sábado, 16 de marzo de 2013

Cuentos cortos para leer:

El libro:
     El hombre miró la hora: tenía por delante veinticinco minutos antes de la salida del tren. Se levantó, pagó el café con leche y fue al baño. En el cubículo, la luz mortecina le alcanzó su cara en el espejo manchado. Maquinalmente se pasó la mano de dedos abiertos el pelo. Entró al sanitario, allí la luz era mejor. Apretó el botón y el agua corrió. Cuando se dio vuelta para salir, detrás de la puerta, de canto contra la pared, descubrió el libro. Era un libro pequeño y grueso, de tapas duras, anormalmente pesado. Lo examinó un momento. No tenía portada ni título, tampoco el nombre del autor o el de la editorial. Intrigado, bajo la tapa del inodoro, se sentó y pasó distraído las primeras páginas. Miró el reloj. Faltaba para la salida del tren.
     Se acomodó y leyó partes al azar con atención. Sorprendido reconoció coincidencias. Volvió atrás. En una página vio nombres de lugares y de personas que le eran familiares; más todavía, con el correr de las páginas encontró escritos los nombres de pila de su padre o madre. Unos tres capítulos más adelante apareció completo, sin error posible, el de Gabriela. Lo cerró con fuerza; el libro le producía inquietud y cierta repugnancia. Quedó inmóvil mirando la puerta pintada toscamente de verde, marcada por inscripciones de todo tipo. Pasaron unos segundos en los que percibió el ajetreo lejano a la estación y la máquina Express del bar. Cuando logró calmar un insensato presentimiento, volvió a abrirlo. Recorrió las páginas sin ver las palabras.
    Finalmente sus ojos cayeron sobre unas líneas: En el cubículo, la luz mortecina le alcanza su cara en el espejo manchado. Maquinalmente se pasa la mano de dedos abiertos por el pelo. Se levantó de un salto. Con el dedo entre las páginas fue a mirarse asombrado al espejo, como si necesitara corroborar con alguien lo que estaba pasando. Volvió a abrirlo. Se levanta de un salto. Con el dedo entre las páginas va a mirarse asombrado…El libro cayó dentro del lavatorio transformado en objeto candente. Lo miró horrorizado. Su tren partía en diez minutos. En un gesto irreprimible que consideró de locura, recogió el libro, lo metió en el bolsillo del saco y salió. Caminó rápido por el extenso hall hacia la plataforma.  Con angustia creciente pensó que cada uno de sus gestos estaba escrito, hasta el acto elemental de caminar. Palpó el bolsillo deformado por el peso del libro y rechazó, con espanto, la tentación cada vez más fuerte, más imperiosa, de leer las páginas finales. Se detuvo; faltaban tres minutos para la partida. Qué hacer. Miró la gigantesca cúpula como si allí pudiera encontrar una respuesta. ¿Las páginas le estaban destinadas o el libro poseía una facultad mimética y se refería a cada persona que lo encontraba? Apresuró los pasos hacia el andén pero, por alguna razón inexplicable, volvió a girar y echó a correr con el peso muerto en el bolsillo.     Atravesó el bar zigzagueando entre las mesas y entró al baño. El libro era un objeto maligno en su mano; luchó con el impulso casi irrefrenable de abrirlo y lo dejó en el piso, detrás de la puerta. Casi sin aliento cruzó el hall. Corrió por el andén como si lo persiguieran. Alcanzó a subir al tren cuando dejaban la estación atrás y salían al aire abierto; cuando el conductor elegía una de las vías de la trama de vías que se abrían en diferentes direcciones.
   Iparraguirre, Sylvia. De Narrativa Breve, Editorial Alfaguara, 2005.
Pacha Mama Comunidad. En Palabras escritas para vos.
Sherlock Holmes, sus límites.
1.   Conocimientos de literatura nulos.
2.   Conocimientos de filosofía: nulos.
3.   Conocimientos de astronomía: nulos.
4.   Conocimientos de política: escasos.
5.   Conocimientos de botánica: desparejos.
Bien informado sobre sobre belladona, opio y venenos en general. No sabe nada de jardinería práctica.
6.   Conocimientos de geología: prácticos, pero limitados. Distingue a simple vista los diferentes suelos. Después de un paseo me ha mostrado las manchas de sus pantalones y me ha dicho, por su color y consistencia, en qué parte de Londres se las había hecho.
7.   Conocimientos de química: profundos.
8.   Conocimientos de anatomía: precisos, pero no sistemáticos.
9.   Conocimientos de literatura sensacionalista: inmensos. Parece conocer todos los detalles de cada uno de los horrores perpetrados en este siglo.
10.Toca bien el violín.
11.Es experto en esgrima con palo y espada, y excelente boxeador.
12. Tiene buenos conocimientos prácticos de Derecho Inglés.
Cuando llegué a esta instancia de mi lista, la arrojé al fuego, desanimado. “Si pretendo averiguar cuáles son los intereses de este hombre conciliando todos estos logros y descubriendo una vocación que los exija a todos”, me dije, “bien puedo abandonar el intento ya mismo”.
Me he referido antes a sus como violinista. Eran admirables, pero no tan excéntricas como todos sus otros logros. Que podía tocar piezas, y de las difíciles, bien lo sabía yo, porque cuando se lo pedí ejecutó algunos de los lieder de Mendellssohn y otras de mis piezas favoritas.
Cuando quedaba librado a su iniciativa, pocas veces ejecutaba música o alguna melodía reconocible. Reclinado en su sillón la velada entera, cerraba los ojos y tocaba descuidadamente el violín, apoyado sobre sus rodillas. A veces, las cuerdas vibraban sonoras y melancólicas. De vez en cuando, sonaban fantasiosas y alegres. Con toda claridad reflejaban los pensamientos que se apoderaban de él. Pero si la música ayudaba a esos pensamientos o si la ejecución era simplemente el resultado de un capricho o fantasía, era más de lo que yo podía determinar.
Me habría rebelado ante estos exasperantes solos, si no fuera porque, por lo general, terminaba tocando en rápida sucesión, una serie de mis melodías favoritas, como relativa compensación por haber puesto a prueba mi paciencia.
Autor: Conan Doyle Arthur. Fragmento de Estudio en Escarlata (novela), traducción de Cristina Piña. Editorial Cántaro, 2001.En cuentos para seguir creciendo.

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