena destrucción por el paso del tiempo, pero no pude divisar nada extraño.      
       Entonces, decidí entrar en mi habitación, aquella ventisca helada arremetía contra mí, obligándome a dejar mi sitio para buscar el cálido refugio de mi casa. Quise revelarme, el extraño presentimiento de algo inesperado me inducía a quedarme. Pero la ventisca, con más fuerza me castigaba ahora. Estaba entumecido por el frío, me dispuse a entrar. De pronto, divisé una imagen fugaz de un blanco transparente, que vagaba entre las negruzcas y tétricas tumbas. Aún así, no experimenté terror alguno. Me di cuenta que necesitaba, desde muy adentro, creer en aquel submundo perdido en las tinieblas; una fuerza misteriosa me arrastraba a ello.
        Me quedé inmóvil contemplando aquel fantasma. Su vestido largo y sutil, flotaba suavemente con la brisa, iluminándose con los rayos blancos de la luna, al igual que los largos rizos de su claro cabello. Era una imagen fantástica. Jamás, de los años que tengo, había visto u oído sobre algo así. Me hallaba próximo al encantamiento. No podía reaccionar, es más, no deseaba hacerlo. Pues sabía, que llegado el caso, perdería el misterioso hechizo que la bella ánima parecía infundir en mí, y no quería permitir aquello. La sensación que experimentaba aquella noche, deseaba, desde lo más profundo, fuese eterna. Al cabo de fugaz momento desapareció, cubriendo de soledad al mausoleo y a mí. Permanecí allí varios minutos más esperando su regreso. Pero no sucedió. Esta ansiedad perduró por días y cada noche, volví a mi sitio a esperarla. Luego de un tiempo decidí no sentarme más en la ventana, creo que pensaba que ella había podido verme y por ello se ocultaba.  Yo soñaba con ella. Durante varios meses dejé de contemplar el cementerio. Una noche creí enfermar por el dolor de ya no verla.
        Como en una telaraña me sentía atrapado. Solo y desesperado vagaba por la casa. En mis delirios, cada sombra tomaba en los rincones la apariencia nefasta de la muerte. Llegué a encender cada una de las luces de mi casa. Ya no dormía, pues en los sueños, también la imagen de la muerte me acosaba. Hasta que cierta noche, sentí que una brisa fresca me envolvía. Fue entonces, cuando inmaculada luz blanca surgió desde uno de los muros de mi alcoba, y envuelto en ella se corporizó su espíritu y volví a verla. Suavemente se acercó a mí, tomó mis manos sin dejar que su tierna mirada se apartase de la mía. Al contacto con mis manos pude sentir las suyas, frágiles, delicadas y muy frías. Luego giró y sin soltarme, me guió por el camino. Una extraña bruma comenzó a cubrirlo todo lentamente, aún mi casa. Nos alejábamos de ella poco a poco, acercándonos cada vez más al cementerio. Al llegar a él atravesamos los portales y, al hacerlo, comenzaron a surgir desde las tumbas las ánimas. Se arrimaban tétricas y semi-descarnadas se corporizaban. Tuve deseos de huir apresuradamente, más ella sujetaba mi mano y su mirada, implorante me pedía que siguiera sus pasos. Lo hice. Así llegamos hasta una antigua cripta, cuyas puertas de reja enmohecidas se abrieron para darnos paso. Adentro se hallaban dos féretros antiguos cubiertos por mantones de encaje centenario. Se detuvo frente a ellos y lógicamente, yo también lo hice.  
      Más busqué sus ojos, no podía entender lo que quería. Entonces, tiró los mantos al suelo, quedando los cajones descubiertos, y a través del pequeño vidrio de sus tapas, pude reconocernos en el rostro de los muertos.
       Ella volvió a sonreír tiernamente. Entonces comprendí por qué el aspecto abandonado de mi casa, y mi forma de vida diferente, quimérica e incierta…
Fin.
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La otra ciudad de Pablo de Santis
Supongamos que un hombre espera en un bar a una mujer. Es una historia conocida: la mujer se demora. Par ano aburrirse, el hombre mira una guía la ciudad, mientras piensa en los lugares donde nunca estuvo. Se da cuenta entonces de que dos ciudades posibles lo acechan. En una, la mujer, nerviosa, atraviesa calles atestadas, sufre en un taxi atascado, o corre por los pasillos del subte, sin atreverse a mirar los relojes que cuelgan de lo alto. En la otra ciudad, la mujer, encerrada en su departamento, ensaya una excusa cuya verosimilitud no le importa, porque la excusa es una aproximación a la mentira que hace la verdad.
Como un viajero perdido, el hombre trata de reconocer en cuál de las dos ciudades está. Mira su reloj, que no funciona. Alguna vez estuvo por tirarlo, pero terminó convertido en amuleto.  En el cuadrante del reloj muerto la oscuridad avanza: aunque no funcione, igual marca el paso del tiempo. Comprende que habita la segunda ciudad, el escenario de la mujer imposible. ¿Cómo se dejó engañar? ¿Acaso no vio  las grietas en los edificios, las caras gastadas por la indiferencia y el cansancio?
El pocillo, el vaso de agua y la jarra de metal le parecen objetos horribles que están allí para atormentarlo. En el momento en que decide irse, entra la mujer. Dice Hola, lo besa, se sienta y le sonríe; le pregunta por  qué la mira con esa cara del que está perdido en una ciudad extranjera. Él improvisa una excusa –que es la aproximación a la verdad que hace la mentira- mientras oye un estruendo lejano: el derrumbe de la ciudad aborrecida.

