domingo, 16 de junio de 2013

Las fábulas breves narraciones literarias.

       Las fábulas son cortas y breves narraciones literarias, normalmente en verso, que terminan siempre con un mensaje de enseñanza o moraleja de carácter instructivo, cuyos personajes casi siempre son animales u objetos ficticios. Una buena vía para entretener y a la vez educar a los niños.
        Las fábulas ya eran cultivadas hace dos mil años, en Mesopotamia. Unas tablas de arcilla cuentan brevemente historias de zorros astutos, perros desgraciados y elefantes presuntuosos.
      En la antigua Grecia, la primera fábula es conocida como la del ruiseñor. La contó Hesíodo, en el siglo VIII a.C, y desde entonces cientos de historias nos han transmitido enseñanzas en forma de moralejas.
Fábulas de Leonardo Da Vinci
La red:
También aquel día la red salió llena de peces. Carpas, barbos, lampreas, tencas, albures, anguilas y tantos otros terminaron en el cesto del pescador.
   Debajo, dentro del agua del río, los supervivientes, asombrados y aterrados, no se atrevían a moverse. Familias enteras ya estaban depositadas en el mercado, bancos enteros habían caído en las redes y terminado en la sartén. ¿Qué harían?
Algunas jóvenes brecas de río se reunieron detrás de unas piedras y decidieron rebelarse.
- Es cuestión de vida o muerte - dijeron -. Esta red que cada día desciende al agua y siempre en lugar distinto, para aprisionarnos y arrancarnos de nuestro elemento, despoblará el río exterminándonos a todos.  Y nuestros hijos tiene derecho a vivir y nosotros debemos hacer lo que sea para salvarlos de esta tragedia.
-¿Y qué cosa se puede hacer? - pregunto una tenca que había seguido a los conjurados.
-Destruir la red - contestaron juntas las jóvenes brecas.
La valiente decisión, confiada a las inquietas anguilas, corrió rápidamente a lo largo del río, invitando a todos los peces a reunirse la mañana siguiente en un remanso protegido por grandes sauces.
Al día siguiente, millares de peces, de todos los tamaños y todas las edades, se dieron cita para declarar la guerra a la red.
La dirección de la operación fue confiada a una vieja y astuta carpa, que ya había conseguido librarse dos veces de la prisión despedazando con los dientes las mallas de la red.
-Estad bien atentos- dijo la carpa -, la red es tan larga como el ancho del río y cada malla, en el lado de abajo, tiene un plomo que la retiene en el fondo. Divididos en dos grupos:  un grupo levantará los plomos, trayéndolos a la superficie; el otro grupo sujetará firmemente la red por la parte superior.  Las lampreas cortarán con los dientes las cuerdas que mantienen tensa la red entre las orillas. Que las anguilas vayan inmediatamente de reconocimiento para indagar el sitio donde han lanzado la red.
Partieron las anguilas. Los peces, reunidos en grupos, se colocaron se colocaron a lo largo de la orilla. Las brecas empujaban  a los más tímidos, recordándoles el triste fin de muchos compañeros, y les exhortaban a no tener miedo si quedaban prendidos en la red porque ningún hombre podría ya sacarla de la orilla.
 Las anguilas exploradoras volvieron. La red estaba hundida y se encontraba a una milla de distancia.
 Entonces, todos los peces, como una inmensa flota, se pusieron a navegar detrás de la vieja carpa.
-Atención- dijo la carpa-, la corriente podría arrastrarnos a la red: aguantad, maniobrando bien.
Y la red, gris, siniestra, apareció...
Los peces, presos de imprevisto furor, comenzaron el ataque.
La red fue alzada del fondo, las cuerdas que la sujetaban fueron rotas, las mallas destrozadas; pero los peces, furiosos, no soltaron la presa. Cada uno con su pedazo de red en la boca, agitando las aletas y la cola, tiraron en todos los sentidos, para destrozar y romper la red, encontrando así, en el agua que parecía hervir, la libertad perdida.

No hay pueblos sojuzgados y temerosos,
sino pueblos sin objetivos, ni esperanza, ni
líderes a quienes seguir.
 
 
 
La llama
Desde hacía más de un mes, en el horno de la vidriería donde hacían las botellas y los vasos, las llamas chisporroteaban. Un día vieron una vela, sobre un hermoso candelabro brillante, que se acercaba hacia ellas. Pronto, con gran ansiedad, se esforzaron por acercarse a aquella dulce llamita.
Una especialmente, escabulléndose del tizón que la alimentaba, volvió la espalda al horno y pasando por una rendija se lanzó sobre la vela, devorándola ávidamente.
Pero al hacerlo, la voraz llama consumió pronto hasta su fin a la pobre vela; y de ahí que, no queriendo morir con ella, tratara de volver al horno de donde había huido.
Pero no consiguió librarse de la blandura de la cera, y en vano pidió ayuda a las otras llamas.
Llorando y gritando se transformó en fastidioso humo, dejando a sus hermanas en los esplendores de una vida larga y bella.
El afán de superación, cuando no radica en razones ilusorias, es digno de alabanza; pero la reflexión previa y la seguridad de recuperar, en caso necesario, la posición que antes se ocupaba, son precauciones siempre aconsejables.
La araña en el ojo de la cerradura
Una araña, después de haber explorado toda la casa, por dentro y por fuera, pensó meterse en el ojo de la cerradura. 
¡Qué refugio ideal! ¿Quién podría descubrirla jamás, allí dentro! Ella, en cambio, asomándose al borde de la cerradura, podría mirar a todas partes sin riesgo alguno.
- Allí - decía para sí, observando el umbral de piedra - tenderé una red para las moscas; más allá - añadía, mirando el escalón - tenderé otra para los gusanos; aquí cerca, en el marco de la puerta, armaré una trampa pequeña para los mosquitos.
La araña se regocijaba. El ojo de la cerradura le daba una seguridad nueva, extraordinaria; tan oscuro, estrecho, como un estuche de hierro, le parecía más inaccesible que una fortaleza, más seguro que cualquier armadura.
Mientras se deleitaba con estos pensamientos, le llegó al oído un rumor de pasos; prudente, se retiró entonces al fondo del refugio.
Alguien estaba a punto de entrar en casa. Una llave tintineó, enfiló el ojo de la cerradura, y la aplastó.
La fábula nos hace reflexionar en las cortas luces de quienes aceptan las cosas por lo que superficialmente representan, sin indagar más profundamente su esencia y significado.


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