jueves, 21 de septiembre de 2017

Alumnos y docentes contamos con la presencia de una narradora oral, actividad propuesta desde el plan Provincial de Lectura y escritura….

El día 18 de septiembre se presentó en la escuela la narradora oral Emilce Brusa, quien es parte del Plan Provincial de Lectura y Escritura (PPLyE) dependiente del Cendie en la región 16 bajo la coordinación
de la bibliotecaria Evangelina Perri, quién nos brindaron la oportunidad de contar en la biblioteca de la escuela con una narradora para alumnos del ciclo superior del secundario.
Emilce,  contó a los alumnos y  demás personal presente diversas historias, cuentos, microrrelatos, cuentos policiales, de amor de diferentes escritores entre ellos García Márquez, de él contó …Algo va  a pasar en este pueblo…. La viuda y el esqueleto de su marido: Enrique Mariscal, entre otros. 
Continuando con otros cuentos de Marcelo Birmajer, Pablo de Santis, Marco Denevi, entre otros. 
También le mostró libros, microrrelatos  y narró pequeñas historias de ellos. Además, abrió y extrajo historias de algunos libro álbum… cerrando su narración contó la historia de un cuento tradicional caperucita Roja, otra versión.
Mostramos aquí dos microrrelatos que narró:

Algo muy grave va a suceder en este pueblo - Gabriel García Marquez
Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
—No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:
—Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:
—Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
—Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
—¿Y por qué es un tonto?
—Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.
Entonces le dice su madre
—No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:
—Véndame una libra de carne —y en el momento que se la están cortando, agrega—: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:
—Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.
Entonces la vieja responde:
—Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
—¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
—¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
—Sin embargo —dice uno—, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
—Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.
—Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
—Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.
—Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
—Sí, pero nunca a esta hora.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
—Yo sí soy muy macho —grita uno—. Yo me voy.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
—Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
—Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa
—y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:
—Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.

La viuda y el esqueleto de su marido: Enrique Mariscal

Una viuda no encontraba consuelo por la pérdida de su marido. Lo único que le proporcionaba cierta paz era caminar por la aldea arrastrando el esqueleto del difunto.
Los parroquianos veían con terror y profundo silencio ese cuadro de desesperanza y locura.
Alguien, un día, le aconsejo a la mujer que visite a un médico compasivo para su mal. La torturada esposa se acercó al sabio profesional y abrió su corazón.
-“No tengo alivio para tanto dolor. Extraño a mi esposo. Solamente cuando camino arrastrando sus huesos siento que me acompaña”.
-“Te comprendo perfectamente. Soy viudo, a mí también lo único que me ayuda ante tanto sufrimiento es salir acompañado del esqueleto de mi mujer”.
Cuando la viuda se sintió comprendida y contenida en su angustia, un profundo estado de confianza invadió todo su ser. Por primera vez alguien la escucho sin temor.
-“Me gustaría que salgamos los cuatro, el domingo, a pasear ¿Tienen ustedes algún compromiso?” Invitó el médico desde su generosidad excelente.
-“Ninguno. Será un placer”., respondió alegre la paciente. Y combinaron el encuentro.
El curador se procuró un esqueleto en el cementerio. Y ese domingo los aldeanos observaron con renovado pavor el paseo de los cuatro. Era un cuadro conmovedor.
Caminaron amenamente hasta que decidieron comer algo y descansar. El médico eligió acampar cerca del río. Después de un almuerzo frugal optaron por hacer una siesta. La viuda se acostó al lado de los huesos de su marido; el médico hizo lo propio con los restos de su mujer. Los cuatro quedaron profundamente dormidos. De pronto el compasivo galeno despertó. Tiró al agua los esqueletos de ambos y comenzó a vociferar como si hubiese enloquecido.
-“Los vi, los vi. ¡Traición…! Fue tu marido. ¡Allá van…!”
La corriente los llevaba…La viuda comenzó a gritar indignada:
-”¡Traidor! ¿Cómo eres capaz de hacerme eso? A mí que te fui totalmente fiel.”
-“¡Déjalos ir mujer! ¡Que sigan su camino! Ellos sabrán… ¡ Nosotros nos quedamos aquí!”.
Y se cortó el mal.
Cuando se encuentra la generosidad excelente de la compasión; con la entrega total de confianza, surge el milagro curador de la medicina.
¡Qué capacidad creativa deberá tener quien nos ayude a librarnos de nuestros esqueletos queridos…!

¡Qué compasión!

Cuento de horror: Marco Denevi
La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:
-Thaddeus, voy a matarte.
-Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.
-¿Cuándo he bromeado yo?
-Nunca, es verdad.
-¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?
-¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson.
-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.
El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.
FIN
Su participación resultó sumamente atractiva para todos los presentes, quiénes se deleitaron con sus narraciones. Gracias al personal del CENDIE por brindarnos esta bella oportunidad de contar con una narradora!!!

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