Ruidos nocturnos de Pablo de Santis (libro Rey Secreto).
Tengo el sueño intranquilo. Apenas oigo un ruido me levanto en medio de la noche y recorro la casa para ver si todo está en orden. Tomo un vaso de agua, la cañería resuena como el vientre de un monstruo. Mis pasos despiertan a mi vecino, que se inquieta y se levanta, despertando a otro, que a su vez despierta el sueño de alguien más, provocándole una pesadilla de la que despierta con un grito. En casas alejadas oyen ese grito, y los nuevos movimientos despiertan a otros vecinos de más lejos aún.  
Finamente, después de recorrer la casa me vuelvo a dormir. Pero la ola de alarma y de miedo ya alcanza los rincones últimos de la ciudad.
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Obras, cuentos, historias escritas por Julio Cortázar
Palabras: Julio Cortázar: “Los cuentos son criaturas vivas y respiran”.
Los exploradores
    Tres cronopios y un fama se asocian espeleológicamente para descubrir las fuentes subterráneas de un manantial. Llegados a la boca de la caverna, un cronopio desciende sostenido por los otros, llevando a la espalda un paquete con sus sándwiches preferidos (de queso). Los dos cronopios-cabrestante lo dejan bajar poco a poco, y el fama escribe en un gran cuaderno los detalles de la expedición. Pronto llega un primer mensaje del cronopio: furioso porque se han equivocado y le han puesto sandwiches de jamón. Agita la cuerda, y exige que lo suban. Los cronopios-cabrestante se consultan afligidos, y el fama se yergue en toda su terrible estatura y dice: NO, con tal violencia que los cronopios sueltan la soga y acuden a calmarlo. Están en eso cuando llega otro mensaje, porque el cronopio ha caído justamente sobre las fuentes del manantial, y desde ahí comunica que todo va mal, entre injurias y lágrimas informa que los sándwiches son todos de jamón, que por más que mira y mira entre los sándwiches de jamón no hay ni uno solo de queso.
     En Historias de Cronopios y famas de Julio Cortázar.
Conservación de los recuerdos
    Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: Luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: «Excursión a Quilmes», o: «Frank Sinatra».
    Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: «No vayas a lastimarte», y también: «Cuidado con los escalones.» Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras en las de los cronopios hay una gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempre de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas
en su sitio.
Propiedades del sillón de Julio Cortázar
       En casa del Jacinto hay un sillón para morirse. Cuando la gente se pone vieja, un día la invitan a sentarse en el sillón que es un sillón como todos pero con una estrellita plateada en el centro del respaldo. La persona invitada suspira, mueve un poco las manos como si quisiera alejar la invitación y después va a sentarse en el sillón y se muere. Los chicos, siempre traviesos, se divierten en engañar a las visitas en ausencia de la madre, y las invitan a sentarse en el sillón. Como las visitas están enteradas pero saben que de eso no se debe hablar, miran a los chicos con gran confusión y se excusan con palabras que nunca se emplean cuando se habla con los chicos, cosa que a éstos los regocija extraordinariamente.
      Al final las visitas se valen de cualquier pretexto para no sentarse, pero más tarde la madre se da cuenta de lo sucedido y a la hora de acostarse hay palizas terribles. No por eso escarmientan, de cuando en cuando consiguen engañar a alguna visita cándida y la hacen sentarse en el sillón. En esos casos los padres disimulan, pues temen que los vecinos lleguen a enterarse de las propiedades del sillón y vengan a pedirlo prestado para hacer sentar a una u otra persona de su familia o amistad.    Entretanto los chicos van creciendo y llega un día en que sin saber por qué dejan de interesarse por el sillón y las visitas. Más bien evitan entrar en la sala, hacen un rodeo por el patio, y los padres, que ya están muy viejos, cierran con llave la puerta de la sala y miran atentamente a sus hijos como queriendo leer su pensamiento. Los hijos desvían la mirada y dicen que ya es hora de comer o de acostarse.
        Por las mañanas el padre se levanta el primero y va siempre a mirar si la puerta de la sala sigue cerrada con llave, o si alguno de los hijos no ha abierto la puerta para que se vea el sillón desde el comedor, porque la estrellita de plata brilla hasta en la oscuridad y se la ve perfectamente desde cualquier parte del comedor.
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Cuentos de Masliak, Leo
9 DE JULIO
       Buenos Aires, Argentina. Día de sol. Avenida 9 de Julio. Semáforo rojo. Se junta gente que quiere cruzar. Enfrente también. El semáforo demora. Viene más gente por ambos bandos. Cada destacamento mira firmemente el semáforo opuesto, haciendo acopio de fuerzas. “Ánimo, muchachos”, dice un individuo a sus compañeros de acera, “ya llegará el día en que podamos cruzar”. Los demás lo reconocen inmediatamente como su líder. “Quizás algunos mueran en la empresa”, sigue diciendo él, “pero esos quedaran para siempre en nuestros corazones”. El semáforo continúa en el rojo. En frente, el bando contrario designó como líder a una mujer. Su aparatoso tren delantero la hace especialmente apta para violentos impactos frontales con peatones de sentido opuesto. “Estamos contigo, Tatiana” le gritan algunos. “Ese no es mi nombre” contesta ella, pero igualmente lo asume, como Wojtila el de Juan Pablo. Desde enfrente, el otro líder la mira, y le muestra el dedo medio de su mano derecha. Sus camaradas, hombres y mujeres, lo imitan. Algunos tienen binoculares y eligen contra quien van a chocar. Otros despliegan la navaja de su alicate, y la exhiben a modo de proa. De pronto, semáforo amarillo.         Un estudiante, de los de Tatiana, pregunta si puede pintar de azul el vidrio amarillo del semáforo que está de su lado, para que quede verde y los del bando contrario, al tratar de cruzar, sean apisonados por los coches. La jefa le pide paciencia, y le asegura que a su debido tiempo ningún adversario quedará en pie. El estudiante recita a García Lorca “verde que te quiero verde”. Por fin el semáforo cambia. “A ellos”, grita el líder de enfrente, “hay que enterrarlos en el asfalto; el sol esta de nuestra parte y ya lo reblandeció un poco”. Ambas cohortes inician su marcha hacia la colisión. Tatiana se acomoda el corpiño. El otro líder acomoda a su gente por orden de altura. “Las mujeres y los niños primeros”, dice. Todos avanzan con paso resuelto. Los autos, inmóviles, observan el espectáculo, y una cuadrilla de niños marginales que habitualmente se dedica a limpiar los vidrios de los coches a cambio de monedas, está ahora levantando suculentas apuestas referidas al desenlace de la cruzada peatonal. Atención, faltan pocos metros. Ya está, ya está. Dos pasos, un paso. Y entonces, súbitamente, todos cambian radicalmente su actitud. Empiezan a pedirse permiso unos a otros y a esquivarse. Se acabó Tatiana. Apenas si se producen algunos roces totalmente inocuos. Nadie cae, nadie es aplastado. Todos llegan a destino, a las respectivas aceras de enfrente, y continúan los abúlicos trayectos que habrán de conducirlos al desempeño de sus estúpidas ocupaciones. Nadie recuerda su intención preliminar. Todos fingen civismo, que cagones.
RUTINAS PARA EL TIEMPO LIBRE
     Cuando tengo algún tiempo libre, suelo dedicárselo a los hados del azar. Emprendo un paseo cuya dirección se va modificando de acuerdo a algún criterio como, por ejemplo, mirar la última cifra de la matrícula del último auto que se encuentre estacionado en cualquiera de las dos aceras de la cuadra en la que estoy. Supongamos que experimento una ligera preferencia por continuar mi camino en línea recta, por esa calle. Entonces, si la última cifra de la matrícula está entre el cero y el tres, continúo por esa calle. Si la cifra está entre el cuatro y el seis, doblo a la izquierda. Y si está entre el siete y el nueve, doblo a la derecha. Es claro que más de una vez, vale decir, si el azar me lleva a pasar una y otra vez por la misma cuadra, puede ocurrir que los vecinos me miren con desconfianza. Para estos casos, dispongo de varias rutinas. A la que utilizo con más frecuencia la denomino “relación pelo-sexo”. Esta rutina diversifica mi conducta más que la basada en las cifras de las matrículas. Aquí ya no hay solamente tres conductas posibles, sino cinco. En efecto: si la primera persona visible (para mí) en la cuadra es rubia o pelirroja y es mujer, me fijo si en esa cuadra hay un quiosco. Si lo hay, compro una golosina y quedo exonerado de seguir dando vuelta a la manzana, pudiendo llegar hasta la otra cuadra, por la misma calle (tengo otras rutinas para el caso de que esa calle muera en la esquina, pero las mismas exceden el propósito del presente trabajo). Si no hay ningún quiosco, toco timbre en la primera casa cuya puerta no sea de color marrón, y si me atienden, pregunto por el doctor Magurno. Si no me atienden, hago que me desmayo, y espero hasta que algún buen vecino llame a una ambulancia que me traslade a otra parte (para empezar otro camino con idénticas reglas a partir de allí, ni bien me hayan dado de alta diciéndome tal vez que sólo se trató de un momentáneo bajón de presión), o hasta que llueva, en cuyo caso contraigo para mis adentros la obligación de regresar a casa y mirar dos horas la televisión, sin encenderla.
Si me atienden y me dicen que ahí no hay ningún doctor Magurno, quedo habilitado para doblar en la siguiente esquina en dirección contraria a la de mi giro anterior (el que me llevó de vuelta al mismo lugar). Nótese que en ambos casos (tanto recurriendo al quiosco como tocando timbre en la casa), mi conducta, frente a los curiosos, queda explicada dentro de los cánones habituales de la civilización, puesto que pueden pensar “el tipo se había ido pero volvió porque tuvo antojo de golosinas” o “el tipo estaba buscando el número de puerta y no lo encontraba”.
Si no hay ninguna casa de puerta marrón, o si en esa cuadra solamente hay edificios, empiezo a caminar por la misma calle pero en sentido contrario, quedando liberado de la cuadra viciosa (denomino así a las que, por la numeración de las matrículas de los autos, y por tratarse de autos abandonados que pueden pasar días en el mismo lugar, me conminan a un loop o “bucle” difícil de salvar).
Prosigo con mi explicación. Si la primera persona visible de la cuadra es rubia o pelirroja y es hombre, bajo a la calzada y bailo el “Apolo” de Stravinsky, de acuerdo a la coreografía de Constantin Mikhailkov. Esto también puede ser asimilado por los curiosos como una conducta civilizada, ya que toda civilización genera sus tipos particulares de locura, y si llaman a una ambulancia para que me encierre en un manicomio, tanto mejor, puesto que ya no necesito recurrir a artificios casuales para saber lo que tengo que hacer: habrá enfermeros que me instruyan sobre las rutinas a seguir todos los días y a todas las horas. Pero si nadie me encierra, al finalizar la coreografía, doy por terminado mi paseo y voy a lo de mi tía Zephir a tomar té y a conversar sobre trivialidades.
Si la primera persona visible es de cabello negro o castaño y es mujer, me tomo un colectivo que pare en esa cuadra, o en su defecto, un taxi, y me bajo después de un recorrido de doce cuadras (o de trece, si en la cuadra número doce, maldición, no hay parada). Si no pasan colectivos ni taxis, hago auto-stop. Y si nadie me para, me dirijo a la cuadra siguiente arrastrándome (si alguien me interroga acerca del motivo, le miento diciéndole que se trata de una promesa religiosa, cosa de permitirle, también en este caso, encuadrar mi conducta dentro de parámetros civilizados).
       Si la primera persona visible es de cabello negro o castaño y es hombre, pierdo la memoria, y lo que haga de ahí en más dependerá de los consejos de quienes me asistan, o de las reglas de conducta que me dote a mí mismo a partir de entonces (recurrí a los oficios de un hipnotizador para que me indujera, si este caso se presentara, a una amnesia total).
Si la primera persona visible es canosa, calva o si no hay nadie visible, aprovecho para tratar de robar, en el comercio o en la casa que me parezca más desprotegida. Pero una vez hecho el acopio ajeno, lo deposito en la vereda y trato de llamar la atención de algún vecino de la cuadra, diciendo que alguien quería robar y al yo sorprenderlo, huyó. De este modo, a veces percibo recompensas nada despreciables. Y si me sorprenden con lo robado antes de haberlo depositado, tanto mejor, pues de ahí en más será la policía y el poder judicial quienes indiquen cuál será el modo en que deberé emplear mí tiempo libre. Para finalizar, y sin querer exasperar al lector con los detalles que devengan de los casos no contemplados en lo expuesto, o con el resto de mi repertorio de rutinas, diré que para el caso de tocar timbre en una casa preguntando por el doctor Magurno, si me llegan a contestar “sí, enseguida”, tengo previsto suicidarme. Pero es tan improbable esta circunstancia, que estoy seguro de llegar a vivir muchos años más disfrutando plenamente de mi tiempo libre, en perfecta armonía con el mundo civilizado.
TEST DE MÚLTIPLE OPCIÓN POTENCIADA
      Si usted, por azar, queda encerrado en una jaula en compañía de un león, y si éste le dice: “tengo hambre; creo que voy a comerlo/a”, usted ¿qué le contestaría?
1) Nada
2) “Haga como le parezca.”
3) “No se lo aconsejo; siempre me caractericé por ser indigesto/a.”
Si usted eligió la opción 1 y el león le dice “necesito su consejo; no tengo a nadie más a quien recurrir”, usted ¿qué le contestaría?
1.1) Nada
1.2) ”Abra la boca, voy a revisarle la dentadura”
1.3) ”¿No cree que mi consejo carecería de la imparcialidad necesaria a todo juicio justo, dada mi condición de posible víctima de sus fauces?”
Si usted eligió la opción 2 y el león se lo/a come, usted ¿qué haría?
2.1) Nada
2.2) Se dejaría digerir
2.3) Organizaría, en el seno del león, una campaña proselitista tendiente a conseguir, entre las vísceras del animal, el consenso necesario a fin de ser restituido al mundo exterior.
Si usted eligió la opción 3 y el león le dice: “Déjeme probar un pedazo; si me gusta me lo/a como todo/a, y si no me gusta no lo/a molesto más”, usted, ¿qué haría?
3.1) Nada
3.2) Diría “Me parece razonable”
3.3) Le preguntaría al león que pedazo de usted seleccionaría para la degustación.
Si usted eligió la opción 1.1, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente intención de comérselo/a, usted no le contestó, el león insistió en pedirle consejo al respecto, usted tampoco le contestó, y si ahora el león, ante su indiferencia, se pusiera a llorar, usted, ¿qué haría?
1.1.1) Nada
1.1.2) Lo consolaría
1.1.3) Lo insultaría
     Si usted eligió la opción 1.2, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente intención de comérselo/a, usted no le contestó, el león insistió en pedirle consejo al respecto, usted le dijo “Abra la boca. Voy a revisarle la dentadura”, y si ahora el león se negara a obedecer, usted ¿qué haría?
1.2.1) Nada
1.2.2) Le diría: “Tienes que cooperar, Billy”
1.2.3) Trataría de abrirle la boca por la fuerza.
Si usted eligió la opción 1.3, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente intención de comérselo/a, usted no le contestó, el león insistió en pedirle consejo al respecto, usted le hizo notar que su juicio carecería de la imparcialidad necesaria, y si ahora el león le dijera “Escuche: yo necesito un fundamento para comerlo/a y si usted no me lo da entonces recurriré a la clásica ‘ley de la selva”’, usted ¿qué contestaría?
1.3.1) Nada
1.3.2) ”Pero...¿usted no leyó los diarios? Esa ley fue derogada ayer en la sesión de la cámara alta”
1.3.3) ”Por suerte eso no será necesario: ahí viene el guardián del zoológico a traerle su ración diaria de carne.”
Si usted eligió la opción 2.1, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente intención de comérselo/a, usted contestó “Haga como le parezca”, el león se lo comió, usted no hizo nada, y si ahora el felino se echara a dormir una siesta, ¿qué pasaría?
2.1.1) Nada
2.1.2) Cualquier cosa, pero ya no importaría
2.1.3) Triunfaría de todos modos, a la larga, el socialismo.
     Si usted eligió la opción 2.2, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente intención de comérselo/a, usted contestó “Haga como le parezca”, el león se lo comió, usted se dejó digerir, y si ahora usted, así disgregado, pasara a formar parte del león, ¿quién lo lamentaría?
2.2.1) Nadie
2.2.2) Su madre
2.2.3) Cualquiera menos usted, que estaría contento/a de ser parte de algo, feliz de que se le dé participación.
Si usted eligió la opción 2.3, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente intención de comérselo/a, usted contestó “Haga como le parezca”, el león se lo comió, usted organizó una campaña de concientización de las vísceras a favor de su liberación, y si ahora sólo hubiera obtenido el apoyo del intestino, ¿qué haría?
2.3.1) Se ofuscaría.
2.3.2) Utilizaría ese conducto para salir del león.
2.3.3) Continuaría su prédica hasta lograr más adeptos.
Si usted eligió la opción 3.1, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente intención de comérselo/a, usted contestó que siempre se había caracterizado por ser indigesto/a, el león le propuso probar un pedazo y continuar con el resto o no, según el gusto que usted tuviera, usted no reaccionó ante la proposición, y si ahora un tigre, desde la jaula de al lado, le dijera al león “Dejame probar a mí; yo te digo si es rico/a o no”, usted ¿qué haría?
3.1.1) Nada, una vez más
3.1.2) Le diría al león “Tenga en cuenta la posibilidad de que el gusto del tigre no coincida con el suyo, ya que ambos pertenecen a especies diferentes”.
3.1.3) Pensaría “No era sólo el león: parece que en este zoológico todos los animales hablan”.
     Si usted eligió la opción 3.2, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente intención de comérselo/a, usted contestó que siempre se había caracterizado por ser indigesto/a, el león le propuso probar un pedazo y continuar con el resto o no, según el gusto que usted tuviera, usted contestó “Me parece razonable”, y si ahora el león dijera “Es curioso que eso le parezca razonable; aquí hay gato encerrado”, usted, ¿qué haría?
3.2.1) Se pondría a buscar el gato
3.2.2) Diría “Eso es absurdo: cualquier gato pasaría sin dificultad entre esos barrotes”.
3.2.3) Bailaría cha-cha-cha.
     Si usted eligió la opción 3.3, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su incipiente intención de comérselo/a, usted contestó que siempre se había caracterizado por ser indigesto/a, el león le propuso probar un pedazo y continuar con el resto o no, según el gusto que usted tuviera, usted preguntó al león qué pedazo elegiría para la degustación, y si ahora él dijera “El páncreas”, usted ¿cómo reaccionaría?
3.3.1) Pensando “Ah, menos mal. Ese órgano mucho no lo preciso”.
3.3.2) Pensando “Me salvé: una vez me dijeron que mi páncreas sabía mal, así que el león después de probarlo no me va a querer comer”.
3.3.3) Diciéndole al león “¿Está seguro? ¿No prefiere una uña?”.
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39 Poesía de Roberto, 
En las entrañas del verano,
En las entrañas del verano,
como una fibra más clara,
repercute la voz del heladero.

No es la infancia que vuelve.
No es algo de dios que se ha vestido de blanco.
No es una luna en el día.

Es sólo lo posible
que nos demuestra su existencia.
Lo imposible no levanta nunca la voz.
4
El mundo es el segundo término
El mundo es el segundo término
de una metáfora incompleta,
una comparación
cuyo primer elemento se ha perdido.

¿Dónde está lo que era como el mundo?
¿Se fugó de la frase
o lo borramos?

¿O acaso la metáfora
estuvo siempre trunca?

45
El universo se investiga a sí mismo.
El universo se investiga a sí mismo.
Y la vida es la forma
que emplea el universo
para su investigación.
La flecha se da vuelta
y se clava en sí misma.
Y el hombre es la punta de la flecha.
El hombre se clava en el hombre,
pero el blanco de la flecha no es el hombre.

Un laberinto
sólo se encuentra
en otro laberinto.
16
El centro no es un punto.
El centro no es un punto.
Si lo fuera, resultaría fácil acertarlo.
No es ni siquiera la reducción de un punto a su infinito.
El centro es una ausencia,
de punto, de infinito y aun de ausencia
y sólo se acierta con ausencia.
Mírame después que te hayas ido,
aunque yo esté recién cuando me vaya.
Ahora el centro me ha enseñado a no estar,
pero más tarde el centro estará aquí.
17
Detener la palabra
Detener la palabra
un segundo antes del labio,
un segundo antes de la voracidad compartida,
un segundo antes del corazón del otro,
para que haya por lo menos un pájaro
que puede prescindir de todo nido.

El destino es de aire.
Las brújulas señalan uno solo de sus hilos,
pero la ausencia necesita otros
para que las cosas sean
su destino de aire.

La palabra es el único pájaro
que puede ser igual a su ausencia.
7
Cuando se ha puesto una vez el pie del otro lado
Cuando se ha puesto una vez el pie del otro lado
y se puede sin embargo volver,
ya nunca más se pisará como antes
y poco a poco se irá pisando de este lado el otro lado.

Es el aprendizaje
que después no se resigna
a que todo lo demás,
sobre todo el amor,
no haga lo mismo.

El otro lado es el mayor contagio.
Hasta los mismos ojos cambian de color
y adquieren el tono transparente de las fábulas.
92
Competencia del que soy con el que fui
Competencia del que soy con el que fui,
del que va a apagar la lámpara
con el que la ha encendido,
del que desparramaba los colores
con el que los reúne,
del que no se veía en los espejos
con el que se contempla en el humo.

Competencia de mi voz con mi voz,
de las palabras que encontraba
con las palabras que me encuentran,
de los silencios que hablaban por amor
con el amor que dice su silencio,
de la luz de una tarde en cualquier tarde
con la luz exclusiva de esta tarde.

Competencia del que soy y del que fui
con el que seré o no seré mañana,
del que aún marca sus huellas
con el que todavía las borra,
del que empujaba al día
con el que ya ocultamente lo sostiene,
del que viene de ninguna parte
con el que viene de ninguna parte.
  20
Callar puede ser una música
Callar puede ser una música,
una melodía diferente,
que se borda con hilos de ausencia
sobre el revés de un extraño tejido.
La imaginación es la verdadera historia del mundo.
La luz presiona hacia abajo.
La vida se derrama de pronto por un hilo suelto.
Callar puede ser una música
o también el vacío
ya que hablar es taparlo.
O callar puede ser tal vez
la música del vacío.
19
Algunos de nuestros gritos
Algunos de nuestros gritos
se detienen junto a nosotros
y nos miran fijamente
como si quisieran consolarnos de ellos mismos.

Algunas palabras que hemos dicho
regresan y se paran a nuestro lado
como si quisieran convencernos
de que llegaron a alguna otra parte.

Algunos de nuestros silencios
toman la forma de una mujer que nos abraza
como si quisieran secarnos
el sudor de las ternuras solitarias.

Algunas de nuestras miradas
retornan para comprobarse en nosotros
o quizá para permitir que nos miremos desde enfrente
como si quisieran demostrarnos
que lo que nos ocurre
es una copia de lo que no nos ocurre.

Hay momentos y hasta quizá una edad de nuestra imagen
en que todo cuanto sale de ella
vuelve como un espejo a confirmarla
en la propia constancia de sus líneas.

Así se va integrando
nuestro pueblo más secreto.
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Resumen del libro Puro Fútbol de Roberto Fontanarrosa (extraído de literatura futbolera)
     Los últimos salileros: cuenta la historia de un equipo de futbol “los salileros”, los cuales estaban en primera división de argentina donde le jugaban de igual a igual a los grandes como River, Boca o San Lorenzo en su maravilla de cancha, pero que se vieron afectados por los jueces del partido los cuales le arbitraron en contra durante toda su existencia lo que provoco que descendieran a la “b” y después a la “c” de argentina. De ser un club reconocido que llenaba la cancha de banderas del color del club pasaron a un equipo pobre con una mini barra sin cancha ni nada.

El pichón de Cristo: este cuento trata sobre un equipo que a días de enfrentar al campeón independiente de Bigand, se les lesiona el portero “Pacu”, el mejor portero de la liga y el único que tenía el equipo. Desesperados buscaron a un reemplazante, a uno de ellos se les ocurrió llevar al “pichón de Cristo”, un arquero flaquísimo de cuerpo entero que según ellos no taparía nada pero que llevarían ya que no tienen otro. Llega el día del partido y su equipo jugo horrible, independiente era muy superior e iría ganando si no fuera por el pichón que tapaba absolutamente todo. En fin termino el partido y en camarines todos felicitaban al flaco, pero el narrador se quedó más tiempo y por casualidad se encontró con el flaco que todavía no se iba y le vio en la mano una herida al igual que al costado del pecho le pregunto por esto y él dijo que había sido en el partido. En fin a los días siguientes lo andaban buscando para que firmase por el club pero desapareció y nunca más supieron de él.
La pena máxima: cuenta la historia de un pibe que le toca la decisión de tirar un penal, pero él no quiere porque piensa que lo va a errar, entonces piensa que el mono no lo puede tirar porque contra Chacarita, la fecha pasada, se le fue. Al final tiene que tirarlo él, quien todo el tiempo pensaba que lo iba a errar, lo patea y gol.
Betito: cuenta la historia de un hincha el Betito que durante un partido cobran un penal entonces la barra se vuelve loca queriendo matar al árbitro entonces los carabineros para calmarlos tiran bomba lacrimógenas y justo una de ellas le explota en la cara y lo deja ciego.
Wilmar Everton Cardaña, número 5 de Peñarol: relata la historia de un contención el cual era muy aguerrido en el juego paraba a los delanteros o jugadores del equipo contrario con mucha fuerza y la mayoría de las veces desmedida que dejo muchos jugadores lesionados en su carrera. Un día antes del partido ante nacional le llega una carta de un niño que está internado en un hospital y que le pide que por favor le regale el balón del encuentro. Con esta carta sale la parte más sensible del jugador y comienza a llorar. Al otro día juegan el partido el cual lo pierden, pero el capitán Wilmar después del partido va entregar el regalo al niño que le envío la carta. Wilmar va con todo el equipo a entregarle el balón del partido firmado por todos los jugadores del plantel, y cuando entran a su pieza el niño recibe el balón pero en vez de agradecerles lo recrimina por haber perdido el encuentro, entonces el capitán se enoja y le tira una patada voladora al pecho quebrándole 4 costillas y se va muy triste con los otros jugadores de Peñarol.
19 de diciembre de 1971: relata la historia de un clásico entre leprosos y canallas el cual como cualquier clásico se quiere ganar. Pero para ganarlo necesitan la cábala al viejo Casale que con él nunca habían perdido, pero para mala suerte él se enferma i estaba hospitalizado por un infarto el cual no le permitía recibir impresiones muy grandes como lo sería un clásico. Pero idearon un plan y lograron llevarlo al estadio a hinchar al equipo de sus amores los canallas. En fin ganan los canallas y la felicidad de Casale era tan grande que cayó al suelo seco con una cara de felicidad. Fue así que murió el viejo Casale en la barra celebrando la victoria de su equipo. El gol fue hecho por Pedro Poy de palomita al último minuto, que con eso se transformó en ídolo y cada 19 de diciembre se celebra haberle ganado a los leprosos.
Lo que se dice un ídolo: cuenta la historia de Pedrito un jugadorazo y muy caballero que si le pegaban el no respondía, nunca tuvo una tarjeta roja ni amarilla. También era muy lógico para pensar si se enfrentaba a boca se daba por perdedor porque sabía que tenían mejor plantel que el de él. Eso era lo que según el negro no le permitía ser ídolo que no se defendía y no tenía mentalidad ganadora antes de los partidos. Era un jugador esplendido y es por esto que lo involucraron con muchas mujeres siendo que el ya tenía una relación desde la infancia, fue tanto el revuelo que casi su esposa termina con él. Ya toda la gente sabía de eso y cuando jugaba un partido contra Vélez un defensa central le dice “¡Qué mierda te vas a voltear vos a esa mina, si vos en tu vida te volteaste ninguna!”, “ya que sos tan macho anímate a entrar al área que te voy a romper la gamba en cuatro pedazos”. Esto provoco como nunca una calentura de Pedro que le pego un combo en la jeta que lo dejo loco por media hora, lo que provoco su expulsión y aunque estaban en la cancha de Vélez nadie le grito nada a Pedro. Le dieron pocas fechas de castigo y volvió en un partido contra los leprosos en donde como nunca fue ovacionado y desde ese momento empezó a transformarse en ídolo.
Memorias de un wing derecho: Cuenta la historia de un wing derecho el cual era un fenómeno era una maquina en su posición, sacaba centros, le pegaba al arco cuando veía la más mínima oportunidad o se la cedía al 9. Así ya había hecho 6800 goles en su carrera y el 9 de su equipo por lo menos unos 12000 y la mayoría cedidos por él. Él recuerda un partido memorable, un clásico Boca-River, el cual ganaron y el hizo 3 goles. Pero el recuerda un gol en el cual él la agarra encara al defensa pero lo marcaban muy bien, cuando escucha a su compañero, engancha a la derecha y entrega hacia el centro de la cancha y su compañero en velocidad remata esa pelota y golazo.
La observación de los pájaros: cuenta que en un clásico en un domingo en que las calles están vacías, y el escucha el partido por radio que obviamente en algo más que sufrible. Entonces empieza el partido y en el primer tiempo que dan perdiendo, por lo que apaga la radio y sale a dar un paseo y piensa en lo que genera un clásico en las personas. Termina el partido según lo que él pensó, por lo que se da de perdedor y sale un niño de su casa con la camiseta de central y sale diciendo aguante central, entonces le pregunto cómo salió el partido al niño y él le responde que central empato sobre la hora y que empataron. Entonces la paz invadió su cuerpo la tranquilidad de que no va a haber burlas en su contra ni nada.
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¿Qué es un Limerick?
Limerick: son poemas cortos, generalmente chistosos, con una estructura específica. Los limericks tienen una forma estándar de cinco líneas y un esquema de rima de aabba. ¿Qué quiere decir esto? Que el primer verso (el primer “renglón”), rima con el segundo y con el quinto, mientras que el tercero y el cuarto riman entre sí. El origen de los limericks es en inglés:
The first law of Newton I sing
My voice has a relevant ring:
“An object left free
Of hassles will be
Engrossed in just doing its thing.”
(Edward H. Green)
There was a young student called Fred,
Who was questioned on Descartes and said:
” It’s perfectly clear
That I’m not reallly here,
for I haven’t a thought in my head “
(V.R.Ormerod) 
Además, la estructura tiene que ser de esta manera:
Primer verso – Define al protagonista
Segundo verso- Indica sus características
Tercero y Cuarto versos- Se realiza un predicado, se cuenta algo sobre el personaje.
Quinto verso- Termina con un epíteto (adjetivo) extravagante (raro, extraño, sorprendente), y repite el nombre del primer verso, o puede repetir casi igualito el primer verso.
Para que tenga gracia, el Limerick presenta siempre alguna hazaña o característica desopilante (chistosa, graciosa) de un personaje.
Pueblito
Son famosos los limericks de Edward Lear. Acá va uno de “Il libro del nonseso” de este autor:
Era un viejo de colina
de naturaleza fútil y cansina
sentado sobre una roca
cantaba coplas para una oca,
aquel didáctico viejo de colina.
Acá va otro:

A un señor de nombre Filiberto,
le gustaba ir siempre al café concierto
y al dulce sonido de tazas y cucharones
comía trompetas, clarines y trombones
aquel musicófilo señor Filiberto

 Esta es una serie de limeriks de María Elena Walsh, del libro Zoo Loco
 Una vaca que come con cuchara
y que tiene un reloj en vez de cara,
que vuela y habla inglés,
sin duda alguna es
una vaca rarísima, muy rara.
 dibujo-de-gato-gatito-para-colorear
Un gato concertista toca Liszt,
una lechuza va y le dice: -Chist,
me aburres por demás,
cambia ya de compás
que tengo ganas de bailar el twist.

Si cualquier día vemos una Foca
que junta margaritas con la boca,
que fuma y habla sola
y escribe con la cola,
llamemos al doctor: la Foca es loca.
 gallo_gallinaUn Gallo a una Gallina preguntó:
¿Cocorocó? ¿Cocorocó cocó?
la Gallina, indecisa,
primero le dio risa,
pero después le contestó que no.

Parece que en Japón había un Mono,
Que dormía la siesta con kimono.
- Que cosa rara es
- decía un Japonés
- ver a un Mono en kimono haciendo nono.

Paloma, Palomita de la Puna, paloma-de-la-paz
mira que no te roben tu fortuna,
esa que con descuido
olvidas en el nido:
un rayito de sol y otro de luna.
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El vestido de terciopelo
Por Silvina Ocampo
Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardín, de la calle Ayacucho. ¡Qué risa!
Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada, porque no quería salir, pues mi vestido estaba sucio y pensaba dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha de mi camita. Tocamos el timbre, nos abrieron la puerta y entramos. Casilda y yo, en la casa, con el paquete. Casilda es modista. Vivimos en Burzaco y nuestros viajes a la capital la enferman, sobre todo cuando tenemos que ir al barrio norte, que queda tan a trasmano. De inmediato Casilda pidió un vaso de agua a la sirvienta para tomar la aspirina que llevaba en el monedero. La aspirina cayó al suelo con vaso y monedero. ¡Qué risa!
Subimos una escalera alfombrada (olía a naftalina), precedidas por la sirvienta, que nos hizo pasar al dormitorio de la señora Cornelia Catalpina, cuyo nombre fue un martirio para mi memoria. El dormitorio era todo rojo, con cortinajes blancos y había espejos con marcos dorados. Durante un siglo esperamos que la señora llegara del cuarto contiguo, donde la oíamos hacer gárgaras y discutir con voces diferentes. Entró su perfume y después de unos instantes, ella con otro perfume. Quejándose, nos saludó:
–¡Qué suerte tienen ustedes de vivir en las afueras de Buenos Aires! Allí no hay hollín, por lo menos. Habrá perros rabiosos y quema de basuras... Miren la colcha de mi cama. ¿Ustedes creen que es gris? No. Es blanca. Un campo de nieve –me tomó del mentón y agregó–: No te preocupan estas cosas. ¡Qué edad feliz! Ocho años tienes, ¿verdad? –y dirigiéndose a Casilda, agregó–: ¿Por qué no le coloca una piedra sobre la cabeza para que no crezca? De la edad de nuestros hijos depende nuestra juventud.
Todo el mundo creía que mi amiga Casilda era mi mamá. ¡Qué risa!
–Señora, ¿quiere probarse? –dijo Casilda, abriendo el paquete que estaba prendido con alfileres. Me ordenó: –Alcanza de mi cartera los alfileres.
–¡Probarse! ¡Es mi tortura! ¡Si alguien se probara los vestidos por mí, qué feliz sería! Me cansa tanto.
La señora se desvistió y Casilda trató de ponerle el vestido de terciopelo.
–¿Para cuándo el viaje, señora? –le dijo para distraerla.
La señora no podía contestar. El vestido no pasaba por sus hombros: algo lo detenía en el cuello. ¡Qué risa!
–El terciopelo se pega mucho, señora, y hoy hace calor. Pongámosle un poquito de talco.
–Sáquemelo, que me asfixio –exclamó la señora.
Casilda le quitó el vestido y la señora se sentó sobre el sillón, a punto de desvanecerse.
–¿Para cuándo será el viaje, señora? –volvió a preguntar Casilda para distraerla.
–Me iré en cualquier momento. Hoy día, con los aviones, uno se va cuando quiere. El vestido tendrá que estar listo. Pensar que allí hay nieve. Todo es blanco, limpio y brillante.
–Se va a París, ¿no?
–Iré también a Italia.
–¿Vuelve a probarse el vestido, señora? En seguida terminamos.
La señora asintió dando un suspiro.
–Levante los dos brazos para que pasemos primero las dos mangas –dijo Casilda, tomando el vestido y poniéndoselo de nuevo.
Durante algunos segundos Casilda trató inútilmente de bajar la falda, para que resbalara sobre las caderas de la señora. Yo la ayudaba lo mejor que podía. Finalmente consiguió ponerle el vestido. Durante unos instantes la señora descansó extenuada, sobre el sillón; luego se puso de pie para mirarse en el espejo. ¡El vestido era precioso y complicado! Un dragón bordado de lentejuelas negras brillaba sobre el lado izquierdo de la bata. Casilda se arrodilló, mirándola en el espejo, y le redondeó el ruedo de la falda. Luego se puso de pie y comenzó a colocar alfileres en los dobleces de la bata, en el cuello, en las mangas. Yo tocaba el terciopelo: era áspero cuando pasaba la mano para un lado y suave cuando la pasaba para el otro. El contacto de la felpa hacía rechinar mis dientes. Los alfileres caían sobre el piso de madera y yo los recogía religiosamente uno por uno. ¡Qué risa!
–¡Qué vestido! Creo que no hay otro modelo tan precioso en todo Buenos Aires –dijo Casilda, dejando caer un alfiler que tenía entre sus dientes–-. ¿No le agrada, señora?
–Muchísimo. El terciopelo es el género que más me gusta. Los géneros son como las flores: uno tiene sus preferencias. Yo comparo el terciopelo a los nardos.
–¿Le gusta el nardo? Es tan triste –protestó Casilda.
–El nardo es mi flor preferida, y sin embargo me hace daño. Cuando aspiro su olor me descompongo. El terciopelo hace rechinar mis dientes, me eriza, como me erizaban los guantes de hilo en la infancia y, sin embargo, para mí no hay en el mundo otro género comparable. Sentir su suavidad en mi mano me atrae aunque a veces me repugne. ¡Qué mujer está mejor vestida que aquella que se viste de terciopelo negro! Ni un cuello de puntilla le hace falta, ni un collar de perlas; todo estaría de más. El terciopelo se basta a sí mismo. Es suntuoso y es sobrio.
Cuando terminó de hablar, la señora respiraba con dificultad. El dragón también. Casilda tomó un diario que estaba sobre una mesa y la abanicó, pero la señora la detuvo, pidiéndole que no le echara aire, porque el aire le hacía mal. ¡Qué risa!
En la calle oí gritos de los vendedores ambulantes. ¿Qué vendían? ¿Frutas, helados, tal vez? El silbato del afilador y el tilín del barquillero recorrían también la calle. No corrí a la ventana, para curiosear, como otras veces. No me cansaba de contemplar las pruebas de este vestido con un dragón de lentejuelas. La señora volvió a ponerse de pie y se detuvo de nuevo frente al espejo tambaleando. El dragón de lentejuelas también tambaleó. El vestido ya no tenía casi ningún defecto, sólo un imperceptible frunce debajo de los dos brazos. Casilda volvió a tomar los alfileres para colocarlos peligrosamente en aquellas arrugas de género sobrenatural, que sobraban.
–Cuando seas grande –me dijo la señora– te gustará llevar un vestido de terciopelo, ¿no es cierto?
–Sí –respondí, y sentí que el terciopelo de ese vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas. ¡Qué risa!
–Ahora me quitaré el vestido –dijo la señora.
Casilda la ayudó a quitárselo tomándolo del ruedo de la falda con las dos manos. Forcejeó inútilmente durante algunos segundos, hasta que volvió a acomodarle el vestido.
–Tendré que dormir con él –dijo la señora, frente al espejo, mirando su rostro pálido y el dragón que temblaba sobre los latidos de su corazón–. Es maravilloso el terciopelo, pero pesa –llevó la mano a la frente–. Es una cárcel. ¿Cómo salir? Deberían hacerse vestidos de telas inmateriales como el aire, la luz o el agua.
–Yo le aconsejé la seda natural –protestó Casilda.
La señora cayó al suelo y el dragón se retorció. Casilda se inclinó sobre su cuerpo hasta que el dragón quedó inmóvil. Acaricié de nuevo el terciopelo que parecía un animal. Casilda dijo melancólicamente:
–Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer este vestido! ¡Me costó tanto, tanto!
–¡Qué risa!
(de La furia, 1959)
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Obras, cuentos, historias escritas por Julio Cortázar
Palabras: Julio Cortázar: “Los cuentos son criaturas vivas y respiran”.

Por Julio Cortázar en Material Plástico
            Un señor toma el tranvía después de comprar el diario y ponérselo bajo el brazo. Media hora más tarde desciende con el mismo diario bajo el mismo brazo. Pero ya no es el mismo diario, ahora es un montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de plaza.
            Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que un muchacho lo ve, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego se lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven los diarios después de estas excitantes metamorfosis.
Progreso y Retroceso
    Inventaron un cristal que dejaba pasar las moscas. La mosca venía empujaba un poco con la cabeza y, pop, ya estaba del otro lado. Alegría enormísima de la mosca.
    Todo lo arruinó un sabio húngaro al descubrir que la mosca podía entrar pero no salir, o viceversa a causa de no se sabe que macana en la flexibilidad de las fibras de este cristal, que era muy fibroso. En seguida inventaron el cazamoscas con un terrón de azúcar dentro, y muchas moscas morían desesperadas. Así acabó toda posible confraternidad con estos animales dignos de mejor suerte.
Maravillosas ocupaciones
    Qué maravillosa ocupación cortarle la pata a una araña, ponerla en un sobre, escribir Señor Ministro de Relaciones Exteriores, agregar la dirección, bajar a saltos la escalera, despachar la carta en el correo de la esquina. Qué maravillosa ocupación ir andando por el bulevar Arago contando los árboles, y cada cinco castaños detenerse un momento sobre un solo pie y esperar que alguien mire, y entonces soltar un grito seco y breve, girar como una peonza, con los brazos bien abiertos, idéntico al ave cakuy que se duele en los árboles del norte argentino. Qué maravillosa ocupación entrar en un café y pedir azúcar, otra vez azúcar, tres o cuatro veces azúcar, e ir formando un montón en el centro de la mesa, mientras crece la ira en los mostradores y debajo de los delantales blancos, y exactamente en medio del montón de azúcar escupir suavemente, y seguir el descenso del pequeño glaciar de saliva, oír el ruido de piedras rotas que lo acompaña y que nace en las gargantas contraídas de cinco parroquianos y del patrón, hombre honesto a sus horas. Qué maravillosa ocupación tomar el ómnibus, bajarse delante del Ministerio, abrirse paso a golpes de sobres con sellos, dejar atrás al último secretario y entrar, firme y serio, en el gran despacho de espejos, exactamente en el momento en que un ujier vestido de azul entrega al Ministro una carta, y verlo abrir el sobre con una plegadera de origen histórico, meter dos dedos delicados y retirar la pata de araña, quedarse mirándola, y entonces imitar el zumbido de una mosca y ver cómo el Ministro palidece, quiere tirar la pata pero no puede, está atrapado por la pata, y darle la espalda y salir, silbando, anunciando en los pasillos la renuncia del Ministro, y saber que al día siguiente entrarán las tropas enemigas y todo se irá al diablo y será un jueves de un mes impar de un año bisiesto.

Te amo por cejas, por cabello, te dabato en corredores blanquísimos donde se juegan las fuentes de la luz,
Te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza de cicatriz
voy poniéndote en el pelo cenizas de relámapago y cintas que dormían en la lluvia
No quiero que tengas una forma, que seas precisamente lo que viene detrás de tu mano,
porque el agua, considera el agua, y los leones cuando se disuelven en el azúcar de la fébula,
y los gestos, esa arquitectura de la nada,
encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro.
Todo mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo.
pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa.
Busco tu suma, el borde de la copa donde le vino es también la luna y el espejo,
busco esa línea que hace temblar a un hombre en una
galería de museo.
Además te quiero, y hace tiempo y frío.
Pérdida y recuperación del pelo
Para luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles, mi primo el mayor propugna el procedimiento de sacarse un buen pelo de la cabeza, hacerle un nudo en el medio y dejarlo caer suavemente por el agujero del lavabo. Si este pelo se engancha en la rejilla que suele cundir en dichos agujeros, bastará abrir un poco la canilla para que se pierda de vista.
Sin malgastar un instante, hay que iniciar la tarea de recuperación del pelo. La primera operación se reduce a desmontar el sifón del lavabo para ver si el pelo se ha enganchado en alguna de las rugosidades del caño. Si no se lo encuentra, hay que poner en descubierto el tramo de caño que va del sifón a la cañería de desagüe principal. Es seguro que en esta parte aparecerán muchos pelos, y habrá que contar con la ayuda del resto de la familia para examinarlos uno a uno en busca del nudo. Si no aparece, se planteará el interesante problema de romper la cañería hasta la planta baja, pero esto significa un esfuerzo mayor, pues durante ocho o diez años habrá que trabajar en algún ministerio o casa de comercio para reunir el dinero que permita comprar los cuatro departamentos situados debajo del de mi primo el mayor, todo ello con la desventaja extraordinaria de que mientras se trabaja durante esos ocho o diez años no se podrá evitar la penosa sensación de que el pelo ya no está en la cañería y que sólo por una remota casualidad permanece enganchado en alguna saliente herrumbrada del caño.
Llegará el día en que podamos romper los caños de todos los departamentos, y durante meses viviremos rodeados de palanganas y otros recipientes llenos de pelos mojados, así como de asistentes y mendigos a los que pagaremos generosamente para que busquen, separen, clasifiquen y nos traigan los pelos posibles a fin de alcanzar la deseada certidumbre. Si el pelo no aparece, entraremos en una etapa mucho más vaga y complicada, porque el tramo siguiente nos lleva a las cloacas mayores de la ciudad. Luego de comprar un traje especial, aprenderemos a deslizarnos por las alcantarillas a altas horas de la noche, armados de una linterna poderosa y una máscara de oxígeno, y exploraremos las galerías menores y mayores, ayudados si es posible por individuos del hampa, con quienes habremos trabado relación y a los que tendremos que dar gran parte del dinero que de día ganamos en un ministerio o una casa de comercio.
Con mucha frecuencia tendremos la impresión de haber llegado al término de la tarea, porque encontraremos pelo (o nos traerán) pelos semejantes al que buscamos; pero como no se sabe de ningún caso en que un pelo tenga un nudo en el medio sin intervención de mano humana, acabaremos casi siempre por comprobar que el nudo en cuestión es un simple engrosamiento del calibre del pelo (aunque tampoco sabemos de ningún caso parecido) o un depósito de algún silicato u óxido cualquiera producido por una larga permanencia en una superficie húmeda. Es probable que avancemos así por diversos tramos de cañerías menores y mayores, hasta llegar a ese sitio donde ya nadie se decidirá a penetrar: el caño maestro enfilado en dirección al río, la reunión torrentosa de los detritos en la que ningún dinero, ninguna barca, ningún soborno nos permitirán continuar la búsqueda.
Pero antes de eso, y quizá mucho antes, por ejemplo a pocos centímetros de la boca del lavabo, a la altura del departamento del segundo piso, o en la primera cañería subterránea, puede suceder que encontremos el pelo. Basta pensar en la alegría que eso nos producirá, en el asombrado cálculo de los esfuerzos ahorrados por pura buena suerte, para escoger, para exigir prácticamente una tarea semejante, que todo maestro consciente debería aconsejar a sus alumnos desde la más tierna infancia, en vez de secarles el alma con la regla de tres compuesta o las tristezas de Cancha Rayada.

Parte de Historias de Cronopios y de Famas, 1962.
 Esta ternura
Esta ternura y estas manos libres,
¿a quién darlas bajo el viento? Tanto arroz
para la zorra, y en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.
Hicimos pan tan blanco
para bocas ya muertas que aceptaban
solamente una luna de colmillo, el té
frío de la vela la alba.
Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie? e
para traerte un pescadito rojo
bajo la rabia de gendarmes y niñeras.
De la Simetría Interplanetaria
This is very disgusting.
Donald Duck
Apenas desembarcado en el planeta Faros, me llevaron los farenses a conocer el ambiente físco, fitogeográfico, zoogeográfico, político-económico y nocturno de su ciudad capital que ellos llaman 956.
Los farenses son lo que aquí denominaríamos insectos; tienen altísimas patas de araña (suponiendo una araña verde, con pelos rígidos y excrecencias brillantes de donde nace un sonido continuado, semejante al de una flauta y que, musicalmente conducido, constituye su lenguaje); de sus ojos, manera de vestirse, sistemas políticos y procederes eróticos hablaré alguna otra vez. Creo que me querían mucho; les expliqué, mediante gestos universales, mi deseo de aprender su historia y costumbres; fui acogido con innegable simpatía.
Estuve tres semanas en 956; me bastó para descubrir que los farenses eran cultos, amaban las puestas de sol y los problemas de ingenio. Me faltaba conocer su religión, para lo cual solicité datos con los pocos vocablos que poseía -pronunciándolos a través de un silbato de hueso que fabriqué diestramente-. Me explicaron que profesaban el monoteísmo, que el sacerdocio no estaba aún del todo desprestigiado y que la ley moral les mandaba ser pasablemente buenos. El problema actual parecía consistir en Illi. Descubrí que Illi era un farense con pretensiones de acendrar la fe en los sistemas vasculares ("crazones" no sería morfológicamente exacto) y que estaba en camino de conseguirlo.
Me llevaron a un banquete que los distinguidos de 956 le ofrecieron a Ili. Encontré al heresiarca en lo alto de la pirámide (mesa, en Faros) comiendo y predicando. Lo escuchaban con atención, parecían adorarlo, mientras Illi hablaba y hablaba.
Yo no conseguía entender sino pocas palabras. A través de ellas me formé una alta idea de Illi. Repentinamente creí estar viviendo un anacronismo, haber retrocedido a las épocas terrestres en que se gestaban las religiones definitivas. Me acordé del Rabbi Jesús. También el Rabbi Jesús hablaba, comía y hablaba, mientras los demás lo escuchaban con atención y parecían adorarlo.
Pensé: "¿Y si éste fuera también Jesús? No es novedad la hipótesis de que bien podría el Hijo de Dios pasearse por los planetas convirtiendo a los universales. ¿Por qué iba a dedicarse con exclusiviad a la tierra? Ya no estamos en la era geocéntrica; concedámosle el derecho a cumplir su dura misión en todas partes."
Illi seguía adoctrinando a los comensales. Más y más me pareció que aquel farense podía ser Jesús. "Qué tremenda tarea", pensé. "Y monótona, además. Lo que falta saber es si los seres reaccionan igualmente en todos lados. ¿Lo crucificarían en Marte, en Júpiter, en Plutón...?" Hombre de la Tierra, sentí nacerme una vergüenza retrospectiva. El Calvario era un estigma coterráneo, pero también una definición. Probablemente habíamos sido los únicos capaces de una villanía semejante ¡Clavar en un madero al hijo de Dios...!
Los farenses, para mi completa confusión, aumentaban las muestras de su cariño; prosternados (no intentaré describir el aspecto que tenían) adoraban al maestro. De pronto, me pareció que Illi levantaba todas las patas a la vez (y las patas de un farense son diecisiete). Se crispó en el aire y cayó de golpe sobre la punta de la pirámide (la mesa). Instantáneamente quedó negro y callado; pregunté, y me dijeron que estaba muerto. Parece que le habían puesto veneno en la comida.
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oidos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. La luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

 Che
Yo tuve un hermano.
No nos vimos nunca pero
no importaba.

Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo,
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.

No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.
octubre de 1967
Un tal Lucas
Julio Cortázar
Lucas, su patriotismo
    De mi pasaporte me gustan las páginas de las renovaciones y los sellos de visados redondos / triangulares / verdes / cuadrados / negros / ovalados / rojos; de mi imagen de Buenos Aires el transbordador sobre el Riachuelo, la plaza Irlanda, los jardines de Agronomía, algunos cafés que acaso ya no están, una cama en un departamento de Maipú casi esquina Córdoba, el olor y el silencio del puerto a medianoche en verano, los arboles de la plaza Lavalle.
      Del país me queda un olor de acequias mendocinas, los álamos de Uspallata, el violeta profundo del cerro de Velasco en La Rioja, las estrellas chaqueñas en Pampa de Guanacos yendo de Salta a Misiones en un tren del año cuarenta y dos, un caballo que monte en Saladillo, el sabor del Cinzano con ginebra Gordon en el Boston de Florida, el olor ligeramente alérgico de las plateas del Colón, el superpullman del Luna Park con Carlos Beulchi y Mario Díaz, algunas lecherías de la madrugada, la fealdad de la Plaza Once, la lecture de Sur en los años dulcemente ingenuos, las ediciones a cincuenta centavos de Claridad, con Roberto Arlt y Castelnuovo, y también algunos patios, claro, y sombras que me callo, y muertos.
Lucas, sus meditaciones ecológicas
       En esta época de retorno desmelenado y turístico a la Naturaleza, en que los ciudadanos miran la vida de campo como Rousseau miraba al buen salvaje, me solidarizo más que nunca con: a) Max Jacob, que en respuesta a una invitación para pasar el fin de semana en el campo, dijo entre estupefacto y aterrado: << ¿El campo, ese lugar donde los pollos se pasean crudos?>>; b) el doctor Jonson, que en mitad de una excursión al parque de Greenwich, expreso enérgicamente su preferencia por Fleet Street; c) Baudelaire, que llevo el amor de lo artificial hasta la noción misma de paraíso.
      Un paisaje, un paseo por el bosque, un chapuzón en una cascada, un camino entre las rocas, solo pueden colmarnos estéticamente si tenemos asegurado el retorno a casa o al hotel, la ducha lustral, la cena y el vino, la charla de sobremesa, el libro o los papeles, el erotismo que todo lo resume y lo recomienza.           Desconfío de los admiradores de la naturaleza que cada tanto se bajan del auto para contemplar el panorama y dar cinco o seis saltos entre las peñas; en cuanto a los otros, esos boyss-scouts vitalicios que suelen errabundear bajo enormes mochilas y barbas desaforadas, sus reacciones son sobre todo monosilábicas o exclamatorias; todo parece consistir en quedarse una y otra vez como estúpidos delante de una colina o una puesta de sol que son las cosas más repetidas imaginables.
       Los civilizados mienten cuando caen en el deliquio bucólico; si les falta el scotch on the rocks a las siete y media de la tarde, maldecirán el minuto en que abandonaron su casa para venir a padecer tábanos, insolaciones y espinas; en cuanto a los más próximos a la naturaleza, son tan estúpidos como ella. Un libro, una comedia, una sonata, no necesitan regreso ni ducha; es allí donde nos alcanzamos por todo lo alto, donde somos lo más que podemos ser. Lo que busca el intelectual o el artista que se refugia en la campaña es tranquilidad, lechuga fresca y aire oxigenado; con la naturaleza rodeándolo por todos lados, él lee o pinta o escribe en la perfecta luz de una habitación bien orientada; si sale de paseo o se asoma a mirar los animales o las nubes, es porque se ha fatigado de su trabajo o de su ocio. No se fíe, che, de la contemplación absorta de un tulipán cuando el contemplador es un intelectual. Lo que hay allí es tulipán + distracción, o tulipán + meditación (casi nunca sobre el tulipán). Nunca encontrará un escenario natural que resista más de cinco minutos a una contemplación ahincada, y en cambio sentirá abolirse el tiempo en la lectura de Teócrito o de Keats, sobre todo, en los pasajes donde aparecen escenarios naturales. Sí, Max Jacob tenía razón: los pollos, cocidos.
Lucas, sus estudios sobre la sociedad de consumo
      Como el progreso no conoce límites, en España se venden paquetes que contienen treinta y dos cajas de fósforos (léase cerillas) cada una de las cuales reproduce vistosamente una pieza de un juego completo de ajedrez: Velozmente un señor astuto ha lanzado a la venta un juego de ajedrez cuyas treinta y dos piezas pueden servir como tazas de café; casi de inmediato el Bazar Dos Mundos ha producido tazas de café que permiten a las señoras más bien blandengues una gran variedad de corpiños lo suficientemente rígidos, tras de lo cual Ives St. Laurent acaba de suscitar un corpiño que permite servir dos huevos pasados por agua de una manera sumamente sugestiva. Lástima que hasta ahora nadie ha encontrado una aplicación diferente a los huevos pasados por agua, cosa que desalienta a los que los comen entre grandes suspiros; así se cortan ciertas cadenas de la felicidad que se quedan solamente en cadenas y bien catas dicho sea de paso.
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Causa y sinrazón de los celos
Roberto Arlt
Hay buenos muchachitos, con metejones de primera agua, que le amargan la vida a sus respectivas novias promoviendo tempestades de celos, que son realmente tormentas en vasos de agua, con lluvias de lágrimas y truenos de recriminaciones.
Generalmente las mujeres son menos celosas que los hombres. Y si son inteligentes, aun cuando sean celosas, se cuidan muy bien de descubrir tal sentimiento, porque saben que la exposición de semejante debilidad las entrega atadas de pies y manos al fulano que les sorbió el seso. De cualquier manera; el sentimiento de los celos es digno de estudio, no por los disgustos que provoca, sino por lo que revela en cuanto a psicología individual.
Puede establecerse esta regla:
Cuanto menos mujeres ha tratado un individuo, más celoso es.
La novedad del sentimiento amoroso conturba, casi asusta, y trastorna la vida de un individuo poco acostumbrado a tales descargas y cargas de emoción. La mujer llega a constituir para este sujeto un fenómeno divino, exclusivo. Se imagina que la suma de felicidad que ella suscita en él, puede proporcionársela a otro hombre; y entonces Fulano se toma la cabeza, espantado al pensar que toda "su" felicidad, está depositada en esa mujer, igual que en un banco. Ahora bien, en tiempos de crisis, ustedes saben perfectamente que los señores y señoras que tienen depósitos en instituciones bancarias, se precipitan a retirar sus depósitos, poseídos de la locura del pánico. Algo igual ocurre en el celoso. Con la diferencia que él piensa que si su "banco" quiebra, no podrá depositar su felicidad ya en ninguna parte. Siempre ocurre esta catástrofe mental con los pequeños financieros sin cancha y los pequeños enamorados sin experiencia.
Frecuentemente, también, el hombre es celoso de la mujer cuyo mecanismo psicológico no conoce. Ahora bien: para conocer el mecanismo psicológico de la mujer, hay que tratar a muchas, y no elegir precisamente a las ingenuas para enamorarse, sino a las "vivas", las astutas y las desvergonzadas, porque ellas son fuente de enseñanzas maravillosas para un hombre sin experiencia, y le enseñan (involuntariamente, por supuesto) los mil resortes y engranajes de que "puede" componerse el alma femenina. (Conste que digo "de que puede componerse", no de que se compone.)
Los pequeños enamorados, como los pequeños financistas, tienen en su capital de amor una sensibilidad tan prodigiosa, que hay mujeres que se desesperan de encontrarse frente a un hombre a quien quieren, pero que les atormenta la vida con sus estupideces infundadas.
Los celos constituyen un sentimiento inferior, bajuno. El hombre, cela casi siempre a la mujer que no conoce, que no ha estudiado, y que casi siempre es superior intelectualmente a él. En síntesis, el celo es la envidia al revés.
Lo más grave en la demostración de los celos es que el individuo, involuntariamente, se pone a merced de la mujer. La mujer en ese caso, puede hacer de él lo que se le antoja. Lo maneja a su voluntad. El celo (miedo de que ella lo abandone o prefiera a otro) pone de manifiesto la débil naturaleza del celoso, su pasión extrema, y su falta de discernimiento. Y un hombre inteligente, jamás le demuestra celos a una mujer, ni cuando es celoso. Se guarda prudentemente sus sentimientos; y ese acto de voluntad repetido continuamente en las relaciones con el ser que ama, termina por colocarle en un plano superior al de ella, hasta que al llegar a determinado punto de control interior, el individuo "llega a saber que puede prescindir de esa mujer el día que ella no proceda con él como es debido".
A su vez la mujer, que es sagaz e intuitiva, termina por darse cuenta de que con una naturaleza tan sólidamente plantada no se puede jugar, y entonces las relaciones entre ambos sexos se desarrollan con una normalidad que raras veces deja algo que desear, o terminan para mejor tranquilidad de ambos.
Claro está que para saber ocultar diestramente los sentimientos subterráneos que nos sacuden, es menester un entrenamiento largo, una educación de práctica de la voluntad. Esta educación "práctica de la voluntad" es frecuentísima entre las mujeres. Todos los días nos encontramos con muchachas que han educado su voluntad y sus intereses de tal manera que envejecen a la espera de marido, en celibato rigurosamente mantenido. Se dicen: "Algún día llegará". Y en algunos casos llega, efectivamente, el individuo que se las llevará contento y bailando para el Registro Civil, que debía denominarse "Registro de la Propiedad Femenina".
Sólo las mujeres muy ignorantes y muy brutas son celosas. El resto, clase media, superior, por excepción alberga semejante sentimiento. Durante el noviazgo muchas mujeres aparentan ser celosas; algunas también lo son, efectivamente. Pero en aquellas que aparentan celos, descubrimos que el celo es un sentimiento cuya finalidad es demostrar amor intenso inexistente, hacia un_ bobalicón que sólo cree en el amor cuando el amor va acompañado de celos. Ciertamente, hay individuos que no creen en el afecto, si el cariño no va acompañado de comedietas vulgares, como son, en realidad, las que constituyen los celos, pues jamás resuelven nada serio.
Las señoras casadas, al cabo de media docena de años de matrimonio (algunas antes), pierden por completo los celos. Algunas, cuando barruntan que los esposos tienen aventurillas de géneros dudosos, dicen, en círculos de amigas:
–Los hombres son como los chicos grandes. Hay que dejar que se distraigan. También una no los va a tener todo el día pegados a las faldas...
Y los "chicos grandes" se divierten. Más aún, se olvidan de que un día fueron celosos...
Pero este es tema para otra oportunidad.
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¿Quiere ser usted diputado?
Roberto Arlt
Si usted quiere ser diputado, no hable a favor de las remolachas, del petróleo, del trigo, del impuesto a la renta; no hable de fidelidad a la Constitución, al país; no hable de defensa del obrero, del empleado y del niño. No; si usted quiere ser diputado, exclame por todas partes: ­Soy un ladrón, he robado (...), he robado todo lo que he podido, y siempre.
Enternecimiento
...La gente se enternece frente a tanta sinceridad. Y ahora le explicaré. Todos los sinvergüenzas que aspiran a chuparle la sangre al país y a venderlo a empresas extranjeras, tuvieron la mala costumbre de hablar a la gente de su honestidad. Ellos "eran honestos". Ellos "aspiraban a desempeñar una administración honesta". Hablaron tanto de honestidad que no había pulgada cuadrada en el suelo donde se quisiera escupir, que no se escupiera de paso a la honestidad. Embaldosaron y empedraron a la ciudad de honestidad. La palabra honestidad ha estado y está en la boca de cualquier atorrante que se para en el primer guardacantón y exclama que "el país necesita gente honesta". No hay prontuariado con antecedentes de fiscal de mesa y de subsecretario de comité que no le hable de honradez. En definitiva, sobre el país se ha desatado tal catarata de honestidad, que ya no se encuentra un solo pillo auténtico. No hay malandrino que alardee de serlo. No hay ladrón que se enorgullezca de su profesión. Y la gente, el público, harto de macanas, no quiere saber nada de conferencias. Ahora, yo que conozco un poco a nuestro público y a los que aspiran a ser candidatos a diputados, les propondré el siguiente discurso. Creo que sería un éxito definitivo.
Discurso que tendría éxito
He aquí el texto del discurso.
"Señores:
Aspiro a ser diputado, porque aspiro a robar en grande y a acomodarme mejor.
Mi finalidad no es salvar al país de la ruina en que lo han hundido las anteriores administraciones de compinches sinvergüenzas; no, señores, no es ese mi elemental propósito, sino que, íntima y ardorosamente, deseo contribuir al trabajo de saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado.
Robar no es fácil, señores. Para robar se necesitan determinadas condiciones que creo no tienen mis rivales. Ante todo, se necesita ser un cínico perfecto, y yo lo soy, no lo duden, señores.
En segundo término, se necesita ser un traidor, y yo también lo soy, señores. Saber venderse oportunamente: no desvergonzadamente, sino evolutivamente (...) La posición del país no encuentra postor ni por un plato de lentejas en el actual momento histórico y trascendental. Y créanme, señores, yo seré un ladrón, pero antes de venderme por un plato de lentejas, créanlo... prefiero ser honrado. Abarquen la magnitud de mi sacrificio, y se darán cuenta de que soy un perfecto candidato a diputado.
Cierto es que quiero robar, pero ¿quién no quiere robar? Díganme ustedes quién es el desfachatado que en estos momentos de confusión no quiere robar. Si ese hombre honrado existe, yo me dejo crucificar.
Mis colegas también quieren robar, es cierto, pero no saben robar. Venderán al país por una bicoca, y eso es injusto. Yo venderé a mi patria, pero bien vendida. Ustedes saben que las arcas del Estado están enjutas, es decir, que no tienen un mal cobre para satisfacer la deuda externa; pues bien, yo remataré al país en cien mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco boliviano. Y no sólo traficaré al Estado, sino que me acomodaré con comerciantes, con falsificadores de alimentos, con concesionarios; adquiriré armas inofensivas para el Estado (...) Y si ustedes son capaces de enumerarme una sola materia en la cual yo no sea capaz de robar, renuncio ipso facto a mi candidatura (...)
(...) Verán ustedes que soy el único, entre todos estos hipócritas que quieren salvar al país, el absolutamente único que puede rematar hasta la última pulgada de tierra argentina... Incluso me propongo vender el Congreso e instalar un conventillo en el Palacio de Justicia. Porque si yo ando en libertad, es que no hay justicia, señores..."                                                                                                                                                                                  Con este discurso, lo matan, o lo eligen presidente de la República.
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El bombardero Ema Wolf
      No se fíen de los escarabajos. ¡Nunca, nunca se fíen de los escarabajos! Uno los ve tan chiquitos, tan inocentes, tan aplastables,  que jamás se van a imaginar las porquerías que son capaces de hacer cuando les toca defenderse.   Por ejemplo, las larvas del escarabajo de las hojas trinchan su propia caca en unas horquillas que tienen en la parte trasera del cuerpo y se la dan a morder a las hormigas que las persiguen. Eso no es nada. O al menos es solamente asqueroso. Hay un escarabajo de la importante familia de los carábidos, muy bonito, de color azul oscuro brillante, con la cabeza y las antenas rojo ladrillo, negro por abajo, algún matiz dorado…Si lo vieran dirían: “¡Oh, qué escarabajo tan mono!” y sentirían el impulso irresistible de levantarlo con la palma de la mano para acariciarle los rulos.
      Grave error.
     Mide apenas doce milímetros; si tuviera el tamaño de un rinoceronte estarían ante el animal más peligroso del planeta. Lo llaman “el escarabajo bombardero” y es una infernal máquina lanzatorpedos.
     Su barriga es como un laboratorio de armas químicas que trabaja sin descanso, aún los días feriados. Él mismo, gracias a unas glándulas, fabrica el combustible para sus explosiones. Escuchen esto: el combustible se compone de peróxido de hidrógeno, hidroquinona, y toluhidroquinona. (No se les ocurra hacer la combinación en casa porque van a volar por el aire hasta la cucha del perro).
     Estas sustancias son conducidas a una cámara de combustión. Allí forman una mezcla altamente inflamable que se enciende mediante una enzima y llega a generar una temperatura de cien grados Celsius. ¡BOOOOM!
     De su parte trasera sale una nube blanca que se pulveriza en el aire con un estallido.                                                Una abuela sorda escucharía perfectamente la explosión. Y tira hasta veinte veces seguidas. ¡Imaginen una pistola lanzagases de repetición!
    Cualquier nariz que está a menos de cincuenta centímetros queda envuelta en una tufarada corrosiva, asfixiante, inmunda. El bicho que se atrevió a atacarlo huye en cualquier dirección pidiendo a gritos una bocanada de aire puro. ¡Asco! ¡Me rindo! ¡Bandera blanca!
      Entonces el bombardero también aprovecha para escapar.
     Los bombarderos están diseminados por muchos países cálidos, menos Australia. Así que ya saben: si no quieren toparse con uno múdense a Australia y listo.
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El candidato por Jorge Londero
      Mi amigo Carlos Fader me contó esta historia que tuvo lugar en Capilla de Sitón. Resulta que ese pequeño pueblito del departamento de Totoral se había quedado sin políticos y nadie quería ser candidato a jefe comunal. El senador y el presidente del partido ya se habían cansado de recorrer los ranchos y recibir las negaciones. Estaban por emprender el regreso y asumir su derrota cuando encontraron, bajo la sombra de un mistol, al que a esas alturas se les antojó como el mejor candidato: el Froilán, inimputable personaje que se había convertido en un detalle más en el paisaje lugareño, un símbolo de la tranquila vida de pueblo y de la supervivencia a base del descanso y trago, trago y descanso. Lo despertaron de su siesta, lo bañaron, lo peinaron, lo metieron dentro de un traje ajustado, le cerraron la camisa hasta el cuello y hasta le pusieron una corbata y unos zapatos lustrados con exageración. Así transformado, lo llevaron al acto patrio de la escuela, donde lo presentarían en sociedad como el candidato “ideal” de Capilla de Sitón. Lo sentaron en una mesa junto a las autoridades educativas y le sirvieron chocolate caliente, líquido al que miró con desconfianza hasta que el senador le ordenó: –Hay que tomarlo, hombre. Primera lección para ser buen político: acepte de gusto todo lo que le conviden. Froilán tomó sin respirar. La “señorita” directora estaba en lo mejor de su discurso cuando irrumpe en el salón un cuatrero que hacía rato buscaba la Policía. Transpirado, miraba para todos lados, como buscando ruta para seguir su escape. Se entretuvo más de la cuenta, el cabo Vázquez le dio alcance y lo detuvo con un tackle. El presidente del partido aprovechó la confusión y, mientras reducían al delincuente entre tres agentes, señaló:  Brillante y oportuno ejemplo para nuestros educandos, un delincuente, cuatrero y pendenciero como éste, detenido frente a todos los alumnos, en tan doméstico acto público. –Cierto, muy cierto– se sumó el senador. Y para dar pie al nuevo candidato y completar la presencia discursiva de los políticos presentes, agregó: –Este delincuente merece un castigo ejemplar, ¿qué sugiere usted para el caso Froilán? El aludido se asustó al principio, abrió sus ojos como el dos de oro y tomó aire para contestar. El tiempo que tardó sirvió para insertar suspenso y ansiedad en los presentes. El cuatrero miró la atención que había puesto el auditorio y tembló ante la posibilidad de un castigo insoportable. Y entonces Froilán emitió la célebre frase que aún se utiliza en la región. –Bañenlón, peinenlón y denle chocolate caliente.
 Jorge Archi Londero es un joven escritor y periodista cordobés, nacido en 1962. Las historias de Don Boyero han aparecido sistemáticamente en los últimos años en el diario La voz del interior de Córdoba. Selecciones de estos relatos están recopiladas en dos libros: Las Historias de Don Boyero y Lo mejor de Don Boyero (Ediciones del Boulevard, Córdoba, 2003) de donde se tomó este cuento.
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Pida la palabra, pero tenga cuidado de Cortázar, Julio
        Cuando el catedrático doctor Lastra tomó la palabra, ésta le zampó un mordisco de los que te dejan la mano hecha moco. Al igual que más de cuatro, el doctor Lastra no sabía que para tomar la palabra hay que estar bien seguro de sujetarla por la piel del pescuezo si, por ejemplo, se trata de la palabra ola, pero que a queja hay que tomarla por las patas, mientras que asa exige pasar delicadamente los dedos por debajo como cuando se blande una tostada antes de untarle la manteca con vivaz ajetreo.
         ¿Qué diremos de ajetreo? Que se requieren las dos manos, una por arriba y otra por abajo, como quien sostiene a un bebé de pocos días, a fin de evitar las vehementes sacudidas a que ambos son proclives. ¿Y proclive, ya que estamos? Se la agarra por arriba como a un rabanito, pero con todos los dedos porque es pesadísima. ¿Y pesadísima?                                                                                                                                                                      De abajo, como quien empuña una matraca. ¿Y matraca? Por arriba, como una balanza de feria. Yo creo que ahora usted puede seguir adelante, doctor Lastra.
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 Héctor Oesterheld *
Ciencia
En algún lugar de los vastos arenales de Marte hay un cristal muy pequeño y extraño.
Si alzas el cristal y miras a través de él, verás el hueso detrás de tu ojo, y más adentro luces que se encienden y se apagan, luces enfermas que no consiguen arder, son tus pensamientos. Si oprimes entonces el cristal en el sentido del eje medio, tus pensamientos adquirirán claridad y justeza deslumbrantes, descubrirás de un golpe la clave del Universo todo, sabrás por fin contestar hasta el último porqué.
En algún lugar de Marte se halla ese cristal.
Para encontrarlo hay que examinar grano por grano los inacabables arenales.
Sabemos, también, que cuando lo encontremos y tratemos de recogerlo, el cristal se disgregará, sólo nos quedará un poco de polvo entre los dedos.
Sabemos todo eso, pero lo buscamos igual.
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¿Por qué los materiales pesados caían?, se preguntaban los griegos.
Aristóteles concebía que muchos de los movimientos que verificaban los objetos en la Tierra, se debían a la tendencia natural de éstos a ubicarse en ciertos lugares de reposo. Dada esta tendencia, los objetos verificaban MOVIMIENTOS NATURALES destinados a alcanzar sus lugares de reposo.
Así los materiales pesados caían, pues su lugar de reposo estaba en el en suelo, mientras que los cuerpos livianos como el humo ascendían, pues reposaban en el cielo.
¿Cómo se propaga el sonido?
De modo similar a lo que ocurre al agitar una cuerda o golpear levemente una banda elástica sujeta entre los dedos, al dar un golpe sobre uno de los extremos de una varilla de acero o de un tubo cargado con aire agua, por ejemplo, dicho extremo vibra. Dicha vibración provoca una onda que se transporta a lo largo de todo el tubo.
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¿Por qué lloramos al pelar una cebolla?
Entramos en la cocina y nos alarma ver a mamá que derrama abundantes lágrimas. Corremos a consolarla, la abrazamos y n seguida nos ponemos a llorar nosotros también. ¿Qué ha pasado? Nada, que mamá estaba pelando cebollas y eso es lo que, según nos dijo, la hacía llorar.
La cebolla contiene entre otros elementos una esencia volátil llamada alilo, que se expande en el aire al quitarle la delicada piel exterior, y que al penetrar en la nariz y ponerse en contacto con los ojos provoca irritación en sus membranas.
Para aliviar la picazón, los sacos lagrimales del ojo permiten la salida de lágrimas. De ahí que lloremos al pelar cebollas.
Los gatos tienen siete vidas.
El saber popular atribuye a los gatos siete vidas y, en efecto, el dicho se confirma en un reciente estudio de dos veterinarios neoyorquinos. Y es que la ciudad de los rascacielos brinda oportunidades de caer desde gran variedad de alturas. Según informa la revista Nature, los veterinarios Whitney y Melhoff han publicado un detallado estudio sobre las caídas de 132 gatos, desde un 2º a un 32º piso. Descontando 17 gatos deliberadamente sacrificados por sus dueños, 104 de los 115 restantes sobrevivieron a la caída (el noventa por ciento), y sólo 11 murieron a consecuencia de sus heridas. Comparando caídas mortales de humanos y gatunos, hay diferencia, los primeros morimos hasta desde un primer piso.
Lo verdaderamente curioso es que la mortalidad gatuna por caídas es mayor en los siete primeros pisos, y va disminuyendo desde los más altos. Hay varias explicaciones. Una de ellas es la de que, al alcanzar su velocidad terminal, de unos 100 km./h, los gatos extienden horizontalmente sus patas; …se amplía la superficie de impacto de su cuerpo y amortigua la caída con cuatro elásticos apoyo. Además, como hacen los paracaidistas, los felinos ruedan el cuerpo al tocar la tierra.
Los autores especulan sobre esta habilidad de los gatos –que, por ejemplo, no tienen los perros- y la atribuyen a la selección natural…millones de años de evolución, saltando y cayendo desde los árboles, les agudiza su sistema giroscópico-vestibular para orientar el cuerpo y la flexibilidad de sus miembros.
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¿Puede caer un rayo sobre un avión?
La respuesta es sí. Por eso los pilotes deben mantenerse a distancias de 30 kilómetros de las tormentas eléctricas. El avión puede cargarse eléctricamente por fricción o puede estar en el camino de un rayo. En general, no hay mayor daño para los pasajeros ya que, como el avión es metálico, la corriente circula por su exterior. Sin embargo, puede ocurrir que los instrumentos electrónicos se dañen e incluso, si la corriente llega al tanque de combustible, puede hacerlo explotar. En el Apolo 12 se cortó la luz por siete segundos debido a un rayo que le pegó instantes después de despegar. El 24 de junio de 1974, un Boeing 727 con 123 pasajeros cayó incendiado cerca del aeropuerto John F. Kennedy  en Nueva York durante una tormenta eléctrica. Hoy los aviones tienen sistemas de protección para las explosiones de los tanques.
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Enrique Anderson Imbert
       Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo obscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña con quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.
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Textos cortos de: Ambrose Gwinett Bierce (Ohio, Estados Unidos, 24 de junio de 1842 – después de diciembre de 1913) fue un escritor, periodista y editorialista estadounidense.
La viuda fiel
Una viuda que lloraba ante la tumba de su esposo, fue abordada por un apuesto caballero, quien le declaró en forma respetuosa que desde mucho tiempo atrás, ella le inspiraba los sentimientos más hermosos.
-¡Miserable! –replicó la viuda- ¡Retírese ahora mismo! ¡Esta no es ocasión para hablar de amor!
- Le juro, señora, que no fue mi intención revelar mis sentimientos –se excusó humildemente el apuesto caballero-, pero la fuerza de su belleza venció a mi discreción.
-Tendría que venir a verme cuando no estoy llorando –dijo la viuda.
La vela roja
Un hombre que estaba a punto de morir, llamó a su esposa y le dijo:
-Estoy por dejarte para siempre. Dame, entonces, una prueba definitiva de tu cariño y de fidelidad. En mi escritorio hallarás una vela roja que ha sido bendecida por el Sumo Sacerdote y tiene un valor místico muy grande. Debes jurarme que mientras la vela exista, no volverás a casarte.
La mujer juró y el hombre murió. Durante el funeral, la mujer se mantuvo junto al féretro, sosteniendo una vela roja encendida, hasta que se consumió.
La viuda inconsolable
Una Mujer con lutos de viuda lloraba sobre una tumba.
-Consuélese, señora -dijo un Simpá­tico Desconocido-. La piedad del Cielo es infinita. En algún lado hay otro hombre, además de su esposo, con quien usted puede ser feliz.
-Lo había, lo había -sollozó ella-, pero está en esta tumba.
Un pedido incompleto
Un magistrado de la Corte Suprema de Justicia estaba sentado a la orilla de un río, cuando se acercó un viajero y le dijo:
-          Quisiera cruzarlo. ¿Es legal usar ese bote?
-           Lo es –fue la respuesta-. El bote es mío.
El viajero le dio las gracias, empujó el bote hasta entrar en el río, se embarcó y empezó a remar. Pero el bote se hundió y el viajero se ahogó.
-          ¡Mal hombre! –gritó indignado un  espectador- ¿ Por qué no le avisó que el bote tenía un agujero?
-          El tema que me planteó no era el estado del bote –respondió el gran jurista-.
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 Cinco nuevos agregados al Código Penal.  De Charles Dickens en cuentos de humor y terror:

       Entendemos que el gobierno tiene el propósito de presentar un proyecto de ley con enmiendas al Código Penal en vigor, dado que la experiencia ha demostrado que en los casos de asesinato éste resulta demasiado rápido, injusto y riguroso; en una palabra, muy inadecuado para las simpáticas personas acusadas de este hecho deliberado. Hemos conseguido los borradores de las principales correcciones que posiblemente contenga este proyecto.
         Este se basará en el hondo precepto de que el verdadero delincuente es el asesinado, porque sin su obstinación para que lo asesinasen, quien ha de comparecer en juicio como acusado no se habría visto incluido en estas molestias. Se cree que los artículos principales dirán: 
1) Se suprime al juez. Algunos acusados que gozan de mucha popularidad han realizado fuertes objeciones a la presencia de este inoportuno personaje, al que ven como perjudicial para sus altos intereses.                              El Tribunal estará integrado por uno de los tantos señores dedicados a la política, que viven recluidos en una habitación desde la que se ve St. James Park, y que tienen ya más ocupaciones de las que se suponen podrían tener, aun haciendo un gran esfuerzo de imaginación.
2) El Jurado estaría compuesto por cinco mil quinientos cincuenta y cinco voluntarios.
3) Quedará estrictamente prohibido a dichos miembros comunicarse con el acusado y con los testigos. Tampoco se les tomará juramento, ni se enterarán, bajo ningún concepto, de las pruebas que resulten de la actuación: tendrán que averiguarlas o imaginárselas como puedan, y dedicarán buena parte de sus horas a escribir cartas sobre el caso a los periódicos.
4) En el caso de que se trate de una causa de asesinato mediante veneno, y en la suposición de que la parte acusadora presente pruebas hipotéticas de envenenamiento con dos venenos distintos –por ejemplo, arsénico y antimonio- , y admitiendo que la presencia de arsénico en el cuerpo sea posible, pero no esté demostrada, mientras que la presencia del antimonio esté absolutamente comprobada, el Jurado deberá limitarse a considerar si ha habido envenenamiento con arsénico, desechando por completo el antimonio.
5) Después que los médicos presenciaran la muerte del verdadero culpable (es decir, el asesinado) y hayan descrito los síntomas que precedieron a ella, se llamará a otros médicos que nunca tuvieron contacto con el caso y que tendrán que testificar si corresponden también a ciertas enfermedades conocidas… pero jamás se les preguntará si concuerdan punto por punto con los síntomas de envenenamiento. Ejemplifiquemos este artículo de la ley en preparación.
       Se ha visto entrar en la casa en que vive el Señor Z a un perro rabioso que echaba espuma por la boca. Demuéstrase de una forma irrefutable que el Señor Z y el perro rabioso han estado suficiente tiempo juntos en la casa, lo que lleva, sin ningún tipo de dudas, a la conclusión de que Z ha sido mordido por el perro. Además, se descubre a Z en su cama, con señales en su cuerpo de la mordida del perro y con síntomas de hidrofobia. Ahora bien: como estos síntomas coinciden con los del tétanos, que Z pudo contraer con sólo clavarse un clavo oxidado en cualquier parte del pie, se hará que algún médico legal que jamás haya visto a Z, certifique este hecho y extienda un certificado en el que diga que Z falleció a consecuencia de la herida que le produjo el supuesto clavo oxidado.
    Se abriga fundadamente la esperanza de que estas incorporaciones a introducir en el actual procedimiento penal, no sólo resultarán satisfactorias para el acusado (cuya integridad está por encima de todo), sino que además contribuirán, dentro de lo razonable, al bienestar y seguridad de la sociedad.
       Porque a partir de estas disposiciones sensatas y prudentes también se evalúa la idea de que podrá desalentarse la práctica excesiva del envenenamiento.
Charles Dickens.
Extraído de: Libros Ilustrados. Cuentos de Humor y de Terror. Suplementos del Diario La Nación. Auspiciado por el Ministerio de Educación de la Nación. Dirección de Andrés Cascioli.
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    LEER PORQUE SÍ” significa leer porque uno tiene ganas de hacerlo sin ninguna justificación lógica, porque “se le canta” leer y no le tiene que rendir cuentas a nadie, porque quiere enfrentarse a un texto sin pensar que después se lo van a hacer separar en párrafos, o le harán buscar sustantivos comunes o propios, o le pedirán que descubra los adverbios y preposiciones, o le van a hacer analizar sintácticamente su título, o le van a dar una guía de interpretación… SE “LEE PORQUE SÍ” CUANDO SE BUSCA DISFRUTAR DE LA LECTURA SIN CONDICIONAMIENTO ALGUNO...
   En este enlace encontrarás una gran diversidad de lecturas, cuentos, microrrelatos, historias, mucha imaginación,  creatividad  y más....

LeerXLeer - Slideshare

www.slideshare.net/EscuelaBicentenario/leerxleer
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Poemas
Apócrifos: La tuerta Conrado Nalé Roxlo en el libro Leer por leer.
Oh, como te amaría si fueses tuerta
y con un ojo de cristal
abismándome en tu desigual
mirada de viva y de muerta.

Sobre mi mejilla derecha,
tu blanda mirada natural,
y sobre la izquierda la flecha
de tu mirada mineral.

Tu ojo duro sería inflexible
para mi desfallecimiento
pero el otro, tierno y sensible,
me consolaría al momento.

Y cuando pidiera tu mano,
como un burgués novio correcto,
te regalaría un perfecto
ojo de auténtico Murano.

Y en cada estación te pondría
un ojo de distinto color,
y así siempre nueva sería
tu mirada de amor.

Oh, amada, quítate un ojo
si conmigo te quieres casar
que yo te prometo ser cojo
para equilibrar.
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La eñe también es gente de María Elena Walsh
La culpa es de los gnomos que nunca quisieron ser ñomos. Culpa tienen la nieve, la niebla, los nietos, los atenienses, el unicornio. Todos evasores de la eñe. ¡Señoras, señores, compañeros, amados niños! ¡No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogación y admiración. Ya nos redujeron hasta la apócope. Ya nos han traducido el pochoclo. Y como éramos pocos, la abuelita informática ha parido un monstruoso # en lugar de la eñe con su gracioso peluquín, el ~. ¿Quieren decirme qué haremos con nuestros sueños? ¿Entre la fauna en peligro de extinción figuran los ñandúes y los ñacurutuces? ¿En los pagos de Añatuya cómo cantarán Añoranzas? ¿A qué pobre barrigón fajaremos al ñudo? ¿Qué será del Año Nuevo, el tiempo de ñaupa, aquel tapado de armiño y la ñata contra el vidrio? ¿Y cómo graficaremos la más dulce consonante de la lengua guaraní? "La ortografía también es gente", escribió Fernando Pessoa. Y, como la gente, sufre variadas discriminaciones. Hay signos y signos, unos blancos, altos y de ojos azules, como la W o la K. Otros, pobres morochos de Hispanoamérica, como la letrita segunda, la eñe, jamás considerada por los monóculos británicos, que está en peligro de pasar al bando de los desocupados después de rendir tantos servicios y no ser precisamente una letra ñoqui. A barrerla, a borrarla, a sustituirla, dicen los perezosos manipuladores de las maquinitas, sólo porque la ñ da un poco de trabajo. Pereza ideológica, hubiéramos dicho en la década del setenta. Una letra española es un defecto más de los hispanos, esa raza impura formateada y escaneada también por pereza y comodidad. Nada de hondureños, salvadoreños, caribeños, panameños. ¡Impronunciables nativos! Sigamos siendo dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño, pero menos ñoño de lo que parece. Algo importante, algo gente, algo alma y lengua, algo no descartable, algo propio y compartido porque así nos canta. No faltará quien ofrezca soluciones absurdas: escribir con nuestro inolvidable César Bruto, compinche del maestro Oski. Ninios, suenios, otonio. Fantasía inexplicable que ya fue y preferimos no reanudar, salvo que la Madre Patria retroceda y vuelva a llamarse Hispania. La supervivencia de esta letra nos atañe, sin distinción de sexos, credos ni programas de software. Luchemos para no añadir más leña a la hoguera dónde se debate nuestro discriminado signo.
Letra es sinónimo de carácter. ¡Avisémoslo al mundo entero por Internet! La eñe también es gente.   
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